La escuela no es una pantalla

Cuando terminó el primer trimestre de quinto grado la maestra Mabel entregó los boletines. En todas las materias me había puesto Muy satisfactorio, algo así como 8, 9 o 10, básicamente estaba en el tope de la tabla. Lo curioso fueron sus observaciones, la devolución que dio sobre mi desempeño en la escuela. No tengo en poder mi boletín, ni siquiera sé si está en mi casa familiar, pero intentaré reproducir aunque sea en concepto lo que quiso poner: “A pesar de tener un buen nivel académico debe ser más contemplativo con sus pares y docentes”. Fue como decir que nivel académico efectivamente estaba a tope de tabla pero como persona estaba en la escala más baja, todavía me faltaba mucho por aprender. Hasta el día de hoy cuando tengo algún brote de soberbia o pedantería mi madre me recuerda esas notas de ese boletín de quinto grado.

Una simple nota de una maestra a la que terminé queriendo como a ninguna me enseñó, en ese quinto grado, mucho más que las regiones geográficas del país o dividir por 3 cifras: me enseño a ser un ser social que debía insertarse en una sociedad que estaba funcionando. Con ese sólo acto entendí lo que significa la escuela en su sentido más amplio e integral.

Creer que la escuela es sólo un espacio en el que aprenden conceptos académicos es menospreciar el sentido de la escuela, más aún en tiempos como los actuales en los que si necesitamos comprender algún tema en particular estamos a apenas dos golpes de tecla de un tutorial que nos lo explica muy claramente. Creer que todo el trabajo de un docente puede reemplazarse con un buen artículo de Wikipedia es menospreciar el trabajo docente. Creer que una escuela puede reemplazarse por una pantalla es desconocer el trabajo descomunal que hace la escuela en relación a la educación, y cuando digo educación me refiero a algo más que saber aplicar el teorema de Pitágoras en la vida real.

El primer espacio de sociabilización que tenemos fuera de nuestras familias es la escuela, es allí, y sobre todo en las escuelas públicas, dónde nos topamos por primeras vez con gente que viene de clases sociales distintas a la nuestra, que tiene vivencias diametralmente opuestas, distintas historias, distintas conformaciones familiares, distintas escalas de valores, distintos sueños. Amalgamar todo eso en armonía, o como diría mi maestra Mabel, aprender a ser contemplativos con pares y docentes, es uno de los objetivos que tiene la escuela.

En su libro “La máquina cultural” la escritora y ensayista Beatriz Sarlo le dedica uno de los tres capítulos a la escuela normal argentina y el éxito que tuvo al incorporar a niños de diferentes latitudes y estratos sociales a una única sociedad, una especie de máquina (justamente) que inculcó la cultura argentina en quienes atravesaban una escuela para ser insertos en la sociedad sin mayores problemas y poder ser funcionales a ella, a la vez que le daba las herramientas para crearse su propio destino. El capítulo lo llamó “Cabezas rapadas y cintas argentinas” referenciando dos hitos que quienes fuimos a escuela pública conocemos muy bien: el control de piojos y las escarapelas en los actos patrios. Sarlo analiza cómo rapar a los niños y obligar a las niñas a asistir con el pelo atado más allá de la represión docente que hoy se pueda denunciar, respondía a crear hábitos de higiene personal y a su vez conciencia de comunidad: uno solo que tuviera piojos podía contagiar a todo el curso. En cuanto a las escarapelas y los himnos patrios ve como motor fundamental a la escuela en la creación de un Estado, una idiosincrasia del ser argentino. Se enfoca en el papel fundamental que tuvo la escuela en la incorporación de miles de inmigrantes provenientes de lugares distintos para crear un país que hable un mismo idioma, tenga los mismos próceres y se cobije bajo una misma bandera.

De la misma manera, uno en la escuela aprende a respetar horarios cuando suena timbre, a respetar jerarquías cuando en el aula se hacía silencio apenas entraba la maestra, a que lo que uno hace se encuentra en evaluación de terceros cuando se entregan boletines, a que cuando uno se pasa de la raya en las normas propuestas por ese ecosistema tiene un castigo aleccionador cuando se ponen amonestaciones. Creer que la escuela sólo sirve para adquirir conocimientos, es no entender que ese es el lugar es en el que probablemente hicimos nuestros primeros amigos, vivimos las anécdotas que moldearon nuestra adolescencia, o el espacio que nos generó sentido de pertenencia, o nos enseñaron a compartir los juguetes con nuestros compañeros, donde nos enojamos, nos frustramos, nos fue mal pero siempre nos dieron oportunidades porque después de todo había una luz al final del túnel. Además de enseñarnos literatura clásica del siglo XV nos prepararon para salir al mundo lo suficientemente fuertes para no morir en el intento. Por eso creer que la escuela puede ser suplantada por una computadora y por acceso a internet es un grave error, sobre todo, de parte de los docentes que dicen esto.

