Cancelación: la nueva forma de censurar

Hace ya muchos años, en uno de esos fines de semana que fui a pasar a mi casa familiar, me encontré con un libro de mi hermano más chico: Harry Potter y la piedra filosofal. Como me aburría sobremanera y no tenía nada para hacer, lo leí a pesar de un libro para niños. Ese primer libro me pasó sin pena ni gloria y cuando en otro fin de semana me encontré con “Harry Potter y la cámara de los secretos” lo leí sólo por el hecho de darle continuidad a la saga. Lo mismo me sucedió con “Harry Potter y el prisionero de Azkaban” sólo que esta vez quedé enganchadísimo, la saga comenzaba a mutar en un mundo que estaba plagado de claroscuros y en el que pequeños magos púberes se enfrentaban a las diferencias sociales, de origen e historia personales. Cuando llegó el final de la saga, “Harry Potter y las reliquias de la muerte”, las 638 páginas las leí en un sábado y medio domingo con muchos llantos entre medio.

En mi biblioteca todos los ejemplares están mezclados entre distintas ediciones y versiones en inglés o castellano dependiendo de la ansiedad que no podía contener en ese momento. Tengo intacta mi bufanda de la casa Ravenclaw y una varita original de sauco y otra que tallé yo mismo imitando a la de Severus Snape. Cuando viajé siempre estuvo en mi itinerario como punto turístico ineludible, la visita King´s cross y el puente del milenio en Londres, y en Oporto el famoso bar donde la autora escribió los primeros manuscritos y la increíble librería Lello que la inspiró para crear la arquitectura de escaleras movedizas del colegio Hogwarts.

Harry Potter empezó siendo en mi vida una anécdota insulsa de un fin de semana aburrido y terminó siendo una marca que no se podrá borrar, tanto, que hasta me atreví a escribir un texto en el cual fundamenté por qué la saga Harry Potter nos enseñaba de lo que fue el Holocausto, los líderes mesiánicos de la historia, la prentención recurrente de la supremacía y de la importancia de la inclusión entendiendo que vivimos en la diversidad. No sé si todos vieron así a esta saga mágica, lo cierto es que cuando yo me topé con este mundo de muggles, brujas y hechiceros, ya era casi un adulto, no era el público al que estaba dirigido. Harry Potter fue la literatura que incluyó a los preadolescentes en el mundo de la lectura, algo que se había perdido hace años, y lo mejor es que fue creciendo con esos primeros lectores que a los 10 años leyeron ese primer capítulo que se llamó “The boy who live”.

La autora de este monstruo literario, J. K. Rowling, no pasó, ni pasa desapercibida. Su historia de mujer abandonada a su suerte, casi homeless, obligada a sobrevivir en Portugal, escribiendo en servilletas de bares lo que luego la transformaría en la mujer británica más rica, incluso más que la reina Elizabeth, le da un aderezo especial para todos aquellos a los que la vida del artista no nos condiciona la hora de ver su obra pero sí le agrega información adicional. Hoy J.K. escribe bastante menos que 638 páginas, con los 280 caracteres de Twitter le alcanza para atraer a una masa de 14 millones de Potterfans atentos a cada cosa que dice y opina. Escribe menos pero logra los mismos efectos.

Tal es así, que el último llamado de las comunidades LGTB a “cancelar” a la escritora de Harry Potter por considerarla una feminista TERF (Trans Exclusionary radical feminism: feminismo radical que excluye a la personas trans), provocó todo tipo de repercusiones en las que se incluyeron quema de sus libros, prohibición de la venta de la saga en ciertos lugares, vandalizaciones de sus homenajes en los halls de la fama y mucho pero mucho insulto a través de las redes. Al verlo me pregunté ¿Cómo es posible que la mujer que nos enseñó que no hay diferencias entre brujas, hechiceros o muggles (personas no magas) al punto de poder relacionarse unos con otros y aceptarse como pares hoy pretenda excluir a la personas trans? ¿Desde cuándo esa señora que nos demostró con la metáfora de la supremacía mágica, lo mal que estaba creerse superior a otro, hoy pretende una supremacía genital? ¿Cómo es que una autora de un libro de aventuras donde las mujeres no se preocupan por cómo están peinadas sino que se llenan de valor para demostrar que ser bruja no es ser fea y mala y que pueden pelear a la altura de los varones con valentía e inteligencia, hoy se transformó en una feminista radical?

Creo que para responderlo, es necesario saber leer un poco más allá que los 280 caracteres que nos tiene permitido la inmediatez actual. Leer no necesariamente significa comprender; síntesis no necesariamente significa pobre e infundado; las palabras no sólo tienen significados ortográficos sino que muchas cargan con pesadas cargas simbólicas que se construyen con la historia; y sobre todo, incluir no es lo mismo que asumir que todos somos iguales.

