Se nos nota lo malcomidos
Un nuevo concepto se puso de moda
entre los argentinos del 2020: soberanía alimentaria. Como un mantra, estas dos
palabras se repiten de forma habitual e ininterrumpida para denunciar o
justificar hechos de variado interés, que en la mayoría de los casos poco tiene
que ver con el real concepto.
El caso más resonante que quizás
fue el que puso en boca de todos, esta nueva soberanía, fue el intento fallido
de intervención y expropiación de la cerealera privada llamada “Vicentín”.
Independiente del defalco de la empresa para con el Estado, la torpeza y el
poco tacto del gobierno para semejante jugada y los atropellos a las instancias
que las democracias sanas y liberales le aseguran a su población, el motivo
principal anunciado fue el camino a esta nueva vedette a la que debemos aspirar
como sociedad: la nueva soberanía que promete alimentarnos sin pedirle permiso
a nadie. A muchos nos recuerda aquella promesa que se hizo en su momento de
soberanía energética como propósito para la expropiación de otra empresa
privada y acto seguido vinieron cortes de luz insoportables, barcos de
combustible en el río Paraná que le comprábamos a otros países y después, ya
con cambio de gestión, aumentos fenomenales de tarifas de la noche a la mañana;
pasamos de 0 a 100 más rápido que una Ferrari. Por lo tanto, quienes
tenemos algún dejo de memoria, estos motivos que se hacen llamar “soberanías”
nos suelen sonar un poco inverosímiles.
Pero el punto en cuestión es otro
¿cuánto sabemos de los alimentos que producimos y los que consumimos para
pretender tener soberanía sobre ellos?
Si volvemos a tomar el caso de
“Vicentín” es desconocer por completo cuáles son las prácticas de las
cerealeras para hablar si quiera de alimentos. Un trader (un intermediario)
entre un productor y un país extranjero que sólo compra materia prima sin valor
agregado alguno, que ni siquiera usará para alimentar a su población sino para
alimentar a los animales que cría para alimentar a su población está muy lejos
de lo que proponen las cátedras de soberanía alimentaria como la de la UBA.
Para ser más concreto, una cerealera trader sólo intermedia en la venta de
porotos de soja sin proceso alguno que servirán para que los chinos engorden a
sus cerdos para después comérselos. A no ser que pensemos que podemos
alimentarnos solamente a porotos de soja, las cerealeras están la vereda
opuesta de la llamada soberanía alimentaria.
Justamente las cátedras que
estudian este concepto se oponen fervientemente a las lógicas de mercado de
estas empresas porque fomentan que los productores a sembrar cada vez más
semillas que no aptas para el consumo, que sólo sirven para vender a otros
países, en vez de sembrar todo aquello que podemos consumir internamente y que
de una vez a los propios habitantes de un país capaz de producir alimentos para
la mitad de la población mundial nos deje de resultar tan caro algo tan vital
como comer. Básicamente dejar de tener comprar alimentos a otros países sino
fomentar la producción interna para consumo interno porque somos bien capaces
de eso. Un ejemplo muy elocuente es el trabajo que hace la UTT (Unión de
Trabajadores de la Tierra) que sólo se dedican a sembrar y comerciar aquellos
productos para consumo de la propia población, respetando las temporadas y
libres de agrotóxicos. Si quisiéramos que una cerealera nos guíe en el camino
de la soberanía alimentaria deberíamos cambiarle por completo la lógica,
pedirle que, en vez de comerciar porotos de soja con China, comercie maíz,
trigo, centeno, cebada, frutas, verduras y hortalizas con productores locales
de alimentos para consumo local. En otras palabras, tirarla y levantar una
empresa nueva completamente distinta.
Entre las personas que estudian
seriamente la soberanía alimentaria y no como un acto de marketing publicitario
para justificar las decisiones intempestivas que ocultan otros intereses menos
claros ante un público que no entiende del tema, además de la cátedra homónima
de la UBA y la UTT, se encuentra la periodista
Soledad Barruti quien escribió el libro “Malcomidos: cómo la industria
alimentaria argentina nos está matando” que investiga cómo son los métodos de
producción de alimentos en la Argentina, que cada vez son más dañinos para
nuestra salud, y en donde se mezcla un juego de ambiciones por parte de los
productores para ganar más exportando por un lado, y por parte del Estado que
mira para otro lado con tal de obtener más divisas extrajeras para solventar el
enorme gasto público, por el otro.
