Pandemias de segunda


“Angustiante es que el Estado te abandone. Angustiante es que el Estado te diga ‘acá no está pasando nada’. Acá están pasando cosas serias” dijo el presidente Alberto Fernández y aunque cada uno puede angustiarse como se le dé la gana también seria angustiante que Estado te abandone. Sentirse solo mientras ves como alrededor tus conocidos caen muertos como moscas debe ser realmente angustiante. Aunque con las críticas que uno pueda hacer a la implementación, la extensión, el discurso, las demoras, o la nula acción multidisciplinaria, el gobierno se ocupa exclusivamente a las cuestiones sanitarias de la pandemia que nos azota. El futuro nos dirá si lo hicieron bien o si todos los descuidos a otras áreas terminaran siendo más letales.
Ver muertos apilados en fosas comunes puede ser intento de imaginarse que es lo que un Estado te abandone, pero si aun con eso no alcanza, la película de HBO “The normal hearth” nos da una idea acabada y realmente muy angustiante de lo que es que un Estado te abandone en plena pandemia de un virus desconocido.



Ryan Murphy que nos tiene acostumbrados a tratar los temas diversidad sexual y en esta película se mete en un momento histórico, en un lugar determinado, en el que la comunidad gay vio una vez más como se los consideraba ciudadanos de segunda. Esto queda en evidencia cuando la pandemia de SIDA estalla en el mundo y llega a grandes ciudades con grandes conglomerados de gays, como Nueva York. La película muestra bien como fue el camino para que se reaccionara ante la gravedad del virus de VIH girando por el mundo, pero sobre todo te muestra cómo en sociedades liberales y de rasgos progresistas como la neoyorkina se invisibiliza la problemática, básicamente por tratarse de un “problema meramente de gays”. Por ende, ante una sociedad que se considera ajena a los peligros de la infección de un virus nuevo, se expresa en un Estado completamente ajeno a esta causa.
“The normal heart” sobre todas las cosas, refleja ese momento en la historia en el Estado por enésima vez, abandonó a una comunidad y la condenó a la muerte, simplemente por su sexualidad. Impresiona ver como una comunidad ve que sus pares van muriendo uno a uno, cada vez más rápido, sin importar sus prácticas o conductas, su inteligencia o su condición social, mientras el Estado en frente de ellos no los ve. En realidad elige no mirarlo, porque otra cosa que impresiona es como la misma comunidad gay al sentirse completamente librada a su suerte se agrupa, se juntan, crean oficinas para ayudar a otros con lo poquito que pueden ayudar, poniendo su dinero, su esfuerzo, sus recursos para intentar hacerle frente a una ola que venía a matarlos a todos: una pequeña oficina en Nueva York con cuatro o cinco gays intentando hacer eso que el Estado no hace porque son gays.
El personaje que interpreta Mark Rufalo es el más controvertido porque al ver como todos sus amigos se mueren sin más y los hospitales no los atienden y en los medios no se habla del tema y la gente en general cree que se merecen el virus por promiscuos y el alcalde no los escucha y los secretarios de salud no lo consideran un problema grave, se enoja. Y se enoja tanto que a veces se lo escucha irracional y ese enojo genera rechazo porque le preguntan por “su” virus y se enoja y grita; minimizan la cantidad de muertos comparándolo con los soldados en las guerras y se enoja y grita más fuerte; la emergencia lo apremia y se enoja tanto que se quiere saltar todas las diplomacias y protocolos; se enoja con amigos y familiares; se lo ve siempre enojado. Enojado porque el Estado los ha abandonado a él a los suyos, la angustia ya no le alcanza, se trasforma en enojo, enojo para gritar bien fuerte, tan fuerte como para que se escuche.
Al ver como sucedía esta película y al escuchar al presidente hablar de que hoy el Estado no te abandona, automáticamente pienso que estas cosas son de un pasado que no vuelve. Sin embargo hace unas semanas atrás mis redes sociales me recuerdan que un 3 de junio de 2015 estaba en una plaza muerto de frío gritando como Mark porque la angustia de ver como mataban una chica tras otra ante la mirada impávida de todo el mundo, se había transformado en enojo.
