No se vayan, no los voy a defraudar
En la idiosincrasia argentina se encuentra habilitada, de hecho es muy practicada, la moralina que permite juzgar las decisiones ajenas que no afectan el funcionamiento comunitario. El ejemplo más claro de esto es la crítica que se ejerce sobre aquellas personas que por motivos diversos, pero personalísimos, deciden emigrar del país. Se juzga la decisión consumada y no los hechos que eventualmente provocaron esa decisión. Algo así como el marido que no se cansó de maltratar a su mujer pero el día que ella decide armar las valijas para irse, le reclama la cobardía de no querer luchar para salvar la pareja. Cínico.
Repito, aunque los motivos son
varios y muy personales, puede notarse que la mayoría que toma la decisión de
irse está más cerca de sentirse como esa mujer a la que no se cansaron de
maltratarla y un día toma valor, con todo lo que eso implica y decide abandonar
ese proyecto para el cual también puso mucho esfuerzo durante mucho tiempo y
sin embargo no recibió lo que esperaba.
Cuando el presidente Alberto Fernández
les habla a los jóvenes que decidieron emigrar del país parece ese marido
maltratador y cínico que le reclama valentía a quien decide abandonar el barco:
“¡No se vayan, hay un país que construir! Hay argentinos que necesitan… lo que
hace falta es que todos nos arremanguemos, que todos nos pongamos de pie y
todos hagamos el esfuerzo para construir un mejor país”. En su discurso juega
un doble rol en el que les suplica cuánto los necesita pero a la vez les
reclama que no trabajaron y se arremangaron lo suficiente. Les promete, como
todo marido golpeador, que esta vez será distinto, que se puede empezar una vez
más de cero, pero bien. No hay en él una mínima palabra de autocrítica como el
representante máximo de un Estado que a la fecha le dio poco a esos jóvenes y le
da mucho menos de lo que les dio a sus padres y mucho menos aún, de lo que le
dio a sus abuelos cuando llegaron a estas tierras a construir el país. Para el
abandonado la culpa siempre es del que abandona, nunca puede cuestionarse
cuáles fueron los motivos que llevaron al otro a abandonar.
Ante la ausencia en el discurso
presidencial me pregunto ¿Qué hizo el Estado argentino para que un joven crea
que es mejor estar lavando copas en otro lugar del mundo que quedarse a
refundar por enésima vez este país? Con la promesa de que esta vez no nos van a
defraudar ¿alcanza? ¿Qué indicios nos dio la historia del país para creer que
en este nuevo pedido de confianza? ¿Qué indicios nos da la coyuntura actual
para creer que los jóvenes son una pieza fundamental en la conformación de
nuestra sociedad que no podemos permitir que nos abandone? ¿Un chico diciendo
“les pibis” en cadena nacional? ¿De qué dato de la realidad puede agarrarse
un joven para considerar que, en efecto, hay posibilidades de un país mejor y
sólo falta que se pongan a trabajar en ello?
Una chico puede ir a uno de los
colegios públicos de elite de la ciudad de Buenos Aires, de esos por los que
pasaron gran parte de la dirigencia actual y pasada, y puede tener todas las
posibilidades, tanto económicas como de contexto: una familia que la apoya, las
cuatro comidas aseguradas, una computadora para el solo, internet a libre
demanda y un lugar cómodo para poder desarrollar la vida. Así y todo, hoy ese
chico no sabe cómo ni cuándo terminará su año lectivo, si será a fin de año o
el año que viene mientras curse materias de otro año. Ni siquiera sabe cómo
será evaluado, si pasará o no de año, si lo poco que pudo aprender por zoom
le alcanzará para ingresar a una universidad, si en algún momento volverá al
edificio de su escuela que tantos recuerdos guarda en sus rincones, si lo
dejarán despedirse de ella. Tampoco sabe qué pasará con todo el esfuerzo que le
puso a las clases virtuales, porque recordemos que además de docentes
esforzándose, del otro lado hay chicos que intentan esforzarse y padres que
hacen lo posible para que ese chico se esfuerce y no decaiga en la realidad que
lo hace vivir en un tugurio. No sabe si todo ese esfuerzo vale la pena porque
quizás mañana aprueben todos, incluso esos que no se conectaron ni una sola
vez, recordemos que para el discurso oficial hasta para la máxima figura
estatal de nuestro país el mérito es despreciado: los que nacieron en
condiciones de privilegio y se esfuerzan por crecer o mantener esa condición
deben pagar por la injusticia de otros con menos posibilidades, que viven así gracias
a esos políticos que hoy los retan. Quizás también pueda pasar que se incorpore
todo al próximo año haciéndolo mucho más complicado y lo haga quedarse en
camino, o quizás haya perdido un año de su vida.