Lo que Soledad nos trae con su
investigación no es más que mostrarnos de forma cruda cómo es que se hacen
todos los esos alimentos que nos gusta comer, algo parecido a lo que hizo en su
momento la escritora Agustina Bazterrica en la presentación de su libro
“Cadáver exquisito” una novela que trata de un futuro distópico en el que la
humanidad al verse imposibilitada de comer animales por un virus que azota al
mundo legaliza el canibalismo y la producción de carne humana, que en el libro
la cuenta con un nivel de detalle espeluznante. Para dicha presentación Bazterrica
invitó a un asado con tripas, chinculines y tripa gorda, y al leer los primeros
fragnmentos del libro muchos creyeron que la autora pretendía volver veganos a
los asistentes, sin embargo, manifestó luego que quiso sembrar la conciencia de
que para que ese plato delicioso que estaban disfrutando llegue a su mesa
previamente se debieron hacer un montón de cosas escabrosas de la manera más
humana posible, que preferimos no ver. Esto también va en línea con la charla TEDx
de Narda Lepes que tituló “La teoría del chancho y la mandarina”
Si hablamos de eso que no
preferimos ver, pero si estamos dispuestos a comer ¿cómo es posible plantear
así una discusión sobre soberanía alimentaria? De esto mismo se desprende la
última denuncia de Soledad Barruti desde su cuenta de Instagram. Cuando el
Estado argentino analiza la posibilidad de vender a China un producto procesado
en nuestro país, con un valor agregado, como la carne de cerdo, que puede
duplicarnos la entrada de divisas extrajeras, mejorar nuestro estado financiero
como país y sobre todo aumentar la cantidad de puestos de trabajo en varios
puntos del país sin la dependencia exclusiva de la fructífera Pampa
húmeda en un momento económico particularmente complicado, no hay mucho
que pensar, todo parece ganancia, un win-win, al fin la utopía que Martín
Lousteau soñó en su libro “Economía 3D” pareciera estar al alcance de la mano.
Ahora, si hacemos el ejercicio de
ver eso que elegimos no ver porque nos es más cómodo, nos vamos a dar cuenta
que aumentar la producción de la noche a la mañana nos puede traer graves
consecuencias ambientales y humanas al nivel de nuevas pandemias como la que
estamos viviendo, que entre otras cosas se produjo por una producción
desproporcionada y atroz de pangolines. Existen formas de hacer producciones
amigables con ambiente y con los mismos animales, sólo que la oferta económica es
tan jugosa del otro lado que no queremos siquiera sentarnos a pensarlo y más
aun teniendo en cuenta que quien pretende firmar el acuerdo fue el mismo
funcionario que permitió el uso de transgénicos en los años 90 para que las traders
cerealeras copen la producción agraria con una metodología de venta sólo de
comodities al exterior sin importar los desastres naturales que estas
provocaron en el ecosistema, la tierra fértil y la vida humana.
Es cierto que Soledad exageró en
su posteo con la cantidad de producción, no se pretende aumentar a 100 millones
de cerdos sino a 17 millones, aproximadamente el doble de los que se produce en
la actualidad, lo que me lleva a preguntar ¿y cómo estamos llevando a cabo la
producción actual? ¿Cómo vamos a exigirle a los productores el uso de métodos
amigables con el planeta ante un eventual crecimiento en la producción si hoy
no se lo estamos pidiendo con tal de que nos llegue nuestra bodiolita de cerdo
para la parrilla de domingo y el Estado facture sobre eso para poder seguir
gastando descontroladamente?
Berruti también escribió un libro
llamado “Mala leche: el supermercado como emboscada” y hoy viene a colación
cuando el gobierno propone una suba del impuesto (IVA) a un alimento de consumo
básico como la leche y muchos nos empezamos a dar cuenta que algunas leches ya
lo pagaban, otras no, otras lo pagaban a medias y nosotros simplemente metíamos
en el chango el mismo cartón de leche de compramos por costumbres como si nos
fuera ajeno qué nutrientes nos metemos en cuerpo, del mismo modo que durante el
gobierno anterior nos quisieron meter de prepo y sin que nos diéramos cuenta
productos a base de lácteos como si fueran leche aprovechándose de que somos
unos autómatas que no vemos que consumimos. Peores son los que con tal de
justificar sus preferencias políticas salieron a militar el “dudoso” aporte
nutricional de la leche de vaca, justamente los mismos que aplaudieron a una
presidenta que se jactó de ser el país que más Coca Cola consumía en el
mundo como un logro burgués, pero obviando por completo el daño que producen
las bebidas azucaradas sobre todo en niños.
Un presidente hace muchos años
asoció la gordura con la salud al decirle a un manifestante que clamaba por
comida “A vos no te va tan mal, gordito”. Ese concepto, el típico de las
abuelas que quieren que comas mucho para ser fuerte y que creen que te miman
dándote solo chocolates o botellas enteras de bebidas que son solo azúcar, son
el indicio de que no sabemos comer. Pretender disfrutar de la comida eligiendo
no saber cómo llega a nuestros platos hace, como dice Narda, que nos comamos un
chancho de la misma manera que nos comemos una mandarina, como si nos aportaran
lo mismo y como si costara lo mismo producir uno que otro.
Comemos mal. Quizás porque no nos
enseñan a comer, aún así, no nos esforzamos por saber lo que es comer bien; que
no significa comer feo, caro o exótico. Pareciera que nuestro único tema con la
comida es el disfrute, la costumbre y la simpleza.
Podrán ofrecernos expropiar cerealeras,
o producir el doble de chanchos, o convencernos de que cuanto más gordos somos
más sanos, o que la leche no es tan nutritiva. Eso sí, nunca vamos a tener
soberanía sobre nuestros alimentos si no sabemos cómo nos alimentamos y qué se
hace para mantenernos alimentados.
Publicado por Juani Martignone
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