Sin lugar para la redención
El día en que en Twitter se destapó el arcón de los recuerdos del 2012, tras el escándalo de los tweets clasistas, xenófobos y racistas de Los Pumas, yo también entré a revisar cómo era yo hace 8 años atrás. Me encontré con pensamientos que podría sorprender a muchos que hoy me conocen, sin embargo, yo recuerdo muy bien al Juani de aquella época.
Recuerdo el desprecio que tenía con las lesbianas por no haber luchado de “modo patriótico” por el matrimonio homosexual como sí lo hicimos los gays. Las odiaba porque la sociedad no las despreciaba tanto como a nosotros (todo varón heterosexual de la época tenía una fantasía con una pareja de lesbianas), incluso me irritaba que no fueran promiscuas como nosotros y que estuvieran más exentas del sida. Recuerdo que en esa época a los varones homosexuales se nos equiparaba mucho con las mujeres (mucho más que hoy), se suponía que anhelábamos todo lo que la mujer era y no era así; en esos tiempos disminuir a las mujeres por su inteligencia o por creerlas interesadas, era el escudo que me diferenciaba de ellas y me ponía un escalafón más alto para evitar así la discriminación. Recuerdo que discriminar a otra minoría me hacía sentir por momentos el opresor que nunca había podido ser y siempre había querido experimentar.
No sé si todos los homosexuales del 2012 eran como yo, sólo puedo hablar por mí. Cuando el tiempo me fue llevando por otros caminos en los que mis pensamientos se volvieron diametralmente opuestos a los hace casi una década, revisé ese pasado e intenté comprender qué le podía suceder a ese Juani que no comprendía a las lesbianas en un mismo colectivo, la desgracia de ser invisibilizado tal como le sucede a las mujeres o la de ser un extranjero que siempre debe pedir permiso en donde vive, justamente como lo era yo en ese momento: un pueblerino del interior viviendo en una ciudad que se reía de mi tonada y mis vocales aspiradas. Yo no tenía la edad de los rugbiers, hacía una década había terminado la secundaria, trabajaba todo el día, estudiaba de noche, salía todos los fines de semana, y militaba la causa LGTB con ahínco; pero un dato no menor es que recién en ese momento, había salido del closet con mis padres y a la soberbia que me daba la juventud se le sumaba la soberbia de querer comerme el mundo en dos bocados porque ya no debía fingir más. Soberbia y desprecio era lo que mejor manejaba, la superioridad moral era mi estilo de vida, nadie me podía decir que ser gay estaba mal porque sacaba una lista de gays que cambiaron el mundo y que me sabía de memoria, que iban desde Leonardo Da Vinci hasta Marlon Brando.
Cuando ser gay dejó de ser una
novedad para mí y pasó a ser mi vida, empecé a comprender que estaba inscripto
en una sociedad, en un colectivo y que desigualdades como las mías, las sufrían
otros. Ser soberbio o indiferente sólo iba a hacer que la rueda nefasta que
divide a los ciudadanos de primera de los ciudadanos de segunda siga girando; y
ahí estaban los extranjeros, las lesbianas y las mujeres también. Cuando la
espuma bajó y la vida me fue dando experiencia, pude pensar las cosas con
claridad, formar mis pensamientos y sobre todas las cosas, destruí todas las
verdades que creía sabidas y las empecé a reformular. En algunas todavía no
llegué a una conclusión. Pasé de ser un fanático “provida” a un militante por
el aborto legal; pasé de ser un acérrimo opositor a la eutanasia a empezar a
considerarlo y aún no puedo esgrimir una opinión firme y fundada. De chico me
las sabía todas, de grande dudo de todo, e hecho, tengo que escribir una vez
por semana para ayudarme a pensar.
