El porteño ilustre


El día de mi cumpleaños número 34 se entrenó en Argentina una película que, me parece, fue la que mejor mostró el choque entre la gente que vive en la zona metropolitana (capital y conurbano) y la que vive en el interior (el resto del país): El ciudadano ilustre.



Para quienes aún no la han visto, y evitando el spoiler, el film trata de un escritor oriundo de Roca, un pueblo del interior que tranquilamente podría ser cualquiera de los del interior, que regresa para recibir la condecoración de ciudadano ilustre ya que antes había ganado un Nobel de literatura. Este escritor, encarnado por Oscar Martínez, vive en Barcelona desde hace cuatro décadas y es un intelectual de prestigio internacional. A pesar de la historia que se quiere contar, lo que detalla profundamente la película es el escenario: el pueblo, sus costumbres y el choque con alguien que ya es más europeo que pueblerino.
Aunque recibió muchísimos galardones, como toda película que es multipremiada, también recibió muchas críticas furibundas. Sobre todo por la diferencia que marca entre la gente de capital y la del interior. El hecho de ubicar al escritor en Europa  y que Roca sea un pueblo ficticio es una manera menos chocante de referirse a los porteños y a los provincianos sin que ninguno se sienta del todo ofendido. Además este recurso literario ayuda al guionista y al director a enfatizar estas diferencias como una especie de hipérbole. Y eso dolió.
El filósofo Diego Tajer twitteó que la película es prácticamente una burla a la gente del interior porque la muestra bruta e ignorante ante un “porteño” ilustre, culto, educado y cosmopolita. Y la verdad es que Diego, uno de mis filósofos favoritos, lo ve de esa forma porque justamente él es porteño, y en una especie de acto de sororidad con los pueblerinos refunfuña contra aspectos que muestra el film que para los que somos de pueblo no es un insulto sino nuestra normalidad. Cuando un porteño ve como un acto bruto y bárbaro pasear a los “ídolos” locales en el autobomba tiene que saber que eso no es ninguna exageración del director o un invento para mostrarnos burros, es la realidad.
“Yo siempre creí que era un mito eso del autobomba y la reina de la empanada” me dicen mis amigos porteños cuando les confirmo que las imágenes de la película no son ficción. Tampoco es ficción el rechazo que les genera a los pueblerinos alguien que se exilió “Ah ahora sos porteño” dicen con sorna, y es real que el ultra nacionalismo es la moneda más corriente en los pueblos. También podemos decir que no es ficción la soberbia porteña para con el pueblerino, el constante mansplanning y ninguneo de las costumbres criticándolas al nivel de bárbaras. Cuando el niño del Nacional Buenos Aires, Diego Tajer, dice que la película muestra como orangutanes a los del interior porque cree que son invento esas costumbres, en realidad nos está diciendo (sin saberlo) que los que nacimos en un pueblo tenemos costumbres dignas de un orangután. En definitiva, es crítica, es ninguneo y es mansplanning.
Hace un tiempo surfeando en las redes me encuentro con un texto de un chico muy popular en mi pueblo que escribió una especie de oda a las costumbres pueblerinas, donde vanagloriaba actitudes como la lentitud, el chusmerío, el odio al foráneo o eso de que todo el mundo sabe quién es quién, donde vive, quienes son los integrantes de tu familia y hasta que comiste ayer, o sea, la poca privacidad. Y aquí digo lo siguiente, que aceptemos que el porteño es soberbio y nos quiere venir a enseñar cómo vivir, no significa que tengamos que exacerbar costumbres tóxicas como los grandes valores del pueblo. Que seamos como seamos y que el pueblo sea como sea, no implica que no podemos hacer una mínima crítica.
Ahí está el punto que El ciudadano ilustre nos muestra: la idiosincrasia extremista del pueblerino no les permite revisarse, y mucho menos lo harán si viene un coterráneo exiliado con aires foráneos a explicarles de la manera más soberbia que el mundo gira para el otro lado. Quizás es eso lo que Tajer no pudo ver, y no pudo porque claramente ve el mundo desde donde está parado, el obelisco.
Aquellos que tenemos esa visión dual porque crecimos la primera mitad de nuestra vida en un pueblo y la segunda mitad en una gran metrópolis, tenemos la capacidad de comprender a ambos. Sabemos que en los pueblos, no hay cines, no hay festivales todos los meses, no hay comida vietnamita, no hay variedad de libros por leer, los artistas internacionales no los contemplan en sus giras y el 99% de las manifestaciones que cambian el rumbo del país no sucede en sus plazas. Con algo hay que divertirse. Comentando con los vecinos la vida de los demás, enraizando guerras contra los forasteros o soñar con saludar desde un autobomba. Y por supuesto hacer todo en slow para que el tiempo no pase lento.
¿Es justo entonces que venga un porteño ilustre a decirnos que en realidad nuestros artistas locales no hacen más que bricolaje o que la literatura es mucho más que Cien años de Soledad o que nuestros temas de conversación en realidad son dañinas intromisiones en la vida privada ajena? No sé si justo, pero creo que vale la pena pensarlo.
Hace casi unos cinco meses en el pueblo que nací una agrupación intentó discutir el tema de la elección del “mariposón” en la fiesta del estudiante y las respuestas fueron esas que algunos creen que un director de cine inventa para hacer quedar a la gente del interior como ignorantes: “A la mayoría le divierte” “Es la tradición del pueblo” “Siempre se hizo igual por qué cambiarlo ahora” “No vengan a querer meter acá ideas de capital”. Por supuesto que yo entiendo que el entretenimiento en un pueblo es más escaso, por eso acudiría a la imaginación, jamás se me ocurriría pensar en divertirme con algo que a otro le afecta. Pero esto lo pienso hoy que estoy a la distancia y que vivo en una ciudad cosmopolita donde las realidades que conocía se multiplicaron por un millón doscientas, si hubiese seguido viviendo allá probablemente me hubiera molestado que quieran cambiar mi rutina o habría puesto el ojo en que quién lo propone es la hija de Sultanita que toda la vida le hizo la vida imposible a Menganita.
La verdad es horrible que caiga un porteño ilustre a decirnos que somos unos cerdos machistas, pero antes de cerrarnos en el mensaje por su origen foráneo pensemos qué nos quiere decir ¿Está bien que si no me divierten y hasta me ofenden las costumbres tradicionales me digan que soy hipersensible y que el problema es mío? ¿Está bien que la única opción que tengamos disponible sea “adaptate o ándate”? ¿Acaso criamos a nuestros hijos para después expulsarnos si no encajan y que no quieran saber más nada del lugar que nacieron?
Cuando leí la noticia que en mi pueblo (que está a 3 horas de la Casa Rosada) se suicidaron 11 personas en un solo mes me dije a mí mismo en modo sarcástico “Cada vez hay más hipersensibles” pero en realidad cada vez hay más gente que no encaja y que no estamos dispuestos a escuchar.
No hace falta que venga un coterráneo exiliado disfrazado de porteño ilustre a que nos diga que estamos haciendo todo mal, hace falta escucharnos un poco más, plantearnos más problemáticas y cambiar aquello que haya que cambiar para que el lugar en donde vivimos sea un lugar cómodo para todos.        

Publicado por Juani Martignone
Todo el contenido, como las responsabilidades derivadas es propiedad de quien firma.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El alrededor florece; mi cuerpo perece

Ayer un viaje, hoy una marcha, mañana una elección

La devaluación democrática