La máquina cultural líquida


El tema del trabajo era la poesía y el poema y uno de mis compañeros subió a la tarima y arrancó a leer en voz alta “´Instantes´ de Jorge Luis Borges”. La profesora, a diferencia de lo que hubiera hecho María Kodama, dejó que el alumno terminase para decir que en realidad “Instantes” era un poema de autor desconocido que usualmente se le atribuía a Borges pero que él nunca había escrito eso. Le dio el puntapié para instarnos a investigar con rigurosidad los orígenes de los materiales utilizados para no caer en citas apócrifas si queremos que nuestras conclusiones sean tomadas con la seriedad que requerimos. Otro compañero preguntó cómo buscar, cómo darse cuenta que el material que estamos consumiendo nos está engañando, y la profesora respondió que en este caso si hubiésemos leído más poemas de Borges y no sólo el de la cita, si hubiésemos leído más la literatura que en general produjo Borges como escritor, hubiésemos reconocido ya sea por la prosa o por la manera de abordar los temas, que Borges jamás podría haber escrito un poema como “Instantes”.
Esto sucedió en los tardíos 90 cuando estaba cursando el secundario, los poemas y las investigaciones eran cosas de libros y bibliotecas, internet era lento y un lujo que se podían dar sólo los ricos. Casi quince años después llegaron las redes sociales y me volví a encontrar con gente que publicaba en sus muros el poema “Instantes” adjudicándoselo a Borges, sólo que esta vez era falsa información viajaba a la velocidad del click del mouse. Cada vez que volvía a ver replicada la cita apócrifa agradecía cual plegaria religiosa haber tenido una educación pública y laica que me enseño a tener un pensamiento crítico.
Utilizo una metáfora religiosa para expresar mi agradecimiento a la educación recibida porque para cuando las redes sociales habían llegado a nuestras vida, yo ya sabía que esa profesora en esos tardíos 90 era la excepción a la regla en un educación que venía lentamente en regresión hasta legar a su punto máximo en el 2000 (año que me egresé) y que luego siempre iba a estar cada vez más a la baja, incluso con netbooks, incluso ESI, incluso con “todes”.
Veinte años después de su primera edición, en 2014, llegó a mis manos “Escenas de la vida posmoderna” el libro que consagró a la ensayista (entre otras cosas) Beatriz Sarlo como analista cultural. En él hace una minuciosa etnografía de la cultura, la educación y la sociedad en Argentina durante el año 1994, apenas un par de años antes del “instantesgate” que había vivido en el colegio secundario, allí ponderaba con ahínco la educación pública que formaba sujetos críticos a la vez que vaticinaba como la posmodernidad empezaría a dejar de lado la crítica para darle lugar al sujeto, lo que uno siente, lo que uno piensa, lo que uno opina, sin importar tanto los orígenes o cómo se forma eso que se siente, se piensa o se opina.
La posmodernidad terminó. El presente es líquido. Todo lo que se dice hoy mañana se escurre como agua entre los dedos, basta con ver como gobierno dice que la prioridad son los abuelos, 60 días después los ajusta brutalmente y pasa en nuestra sociedad como el agua, sigue corriendo, seguimos con otra cosa. Mantener hoy un pensamiento crítico sin que nos coma la liquidez es un trabajo titánico ¿Cómo explicarle a alguien que ese poema llamado “Instantes” y que es adjudicado a Borges y que tiene miles de likes y que fue compartido por miles de personas en realidad no es de Borges? ¿Cómo explicar que todos esos miles que apretaron Compartir y Me gusta no saben qué les gusta y qué están compartiendo? ¿Cómo explicarlo si dentro de la próxima hora el poema más compartido y más likeado será otro? ¿Vamos a hacer como nos pidió esa profesora excepcional del secundario y debemos investigar con rigurosidad nuestras citas? No sería ilógico en un mundo en el que la información ya no está en horas de índices de bibliotecas y fotocopias sino a dos golpes de teclas en Google, pero como el presente se escurre como agua entre los dedos, apretamos compartir y ya ¿O deberíamos exigir que antes de uno comparta algún poema adjudicado a Borges debamos conocer bien su literatura para no caer en citas apócrifas? En el presente liquido el tiempo apremia y ese tiempo no puede ser usado para consumos intelectuales, o sí, pero de otra manera, fragmentado en algún videíto de 2 minutos que se comparta en redes, en noticias de click bite, o en memes o pictolines, una imagen y ya me enteré de todo ¿Y las fuentes? No es algo que importe a este presente, ya lo vaticinó Sarlo 25 años antes en su etnografía. En el programa radial Vidas prestadas que se encarga de divulgar la producción literaria nacional, María Esperanza Casullo a propósito de su libro decía que en épocas de Google no hace falta poner los pie de página con las fuentes, se googlea la cita y listo. No MEC, la gente no tiene tiempo de googlear para verificar, cree y listo.
Las redes sociales hicieron de los contenidos que se reproducen sólo saberes populares, cuando uno tiene alguna charla y pregunta “¿Dónde te enteraste de eso?” “Lo puso uno en Facebook” es la respuesta más escuchada. El historiador Federico Finchelstein dirá en el mismo programa radial de libros que vivimos en un populismo digital. En los populismos no hay cuestionamientos al líder, se le cree y se le tiene fe, aunque los indicios y la lógica vayan por otros caminos. Hoy el líder es Google, son las redes sociales, tenemos fe en que eso que allí se reproduce es la verdad, por lo tanto no hace falta ir a contrastarla. Si mañana alguien en Facebook publica el poema “Instantes” asegurando que lo escribió Borges, pues entonces, amén.
Hace tres años la editorial Siglo XXI reeditó el libro “La máquina cultural” donde otra vez la ensayista Beatriz Sarlo se explaya, esta vez con mayor libertad, sobre la educación que en nuestro país comenzó a fines del siglo XIX y se extendió hasta mediados del siglo XX, esa que te formaba para tener un pensamiento crítico a la hora de leer un diario para “no te metan el perro” como se suele decir. No era una educación que te formaba obtener un trabajo inmediatamente pero si una que te brindaba herramientas para ser un sujeto crítico que puede discernir entre lo que se dice libremente y lo que se puede sostener con un argumento sólido.



En redes sociales me he encontrado con ideas fantásticas que pude ir desarrollando gracias al debate público que esas mismas redes generan. Google me ha servido como una herramienta inigualable para investigar. No todo lo que allí está, es apócrifo, hay que buscarlo con espíritu crítico.
En este océano de conocimiento compartido y democratizado que son las redes lo más importante es volver a activar la máquina cultural.             

Publicado por Juani Martignone
Todo el contenido, como las responsabilidades derivadas es propiedad de quien firma.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El alrededor florece; mi cuerpo perece

Ayer un viaje, hoy una marcha, mañana una elección

La devaluación democrática