La era de la divulgación
Previo a la revolución
informática el acceso a una información científica de discursos veristas era
acotado. Generalmente eran los especialistas los que accedían a las
publicaciones de Nature, Science, Ecos, The
Lancet o Cell. Hoy eso ya no sucede, estamos a dos golpes de tecla de
cualquier conocimiento en cualquier punto del planeta. En este sentido
podríamos decir que internet cumplió con su cometido: la divulgación masiva de
la información.
Como todo cambio paradigmático a
medida que se va andando en el camino se van descubriendo las falencias y
aunque podemos afirmar que la información se divulga con un éxito superlativo,
con el tiempo algunos sectores comenzaron a advertir sobre un problema que hoy
nos ataña a todos en la circulación de la información, y es el contenido.
Además de qué se divulga también
se cuestiona cómo se divulga. En esta época de inmediatez y en la que el tiempo
pasó a ser lo realmente valioso y donde estamos aturdidos de sobre información
para cualquier lado que miremos, el cómo se dice se transformó en la clave para
llegar a más público. Para ser más claros, con las millones de actividades que
nos propone la sociedad actual, somos los menos los que los que dedicamos
tiempo de nuestras vidas para leer papers de 70 páginas en los que a
veces debemos recurrir a traductores o a diccionarios para comprender una
palabra que jamás escuchamos. La mayor parte de la población se informa con
artículos muy pequeños, de lenguaje muy simple donde la estrella son los grandes
titulares de superficie, afirmado verdades sin explicar el origen y sin ahondar
demasiado para no aburrir. Es por eso también que hoy la vedette de la
información son los pictoline, los memes o los videos que no superan
los 5 minutos.
La información se transformó en
entretenimiento, hoy más que nunca se necesita captar la atención del
espectador para que no se aburra y no se vaya a cualquiera de los miles de
millones de fuentes de información a las que tenemos acceso. Por eso el
lenguaje en el discurso se vuelve esencial en esta espectacularización de la
información. No es lo mismo decir palabras técnicas que no todos conocen y que
no atraen, a hablar con lenguaje de la calle, de la cancha, utilizando
groserías o frases rimbombantes para atraer.
Esto también ayuda a aplanar
conceptos, no hay tiempo de complejizar, las cosas se tienen que contar como
blancos y negros y en 5 minutos uno debe tomar una posición. Flaco favor a la
radicalización de las ideas en la que hoy vivimos.
En su último libro “Periodismo y
verdad” Jorge Fontevecchia mantiene conversaciones con las figuras más
influyentes de todos los medios nacionales argentinos en los que rondan estos
problemas. Analizan cómo el periodismo perdió el lenguaje verista para tener un
lenguaje de alto impacto, la vedetización del debate político, la
preponderancia de la opinión por encima de la información y sobre todo el hecho
de darle al lector aquello que quiere consumir, confirmarle su idea
preestablecida. Aunque casi ninguno se opone al sesgo en la mirada porque
claramente todos tenemos una mirada específica y cada uno se para desde un
lugar distinto para ver el mundo, se critica fuertemente en el libro las
prácticas que intentan forzar una realidad para hacerla concordar con la
ideología que uno tiene, en la que vale observar únicamente al punto que
beneficia la idea, evitar la contrastación para no debilitar la idea, confundir
conceptos intencionalmente para fortalecer una idea, o lo peor, trucar la
realidad para darle asidero a lo que uno piensa.
Sin embargo podríamos decir que a
diferencia de las redes, la prensa tiene ciertas limitaciones, no es tan fácil
trucar la realidad. Un ejemplo que marcó un hito en este tema fue el juicio Irving
vs Penguin Books del año 1996. El conflicto giró en torno a que David
Irving publicó un libro negando la existencia del Holocausto y la resolución
fue clara: es un delito divulgar ideas contra fácticas, o sea, ideas que niegan
aquella realidad que es muy comprobable. Por supuesto la defensa acudió a lo
mismo que acuden todos aquellos que divulgan mentiras para fortalecer su idea
“controvertida”: la libertad de expresión y la libertad de opinión. A lo cual
se concluyó que uno puede opinar lo que quiere y como quiere, hacer una mirada
chiquita y sesgada de la realidad pero no se puede modificar esa realidad para
divulgarlo. O sea, Irving podría haber opinado que el Holocausto estuvo muy
bien o tener una mirada muy específica quizás en los beneficios (económicos,
militares, nacionalistas, etc) pero no podría negar que ese Holocausto existió.
Como este existen miles de casos en
los que se les hace juicios a medios de prensa por divulgar una mentira, las
hoy conocidas fake news y en la mayoría de ellos quien pierde es el
divulgador pero cuando llega a estas resoluciones el daño ya está hecho. Las fes
de erratas en los diarios son muy pequeñas y en la TV suelen pasar tan rápido
que nadie lo ve. Y aunque se viera son las secciones menos consumidas. Nadie
quiere leer que el medio por el cual se informa se equivocó o mintió y es así
que lo único que queda es esa idea original que implantó un conocimiento falso
en la población.
