El lado del mostrador


Fue un viernes de septiembre de 2017 cuando nos fuimos a comer al mediodía con mi gerente y dos o tres compañeros más de trabajo. Nos sentamos en la única pizzería más o menos decente que tiene el barrio en el que trabajamos, pedimos y charlamos de algunas cosas banales de la oficina. Yo era nuevo y mucho no podía aportar por lo que estaba más callado. En un momento de silencio, oímos que en la TV del lugar hablaban del caso Santiago Maldonado y eso nos dio pie a una nueva charla. “¿Qué piensan sobre esto?” preguntó mi gerente con cierto desconcierto y hasta con un dejo de angustia. Ninguno tenía una hipótesis muy definida pero todos concordábamos en que no entendíamos qué pasaba, la incertidumbre, la duda, las acusaciones nos generaban miedo y sobre todo angustia.
¿Acaso era cierto que vivíamos en un Estado que hacía desaparecer personas? ¿O en realidad sucedía eso que decían algunos que estaba armado y orquestado para desestabilizar al gobierno de turno? La duda era inquietante. Acordamos que todos entendíamos que nos resultaba imposible de pensar que en pleno año 2017 una fuerza de seguridad pueda hacer desaparecer una persona y mucho menos sin un fin específico, por otro lado sabíamos muy bien que hace no muchos años, un poco más de los que yo tengo, el Estado argentino hacía desaparecer sistemáticamente a personas y aun así no teníamos la seguridad que esos años no volverían nunca más. Luego creer que la oposición puede hablar con tanta liviandad de hechos tan dolorosos para el pueblo argentino como la desaparición con el único fin de desestabilizar un gobierno nos parecía vil y preocupante, quienes vivimos con conciencia el 2001 sabemos muy bien lo terrible que es ver como un gobierno cae, incluso empujado por la misma oposición y peor aún, todo lo que viene después de esa caída: el eterno remontar.
Ese día nos volvimos a la oficina concluyendo que lo que nos mata es la incertidumbre de no saber en qué Estado vivimos, un Estado en el que cualquier cosa se puede decir y cualquier cosa puede ser cierta porque así la experiencia nos los indica. Incertidumbre que sólo puede resolver el mismísimo Estado aunque cuente con poca información, pero por esos días la voz oficial aún no se había pronunciado. Lo hizo recién después de dos meses del hecho cuando estaba resuelto aquello que había sucedido y que todos sabemos.
Lejos estoy de creer en un Estado paternalista, más bien me ubico dentro de los detractores de este tipo de Estados, pero sí creo fervientemente que una de sus funciones es la de cuidar a la población y no solamente con fuerzas de seguridad, sino cuidarlas de que su integridad no se vea afectada. Esa incertidumbre que nos provocaba el miedo de volver a años oscurísimos o crisis institucionales que paga el pueblo, se solucionaba de una sola manera: dando inmediatamente un mensaje de tranquilidad a toda la población de parte del presidente y de esta forma evitar especulaciones y angustias colectivas.
La herramienta que tienen los presidentes en ejercicio para dar mensajes a la población que son de interés general y clave para el funcionamiento de las mismas es la cadena nacional.
El uso de esta herramienta es específico aunque varía según los protagonistas. En la memoria colectiva quedan cadenas como la de Alfonsín luego del levantamiento carapintada, la de Menem anunciando la derogación de la ley de servicio militar obligatorio, la de De la Rúa decretando el estado el estado de sitio y las de Cristina que fueron 121 en 8 años e iban desde inaugurar una canilla en la Matanza hasta retar a un abuelo acusándolo de amarrete por querer comprarle 10 dólares a su nieto.
Básicamente Cristina utilizó la cadena nacional para contar las “cosas buenas” que estaba haciendo en su gobierno. De repente irrumpía la programación para anunciar qué nuevo “logro” había obtenido y lo hacía con todas las pretensiones de verdad que se requieren, sus discursos eran veraces. Afirmaba hechos fácticos con vehemencia, mostraba números de gestión y en más de la mitad de sus cadenas hizo evocaciones históricas con una visión e imaginación muy personal. Al tratarse de un discurso unidireccional no había manera de contrastar lo que ella decía en el momento que lo decía, eso sería para trabajo posterior de Chequeado o para los que twiteábamos furibundamente. Por lo tanto Cristina podía presentar carteles en donde se dijera que en la Argentina había un 5% de pobres para afirmar que durante su gobierno había menos pobres que en Alemania y nadie la podía contradecir, era ella afirmando que el país estaba de una cierta manera y terminaba.
Inauguró una manera de hacer propaganda proselitista autoritaria y despótica. Cuando en los países normales los presidentes se sientan en rondas de periodistas para rendir cuentas de su gestión, Cristina Fernández dio por saldada esa cuestión sentada frente a una cámara donde armaba la realidad a su antojo y donde nadie podía preguntar, cuestionar la procedencia del número o retrucarle con un “señora está mintiendo”. Y de este modo se jactó de ser una presidenta que siempre rindió cuentas a su pueblo. Una manera bastante tirana, poco democrática y haciendo un uso vil de la cadena nacional.
Como antes dije, durante aquellos días de septiembre de 2017 Mauricio Macri no utilizó la cadena nacional para decir “Señoras y señores estamos tan preocupados como ustedes por el caso del chico Maldonado, estamos haciendo la investigación pertinente, en cuanto tengamos la información la daremos a conocer pero mientras tanto tengan la tranquilidad de que voy a asegurarles que no volveremos a aquellos años oscuros donde la gente desaparecía” y todas la emisoras participantes vuelven a su programación habitual. Ni siquiera habló con medios hasta no tener el resultado final. Para no darle el fatal uso que le había dado su antecesora hizo lo que Beatriz Sarlo llamó “Cristinismo invertido” o como lo llama la misma Cristina en su libro Sinceramente “Espejo invertido”, se sumió en un profundo y perturbador silencio. Justo cuando más se necesitaba su voz.
Sin embargo el jueves pasado el presidente que ni siquiera transmitió su asunción para toda la población por cadena nacional, consideró que ahora sí era pertinente hacer uso de esta herramienta ¿Acaso quiso dar un mensaje de paz y tranquilidad para estas fiestas y estos diciembres que suelen ser convulsionados? No. Utilizó la cadena nacional de la misma manera que la utilizaba Cristina Fernández de Kirchner: para hacer propaganda proselitista. Enumeró una serie de “logros” y de cifras sin posibilidad alguna de ser refutadas, no solo por la característica de undireccionalidad del discurso sino porque además fue grabada. Eso sí, como novedad a los discursos kirchneristas incorporó la autocrítica y aquellas metas no cumplidas, rapiditas y a la pasar y cambiando de tema, total ¿Quién va a cuestionarlo? Nadie, es su versión de realidad y luego que Chequeado y los twiteros furibundos se encarguen. Y de este modo, continuando el legado de “La Jefa” el presidente consideró que ya están rendidas las cuentas con el pueblo. Las preguntas por la procedencia de los datos y las afirmaciones tendrán que ser direccionadas a otro, no a él.