La niñez, y sobre todo la
adolescencia, es una etapa de incertidumbres. El virus que nos azota y que cada
vez nos aprieta más el cuello a pesar de todos los esfuerzos económicos y
psíquicos que hicimos y seguimos haciendo, también nos llena de incertidumbres.
En este contexto ¿qué le damos los adultos a los jóvenes? Más incertidumbres.
En 200 días no pudimos siquiera sentarnos a pensar un plan, el gobierno
nacional y los sindicatos (siempre a favor de… del gobierno que les gusta)
bloquean el diálogo ante cualquier propuesta que se le presente alimentando
rencillas políticas que sólo generan más división. Para los políticos es más
importante diferenciarse de otros políticos que hacer el trabajo para el cual
el pueblo los puso ahí: resolverle los problemas a la gente. Mientras los
estudiantes más privilegiados (no hablemos de los cagan en un pozo y les
quieren dar clases por zoom) están cada día que pasa con
más y más incertidumbres, ven como su tema es un botín de pelea entre partidos
políticos como hijos de pares que se están separando.
Pareciera ser que vivir en un
país donde educarte es una gran incertidumbre, no es motivo suficiente para
querer emigrar.
Supongamos ahora que el tema de
la educación “no es tan importante” que le compete sólo a los educadores y que
un día vendrán con una solución mágica que resolverá todo amortiguando al
máximo todos los daños colaterales.
Pensemos en esa joven que en 2015
se sintió interpelada por el movimiento de mujeres que denunció que las estaban
matando una a una, y después se embanderó en pañuelos verdes para pedir tener
autonomía de su propio cuerpo pidiendo el aborto legal. Probablemente esta
joven se habrá sentido atraída por el primer candidato a presidente que habló
de feminismo en sus discursos, siguió a su hijo cosplay en las redes porque esa
era su credencial de varón deconstruido y después se paró a aplaudir hasta
quedarse con las manos rojas cuando en ese inicio de sesiones de ordinarias el
presidente ya electo puso fecha para cumplir esa promesa que la acercaba a
vivir en país con más derechos sobre su cuerpo. Pero después llegó la retórica
que todo se fagocita a su paso: la pandemia. Todos los pasos andados para que
cada chica con pañuelo verde en su mochila le ponga su voto en la urna, los
desanduvo adoptando el discurso exactamente opuesto, el de los llamados
“provida”. Ya no se enfocó en el cuidado, la educación, y en empoderar a la
gente para que sepa cómo cuidarse, se ocupó en restringir “en pos de la vida”.
Hablo de lo mismo que hablaban los fanáticos que querían cuidar a todos los
fetos del mundo en 2018: del colapso de sistema de salud. Todo lo aprendido en
aquel debate sobre abortos medicamentosos, ambulatorios y de que los abortos
mal hechos y clandestinos provocan más ocupación de camas que un aborto seguro,
pues eso, habrá quedado en algún papel de diario que envuelve los perejiles que
las mujeres usan hoy para abortar incluso con pandemia, porque quedarse en casa
no implica no tener sexo, no tener accidentes, el fin de las violaciones
intrafamiliares, o no querer decidir sobre tu cuerpo. Eso no es tan urgente
dijo Alberto y el corazón celeste que aparecía en la “O” de la campaña del
“Frente de Todos” confirmó lo que los desconfiados sospechamos. Todas sus
intervenciones con mujeres demostraron que no es Dyhzy, y que el flamante
ministerio de la mujer que armó, se está ocupado en maquillar todos los
estamentos machistas y vetustos del Estado con lenguaje inclusivo: el purple
washing más grande de la historia. Al parecer el tema genera más
división que querer expropiar empresas con deudas, o que querer reformar un
poder del Estado entre gallos y medianoche. ¿Sería muy raro que esa joven se
sienta defraudada?
Pareciera ser que vivir en un
país donde te ponen en frente una zanahoria para lograr su cometido y después
te mandan a lavar los platos, una vez más, no es un motivo suficiente para
querer emigrar.
Supongamos ahora que el tema del
aborto “no es tan importante” que le compete sólo a los médicos y legisladores
que un día vendrán con una solución mágica que resolverá todo amortiguando al
máximo todos los daños colaterales.