No soy mujer, no estaban matando a mis pares, pero me sentí como aquella lesbiana de la película que creía que el VIH le era un problema ajeno pero igual se acercaba a ayudar porque veía como morían sus amigos o porque sabía lo que era ser invisible a los ojos del Estado. Después el tiempo le explicó a esa lesbiana y todas sociedad, incuso a los heterosexuales, que sí era un problema de todos. Como el patriarcado. Que a mí que soy un varón gay no me afecta del mismo modo que a una mujer y seguramente mucho menos de lo que le afecta a los heterosexuales que cumplen el canon del macho, pero que en definitiva nos afecta a todos por igual. Porque ya sea por no ser del género o por no tener las conductas sexuales que el patriarcado impone, a la larga o la corta te termina matando. Y esa muerte no se verá, o se justificará, o no tendrá la importancia que tienen otras. Como sucedió en los 80 con el VIH.
Ver a gays civiles comunes agrupados y tomando cartas en un asunto de emergencia porque hay un Estado que los dejó abandonados, me recordó al grupo de periodistas mujeres tomando cartas en la emergencia que significaba el femicidio en Argentina porque el Estado miraba para otro lado, tanto que ni siquiera existía la figura penal, se llamaba “crimen pasional”. Ver como un grupo de gays en un departamento de alquiler reciben llamadas y arman fichas de casos de VIH en todo el país sin ayuda alguna del Estado, me recuerda a la actual Casa del Encuentro que es la única ONG de mujeres que juntan día a día los casos de femicidio, hacen una estadística y los publican para alertar de la emergencia sin ningún tipo de ayuda estatal, ni siquiera del tan promocionado Ministerio de la Mujer. Ver cómo el alcalde gay (no confeso, tapado) les niega una reunión a este grupo de gays autoconvocados porque sería asumir debilidades y discriminaciones del sistema sanitario durante su gobierno, me recordó cuando la presidenta durante el 2015, también mujer, se negó a escuchar el grito de Ni una menos de las mujeres autoconvocadas porque entre las periodistas organizadoras la mitad pertenecían a un medio opositor: se refirió a la primera marcha de Ni una menos como una marcha opositora. Cuatro años después, fuera del poder, reconocerá en su libro que menospreció el movimiento pero seguirá afirmando que la primera marcha organizada por las periodistas estuvo de más.
Por último el espejo de la actualidad que más me impresionó ver fue el enojo del personaje de Mark Rufalo que es desmedido, sí, pero muy bien fundado: se están muriendo y nadie hace nada. Cuando hoy las mujeres se enojan y gritan y marchan, la sociedad (y hasta el momento el Estado también) las ve como manifestaciones desmedidas, y es posible que lo sean, lo que no se ve tan claramente como en la película es que ese enojo desmedido está fundado en que son mujeres que ven como las matan día a día mientras nadie hace nada; son sus amigas, sus conocidas, sus vecinas, sus compañeras de trabajo, son potencialmente ellas a las que están matando y en 5 años no han habido cambios sustanciales más que un puñado de promesas proselitistas que cada vez se ven más lejanas.
El enojo de los gays de ayer y de las mujeres de hoy surge porque hay pandemias que Estado elige no ver. Hoy el presidente nos dice que el Estado no te abandona frente al coronavirus porque es un virus que puede agarrarle a cualquiera y poner en jaque al propio sistema sanitario, en cambio si el coronavirus atacara solo a mujeres o a gays nos quedan dudan si un gobierno decidiría parar un país completo, parar su economía, poner en riesgo la salud metal de su población, con tal de detenerlo; y nos quedan dudas por la experiencia vivida de lo que se viene haciendo en materia de género.
Enoja que haya “pandemias de primera” que se llevan toda la atención y “pandemias de segunda” que no se consideren tan urgentes y que todavía pueden esperar porque se trata de mujeres, de minorías, de personas que no cumplen con el canon que el patriarcado propone.
Enoja porque mientras nos preocupamos por el coronavirus de uno de los Barones de conurbano, otras pandemias, “pandemias de segunda”, como la ola de femicidios se acentúa en este contexto de encierro y nadie hace nada.
Enoja que nos anuncien el fin del patriarcado y alcen la bandera de la diversidad sexual para que les depositemos nuestro voto pero en efecto no generan políticas públicas para que no hablemos de que el flagelo del femicidio no para y que tengamos que volver a explicar otro 28 de mayo nuestro orgullo porque sigue habiendo homofobia en la sociedad.
Enoja porque en estas “pandemias de segunda” la curva no se aplana, sólo crece, hace años esperamos el pico, esperamos que baje y ese pico nunca llega, nunca baja, siempre se posterga.
Enoja que mientras la curva crece más y más el Estado esté mirando a otro lado que considera más urgente.          

Publicado por Juani Martignone
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