Lo curioso del caso es que lo que en algún momento supieron llamarse “Defensores del cambio” hoy devenido en “macristas” a secas no tomaron nota de este particular estilo de hacer cadenas nacionales. Estilo que durante casi una década fue ultra criticado cuando fue adoptado por Cristina, entonces algo no me queda claro ¿Está bien o está mal usar la cadena nacional para enumerar los logros de gobierno, citar cifras sin fuentes sin posibilidad de contrastación y a modo de rendición de cuentas? Eso depende, depende de qué lado del mostrador te encuentres.
Como si fuera una especie de profecía autocumplida, el texto que dio origen a este blog 2 años atrás empieza a comprobarse: los seguidores de Mauricio Macri se han vuelto en justificadores seriales de cualquier cosa que haga su seguido del modo que lo hicieran los seguidores del kirchnerismo. Los fanáticos son fanáticos, y en los fanatismos no hay lugar para la crítica y mucho menos para autocrítica, aun así si esta surge de los elementos que ayer fueron tus estandartes porque no existe una coherencia, un valor al cual defender, lo que importa es ocupar el lugar de poder, aferrarse a él y justificar todo aquello que se haga para no perderlo.
Tal es así que tanto en épocas kirchneristas como en épocas macristas podemos dar como válido el siguiente enunciado: la oposición cree y defiende las cifras del observatorio de la UCA, el oficialismo prefiere que no se difundan. No importa si nuestra convicción está en creer o no en las cifras de un grupo de estudiosos del tema, lo importante es el lado del mostrador del que nos encontramos, oficialismo u oposición.
Un discurso falto de convicción debería insostenible en el tiempo y entiendo que la convicción es algo que se va formando a medida que se transcurrimos los hechos, muchos mitos destruí una vez que me tocó atender al público y hoy que ya no lo hago me comporto como cliente entendiendo quién es el que te atiende y cuáles son sus alcances. Sé que para eso tuvo que transcurrir el tiempo, ocupar ambos lados del mostrador y elaborar un pensamiento que contemple ambas características, entendiendo el proceso, considero que es lo deseable.
Si quien te atiende lo hace de mala gana porque el cliente no le importa, luego se va a la casa despotricando porque lo maltrataron y cuando va a comprar algo se comporta como ese cliente maleducado que lo maltrató porque nadie piensa en él, no hubo un proceso de comprensión, análisis y formación de esa convicción. Así nos comportamos como seres políticos, sufrimos las cadenas ajenas, veneramos las propias, por citar un ejemplo que es el que nos ataña en esta cuestión.
Un país sin convicciones no tiene valores por defender, sólo posiciones que pretende ocupar y es por eso que estará condenado a una vida pendular. De uno u otro lado, nada más.       

Publicado por Juani Martignone
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