En todos sus tweets y en una larga carta que luego publicó en Harper´s Bazaar J.K. Rowling en ningún momento expresa transfobia u odio a las disidencias sexuales, simplemente plantea un punto delicado dentro del feminismo para que nos pongamos a pensar. Platea si toda esta lucha por lograr equidad e igualdad de oportunidades para mujeres tiene como fin que las pasen a llamar “personas que menstrúan”, J.K. siente ante esto una reducción mismísima de la condición mujer. Cuando twitea “Esa gente que menstrúa solía tener un nombre” no nos está diciendo que no quiere aceptar a las mujeres trans sino que su condición de mujer se ve cada vez más diluía en el afán de incluir cada vez más gente al colectivo al punto de perder toda identidad para pasar a ser una cosa que menstrúa. Considera que ni en tiempos profundamente machistas se consideró tan poco a una mujer cis.

 

 

Por otra parte no querer meter a todos dentro una misma bolsa no significa excluir sino apreciar la diferencia. Es claro que las problemáticas trans no son las mismas que tienen una mujer cis ¿por qué entonces igualarlas? Si algo nos enseñó Harry Potter es que muggles y magos no son lo mismo pero que eso no le impide vivir en armonía entre ambos reconociéndose como lo que son, sin ocultarlo, enamorándose unos de otros, desde la diferencia con la que nacimos, por eso escribe “Marcharía contigo si te discriminaran por ser trans. Al mismo tiempo mi vida ha sido moldeada por ser mujer” entiende que son distintas y empatiza, no odia. Además J.K. en sus tweets considera que abrirle lugar a otras problemáticas distintas responde a esa cultura patriarcal de la mujer que debe hacerse un lado y ceder el espacio a otros, como vienen haciendo durante siglos; cederle la palabra al marido que es el que sabe; cederle la comida que le gusta a los hijos porque la merecen más que ella; ceder su tiempo al cuidado de los viejos porque nadie lo hará mejor ella; ceder, ceder, ceder. En esta sintonía, la escritora argentina Pola Oloixarac escribió en su columna de los sábados en Perfil que de tanto ceder “el Estado argentino paga tu tratamiento para que devengas en mujer si tenes pito, pero a una mujer con útero le prohíbe abortar”. ¿No es una pregunta válida si el colectivo feminista de tanto incluir minorías no pierde luchas de una mayoría como las mujeres cis?

De la misma forma, es posible que J.K. Rowling tenga algún tipo de sesgo debido a su condición de mujer cis heterosexual de cierto rango etario y económico ¿es esta condición suficiente para cancelarla, escracharla y acallar su voz? ¿No sería más sano poder abrir un debate con la autora e intentar incorporar una idea para pensarla a futuro, que cancelarla de una por el hecho de no estar en concordancia con el clima de época? ¿Acaso las ideas revolucionarias fueron siempre las que estaban insertas en el discurso de la época o las que se diferenciaron de él?

La cultura de la cancelación, esta generación devenida en ejércitos de escrachadores digitales, no fomenta ni enriquece el debate público, censura lo que es difícil de digerir, fomenta el discurso único y castiga a aquellos que no repliegan a él tal como lo pide el manual del “progresismo” actual. Las ideas no se matizan, lo feo se quita, los cuadros se bajan, la historia triste se borra o se reescribe acorde a los paradigmas actuales, ponemos a las minorías en safe places (lugares seguros) para que no se sientan discriminadas, exponemos al disidente hasta desahuciarlo. Cancelamos, cancelamos y cancelamos.

Si J.K. Rowling quiere diferenciar entre mujer y trans, cancelan hasta quemarle los libros. Si Ellen De Generes trató mal a un empleado, cancelan al punto de verse obligada a renunciar al show que supo ganarle en audiencia a Oprah Winfrey. Si Noam Chomsky, David Frum, Margaret Atwood y 150 intelectuales más nos quieren alertar de los peligros de la “cultura de la cancelación”, cancelan Harper´s Magazine por publicar a un montón de viejos vinagre.

Los nuevos fascismos no los imponen señores con cara seria y bigotes a fuerza de bala y terror, los impone una nueva moral que se cree la única correcta, que perfeccionó su técnica para no resultar represiva. Una moral que te persigue, te escracha y te empuja a autoensurarte y pedir perdón a los ofendidos.

Crear un mundo en el que nos sintamos unos distintos de otros pero que esto no sea un impedimento para vivir en armonía y empatizar debería ser el objetivo, en vez de ir por la vida cancelando ¿Qué políticas se deben implementar para vivir en armonía en la diversidad? No lo sé, por lo pronto, para entender que esto es una necesidad, empezaría por leer los siete libros de la saga Harry Potter.         

 

Publicado por Juani Martignone

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