Cuando hablamos de computadoras, estamos hablando básicamente de una herramienta de estudio que muy probablemente hoy sea una de las más importantes, pero no excluyente. Una herramienta que sirve para adquirir conocimientos académicos, que facilita las comunicaciones pero que no las inaugura. Sería algo así como entender que antes de usar la calculadora es necesario saber hacer cuentas matemáticas con lápiz y papel. La socialización que da la escuela no se da enviando un mensaje de whatsapp al azar para ver si pesca un amigo, se da manteniendo una relación presencial. Más complejo es inculcar jerarquías, higiene personal o sentido de comunidad si previamente no hay un plan de estudio online. ¿Cómo es posible que puedan darse clases online de forma efectiva las mismas personas que las dan no pueden ni saben combatir, por ejemplo, el grooming en redes?

Por otra parte es importante entender que la computadora por sí sola no tiene mucho sentido si no hay conectividad a internet y esto es un tema más complejo aún, porque a pesar de la fantasía de muchos chicos, internet no viaja por el aire ni se auto genera con el viento. Derribemos el mito que hay datos informáticos disponible pero están bloqueado para quien no paga, hay zonas muy urbanizadas que no están bien conectadas. Para que haya conectividad debe haber antenas que emitan o repliquen señal de datos. Los motivos de esta falta de antenas son varios: barrios vulnerables en los que vandalizan los materiales metálicos de los equipamientos (más aun en épocas de crisis); barrios muy coquetos (sobre todo countries) que no quieren antenas feas que le opaquen el paisaje; barrios de clase media que viven con la fantasía de que las antenas dan cáncer y bloquean la mínima posibilidad de que se instalen; barrios muy vulnerables que no tienen calles asfaltadas, servicios de energía segura y buena accesibilidad para hacer tal inversión. Las inversiones se planifican proveyendo facilidades a quienes invierten con cronogramas, objetivos y controles asegurando la variedad de posibilidades, cosa que es rara porque en nuestro país se vive en un “dime dónde vives y te diré que proveedor de internet te toca”. Cómo se paga y cómo es la calidad del servicio corre por cuenta del consumidor. Cuando se llenaron las escuelas de computadoras y épica, muchos dijimos que de nada servía si no había un plan integral de conectividad en toda la Argentina, pero se nos dijo “gorilas” para anular la conversación y la situación de la conectividad actual es prácticamente igual.     

Probablemente hoy a la escuela no sea la escuela normal que incluyó a miles de inmigrantes y se haya desgastado en ese rol de preparar para el mundo a las nuevas generaciones, de hecho los indicadores nos dicen que la educación argentina desde el año 2000 no para de empeorar, cada año un poco más, no hubo netbooks ni paritarias que lo puedan paliar. Pero todos los que atravesamos una escuela tenemos una idea de lo que es y podemos esbozar otra sobre qué escuela queremos. El punto está en involucrarse. La escuela no es potestad única de los docentes que se niegan a pensar soluciones, es un área que le compete sí a docentes, pero también a padres y a alumnos, encontrar entre estos tres actores una solución es nuestra responsabilidad como sociedad que pretende educar a sus niños.

El escritor y profesor Eduardo Sacheri (conocido por escribir las novelas que luego fueron las películas “El secreto de tus ojos” y “La odisea de los giles”) planteó que nuestra responsabilidad como adultos es interesarnos en los problemas de los jóvenes y su educación, ese mensaje de responsabilidad debemos bajarle. Eso me lleva a preguntar ¿Qué mensaje estamos dando los adultos a los jóvenes si no nos interesa siquiera discutir qué solución damos a los 200 días que llevan clases presenciales? ¿En serio nos da la cara para decirles que nos importan y que son el futuro? ¿O vamos a arreglarlo todo poniendo a otro joven diciéndoles que aguanten otros 200 días sin escuelas pero que a la vez los llame “les pibis” para que entienden? Mientras los adultos decimos “quédate en casa” ellos salen a pedir que los eduquemos.