Si consideramos que medianamente la
prensa tiene ciertos límites en la divulgación de errores ¿Cómo es entonces que
proliferan ideas falsas como terraplanismo? La respuesta está en las redes.
Otra de las problemáticas que discute Fontevecchia en su libro es el porqué de
la caída de los medios, por qué la gente ya no confía en el periodismo para
conocer la verdad. La conclusión a la que arriba es hay dos motivos. El primero
es el periodismo rentado, aquel a quien le pagan para que diga algo que
beneficie a un tercero, el segundo y más grave, es que el periodismo se ha
transformado en algo incómodo algo no siempre me dice lo que quiero escuchar
para confirmar mis ideas preexistentes y es en este punto en el que se abre un
vacío que las redes vinieron a ocupar.
Con la ciencia pasa algo
parecido, no es cómoda. No es cómodo leerla, no es muy sencillo comprenderla y
no siempre confirma esas ideas que teníamos preestablecidas. Aunque hoy es de
fácil acceso, no siempre tenemos el tiempo suficiente que requiere darle. Y es
así que también deja un vacío (el de la rapidez, la sencillez y el alto
impacto) que las redes vinieron a ocupar.
La posibilidad que te da el
contenido digital es la moverse en un terreno completamente desrregulado donde
cualquiera puede decir lo que quiera sin citar fuentes, sin compartir los links
de donde se tomó la información y sobre todo hacer esto sin siquiera dar tu
nombre real.
O sea, un día estamos navegando
por las redes y nos cruzamos con un video donde un señor que no sabemos quién
es ni conocemos sus credenciales para hablar del tema, en menos de 5 minutos
nos explica algo con palabras simples pero de mucho impacto, nos muestra imágenes
que no sabemos de dónde salen pero que confirman su teoría, si tenemos suerte
citará a alguien que no iremos a buscar quien es y todo eso abonará un extremo
que nunca será contrastado para no debilitarse. Si somos de esas personas que
antes de cruzarnos ese con ese video ya creíamos en ello, el señor vino a
confirmarnos y fortalecer aún más eso que pensábamos, colabora con radicalizar
y extremar las ideas. Si no somos los de los que creemos en eso, las redes
directamente no me lo van a mostrar y van a intentar radicalizarme en otro sentido.
Así resurgen hoy en pleno siglo
XXI ideas que la ciencia, la historia, el periodismo y la sociedad entera ya
las ha refutado, como el terraplanismo, los movimientos antivacunas, la
homofobia, la transfobia, el antisemitismo o el racismo. Ese futuro utópico con
el que soñábamos más bien fue virando en ese futuro distópico que nos propone “El
cuento de la criada” de Margaret Atwood que hoy todos lo vemos como una ficción lejana, pero cuidado, porque Julio Verne soñó
con submarinos escribió ficciones que en su momento eran lejanas y hoy creo que
no hace falta que cuente cómo terminó la historia.
El problema de la información
carentes de veracidad, historicismo y en contra de todo lo estudiado hasta acá,
es la divulgación. Locos diciendo cosas hay por todos lados y en todas las
épocas los hubo y son inofensivos hasta que le ponemos un megáfono delante y
las redes son los megáfonos potentísimos que incluso llegan a los medios
tradicionales. Y entonces se empieza a tornar peligroso.
Se torna peligroso cuando nadie
contrasta que a Andrew Wakefield se le quitó la licencia de médico por decir que
las vacunas generan autismo, que la revista científica The Lancet emitió un
comunicado informando de ese error. Que cuando el abogado Nicolás Márquez, acusado
de pedofilia, violencia de género e incitación al aborto, habla de que en
Argentina está permitido el “cambio de sexo” cuando en realidad confunde a
propósito el concepto de género porque ahí sí se las tendría que ver con todos
los estudios que las ciencias sociales ya hicieron y lo refutan de cuajo, y que
por eso utiliza un lenguaje vulgar y sencillo para convencer a personas que
desconocen esos estudios sabiendo que su discurso sin asidero académico y no
podría convencer a nadie de las ciencias.
Una opinión disidente la podemos
tener todos pero negar aquella información que se ha comprobado es un acto de
irresponsabilidad y la divulgación de esos discursos mucho más aún. Esa es
nuestra responsabilidad en el uso de las redes, quienes sabemos un poco más o
nos complace acceder a las ciencias debemos parar la divulgación de discursos
que mienten y generan odio.
Porque cuando uno divulga odio
vuelve más odio, cuando uno en su divulgación intenta imponer su moral por
sobre los demás se encuentra con resistencia, y cuando uno difunde mentiras que
tranquilizan su conciencia le vuelve un hijo con sarampión.
Publicado por Juani Martignone
Todo el contenido, como las responsabilidades derivadas es
propiedad de quien firma.
Comentarios
Publicar un comentario