Pensemos en esos jóvenes que ya
terminaron sus estudios que tienen su pareja estable, que están decididos a
formar una familia, que están dispuestos a trabajan duro día a día para ganarse
la vida, que desean invertir para construir al menos algo de lo que hicieron
sus padres en el país que los vio nacer. Pensemos entonces qué oferta de
trabajo hay para esos jóvenes que tienen un título al menos secundario y no tienen
experiencia, o qué trabajos tenemos para los que recién se reciben, incluso con
honores, si no tienen algún contacto que los ubique en algún puesto en el que
no confían en ellos pero los toman de favor. Y si consiguieran al menos un
trabajo por más precario que sea en el que puedan mantenerse al menos, pensemos
cómo podrían acceder a una vivienda para armar su familia, qué acceso al crédito
tienen o de qué manera pueden ahorrar sin que todo eso que se guarda en una
alcancía se termine desvalorizándo con el correr de los días. Pensemos
cuántos pueden construir una familia sin ayuda de sus padres y pensemos qué
cosa extraordinaria hicieron esos padres para poder tener un techo y la
posibilidad de darles una mano a sus hijos. Pensemos como un joven puede trazar
un plan a largo plazo para hacer algo de su vida viviendo en un país en el que
las reglas cambian cada cinco minutos o con mucha suerte cambian con el cambio
de gobierno y cambian en sentidos diametralmente opuestos y de forma
retroactiva, o sea que hoy pueden pagar por decisiones tomadas en el pasado y
que nunca les avisaron. Y por último pensemos cómo vivirán en este país cuando
lleguen a la tercera edad, si no heredan: el Estado les dará una jubilación por
debajo de la línea de indigencia cuyos aumentos serán otorgados como se le
cante al que gobierne en ese momento. Un joven de hoy trabajando tanto o más de
lo trabajaron sus padres está muy lejos de tener lo que sus padres ya habían
conseguido a su edad.
Pareciera ser que vivir en un
país donde no te puede asegurar trabajo, vivienda y un retiro digno, no es un
motivo suficiente para querer emigrar.
Supongamos ahora que el tema de
trabajo, vivienda, ahorro y retiro le compete sólo a los políticos que con su
“bondad” nos darán subsidios in eternum que resolverán todas
nuestras necesidades amortiguando al máximo todos los daños colaterales.
¿En algún momento nos
cuestionamos cómo tratamos a los jóvenes en este país? Arrancando porque el 60%
de ellos es pobre y el rango etario que más sufre hambre es el que está
comprendido entre los 17 y 20 años, siguiendo por los espacios de socialización
que les damos (hoy descartemos a la escuela como ese espacio), cuanta atención
les prestamos a sus problemas, cuanto los subestimamos y cuanto les exigimos
“porque cuando yo tenía tu edad ya había…”. También podemos pensar qué debe
sentir un joven de la edad y las condiciones en la que vivía Facundo Astudillo
Castro o Santiago Maldonado o Rafael Nahuel o Luciano Arruga o María Soledad
Morales cuando ve por los medios cómo terminan esos chicos y cuanta justicia
reciben.
Pareciera ser que vivir en un
país donde ser joven es ser un paria, no es un motivo suficiente para querer
emigrar.
Con todas estas cosas que tiene
el Estado argentino para brindarle a un joven todavía algunos se preguntan por
qué prefieren estar limpiando mierda ajena en otro país. El presidente pide que
se queden a construir un país como en su momento le pidieron a nuestros
bisabuelos o tatarabuelos ¿a cambio de qué? ¿De mate, fútbol y ese “no sé qué”
que tiene Argentina? Mientras tanto vemos cómo esos que hoy vienen como
vinieron, como nuestros bisabuelos, a diferencia de ellos, son vapuleados por
extranjeros; porque si sos uruguayo, sos de una provincia argentina; si sos
chileno, sos traicionero; si sos venezolano, no podes opinar de la situación
del país en el que vivís porque en seguida te mandan de nuevo al lugar del que
viniste y de yapa ni siquiera podemos reconocer que en la tierra en la que
naciste se violan sistemáticamente los derechos humanos porque a los que
gobiernan acá les caen en gracia los gobiernan allá. Seguramente estaríamos más
cómodos si en vez de que vengan latinos vuelvan a venir europeos, pero esos ya
no vienen más.
Argentina es un lugar hermoso
para vivir, pero sinceramente hay que hacer muchos esfuerzos para sobrevivir, hay
que ganar muchas batallas diarias, hay que querer mucho al país para apostar a
él y hay gente que considera que tiene una sola vida como para dilapidarla en
intentos que naufragan en la nada. Esa gente no es cobarde, es muy valiente al
embarcarse en busca de su felicidad, en el lugar del mundo que sea, dejando
atrás todo lo que la crió.
Por eso, antes de juzgar por qué
alguien nos abandona sería bueno que pensáramos qué país les estamos dejando
para que elijan no irse nunca más. Esa es una responsabilidad de todos.
Publicado por Juani Martignone
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