 

 

Entender a los estudiantes no es llamarlos como se llaman entre sí los chicos de las elites porteñas, es comprender que por ejemplo para un niño en edad de jardín de infantes no es tan importante ver a una desconocida en la pantalla de una computadora jugar con un títere en cambio sí lo es poder insertarse en un ámbito social con otros niños, a leer y escribir ya se encargará la escuela; para un chico que está empezando el colegio primario, no sólo importa que escriba su nombre completo, lo lea, sume y reste, sino poder adaptarse a un sistema en donde hay espacios prolongados para el estudios y pequeños espacios para la recreación; para uno que finaliza el primario, importa más la posibilidad de hacer un duelo de su escolaridad primera, de despedirse de varios compañeros y de sentirse contenido para emprender la nueva etapa; algo parecido pasará con quienes empiezan y terminan el colegio secundario, sólo que se le suma el despertar sexual, la rebeldía, la inclusión en un mundo adulto que no los comprende, la graduación, el viaje de egresados, la búsqueda de figuras de pertenencia en una sociedad que ni los tiene en cuenta. Nada de todo esto entra en una pantalla de computadora y sin embargo si entra en la más pequeña de las escuelas con la más pobre infraestructura.

Fueron muchos los filósofos que advirtieron que la pandemia iba ser la excusa perfecta para justificar todo tipo de atropellos y el discurso del gobierno argentino basado en el miedo a salir a la calle en vez de enfocar en la responsabilidad y tomar los recaudos, generó la lógica aversión de los docentes siquiera a que se les plantee la posibilidad de salir de sus casas. A pesar de no existir evidencia científica alguna de que al aire libre se corre algún peligro extremo (se comprobó con los runners, los bares y las manifestaciones en CABA que no mostraron saltos en la curva de contagios) aun así los representantes de los gremios docentes sienten que sí corren peligro, los verdaderos anticiencia.

Es innegable que el virus está, pero lo que es innegable también es que con la pandemia muchos chicos se cayeron del sistema educativo, o sea, dejaron de asistir a las clases y si no se los recupera pronto, no se los recupera más. Esto a la larga traerá un futuro cada vez menos escolarizado. La ciudad de Buenos Aires contó a esos chicos y presentó un programa que seguramente se deba corregir, lo que no se puede esperar es que directamente no se tenga voluntad de discutirlo. Volvemos a qué mensaje damos los adultos a los jóvenes. Y si hablamos de mensajes ¿cuál es el que le enviamos al resto de los chicos del país? ¿Cuántos son los chicos que se cayeron del sistema educativo en las 21 provincias que tienen las escuelas cerradas? ¿Cuál es el plan que están pensando los otros gobernadores para no permitir que esos chicos se queden sin educación? La respuesta no puede ser solamente “pandemia”, “computadoras” y “conectividad” debe haber algo más.

Suponiendo que pudiéramos dar computadoras y conectividad a todos los estudiantes del país tampoco solucionamos el problema de quienes se desconectan por completo de la escuela. Durante el kirchnerismo que fue cuando se repartieron las computadoras y se declaró obligatoria la educación secundaria, el 20% de los alumnos de colegio primario desertaron y en secundario el 40% lo abandonó después de tercer año, el macrismo no hizo nada mejor y hoy en pandemia no tenemos ni siquiera datos, salvo los de CABA.

 

https://www.lanacion.com.ar/opinion/de-educacion-cristina-fernandez-salud-alberto-fernandez-nid2435033

 

Los motivos para abandonar la escuela van más allá de tener una computadora o un manual de estudio. Las crisis como la que vivimos no ayudan y la educación a distancia funciona siempre y cuando se tenga dos valores fundamentales: voluntad y contención. Las familias más pobres son las más incapacitadas para dar contención porque en muchos casos los padres no tienen elementos ni conocimientos para ayudar a su hijos con las actividades que los docentes proponen. Tampoco podemos hablar de poner voluntad cuando para poder tomar agua o cocinar un chico pobre tiene que ir de 2 a 3 veces por días a llenar un bodón a la única canilla que hay en el barrio. Para cubrir todas estas falencias estaba la escuela, la que podía convertir a un chico en medico aun teniendo padres analfabetos. La educación a distancia es un lujo burgués y 40 años de Estado ausente que solo se encargó se repartir confeti no se reparan con una computadora.

La pandemia va a pasar y cuando eso suceda muchas tragedias permanecerán. Los que pueden seguir las clases online y tienen incentivos para hacerlo habrán perdido muchas cosas que la presencialidad les podía dar, será el problema de vivir en estos tiempos pero seguramente alguna salida encontraran. Quienes no puedan seguir una clase y no vuelvan a reconectar nunca más con la educación, la coyuntura los terminó de expulsar de la sociedad, enfocarse en ellos no puede ser un drama, no puede reducirse un conflicto gremial o político si es que los gobiernos están para solucionarle los problemas a la gente y si repetimos como un mantra que el Estado está presente.

Parafraseando a Mahatma Gandhi quiero en el futuro poder sentarme frente a los chicos de hoy y decirles que cuando no se quiso ni siquiera discutir sobre la educación a la que no accedieron, al menos yo si lo intenté. Ojalá todos puedan decir lo mismo.

 

Publicado por Juani Martignone

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