¿Es justo juzgar los pensamientos
y las actitudes de alguien por lo que dijo hace casi una década? ¿En serio
creemos que hoy nos representan los pensamientos teníamos en el 2012? ¿Seguimos
teniendo los pensamientos que teníamos de adolescentes cuando hacía apenas unos
meses habíamos terminado la secundaria, como es el caso de Pablo Matera, el
capitán de Los Pumas que fue desplazado? 8 años no son gratuitos en la
vida de nadie, en 8 años la vida nos puede dar giros y sobresaltos que nos
pongan en lugares completamente distintos a los que estábamos y tenemos que
poder ser capaces de reformular nuestro presente sin intentar borrar lo vivido
porque es el que no trajo hasta aquí. No sé qué clase de personas son hoy
Matera, Petti y Socino, sólo sé quiénes eran en 2012, del mismo modo que todos
los que hoy los están juzgando. Sólo conocemos un inmediato pedido de disculpas
en un comunicado que parece genuino pero que quienes no estamos en su entorno
inmediato desconocemos ¿en serio tenemos que hacer pedir perdón a alguien por
el adolescente que fue? ¿En ningún momento nos preocupamos y nos ocupamos de
corroborar si el Matera de 2020 todavía tenía algo del Matera del 2012? ¿O con
lo del 2012 nos fue suficiente? El Juani del 2020 no se parece en casi nada al
Juani del 2012, incluso es distinto al Juani del 2017 que empezó a escribir en
este blog y hoy se avergüenza de algunos textos ¿Acaso vamos a negarle a la
gente la posibilidad de cambiar? ¿En serio debemos resignarnos a vivir en una
sociedad en la que no hay lugar para la redención?
Entiendo que en Argentina la
única manera que nos enseñaron a mirar el pasado es a través del revisionismo
histórico: traemos un hecho del pasado y lo juzgamos con la moral actual para
amarlo o condenarlo. Así vemos nuestra historia y así la reproducimos. Esto nos
da por resultado la afirmación de que Evita era abortera, que Moreno fue el
primer desaparecido en democracia y que Roca fue un genocida. Si nos
atreviéramos a hacer más revisionismo histórico diríamos que uno de los héroes
de la patria es un pedófilo: José de San Martín tenía 34 años cuando se casó
con Remedios de Escalada que apenas tenía 14. Por esta razón, es fundamental que
para analizar la historia podamos ubicarla en el contexto que le corresponde.
Cuando el 7 de noviembre de 2012
twiteé que todos los gays se murieran de sida por promiscuos, claramente no era
lo que deseaba, sin embargo si alguien levantase solo esos dichos podría creer
que sí. En cambio, si lo ponemos en contexto, podemos ver que estaba
contestando de manera irónica a un comentario homofóbico de un vivo que tuvo la
delicadeza de eliminar todo lo feo de su pasado y hoy es imposible encontrar su
tweet, en cambio, si podemos ver mi respuesta. Si quisiéramos contextualizar
más el Twitter de 2012 en el que los adolescentes que en el futuro se
transformarían en Pumas escribieron esos horrores, podemos decir que ese era el
tono de esa época en esa red social. El mundo nos ofrecía a Facebook
como la red social por excelencia, en la que todo era hermoso: se compartían
los intereses que nos representaban y de los que los que nos sentíamos
orgullosos, se subían fotos de vidas envidiables y el problema más grave era
que alguien te etiquete en una foto que hayamos salido mal, algo así como hoy
sucede con Instagram pero sin filtros que tapen todas nuestras
imperfecciones. Allí la vida era maravillosa, pero la vida no era como la
mostraba antes Facebook o como la muestra hoy Instagram, la vida
también nos pesaba, también era horrible, también nos dejaba atragantadas cosas
que no podíamos decirlas a viva voz porque podíamos quedar mal.
Entonces Twitter entro en el juego
y nos dio la posibilidad de ponernos un nombre falso y 140 caracteres en un timeline
que se leían en tiempo real y en el que podíamos escupir toda la mierda que llevábamos
dentro. Dejamos de masticar vidrio solos para tirarlo en un ágora donde otros
con nombres apócrifos te leían, te celebraban, te repudiaban. Creíamos conocer
muy bien lo pensaba gente que se hacía llamar, por ejemplo, ElAutoTePide,
porque se hablaba sin caretas y sin corrección política. El tono lo ponían
cuentas como LaChicaSabrina y todos empezamos a decir “miterio” o “como
saver”; o LaDraAlciraPignata y empezamos a pedir “bala” para todo aquel
que nos molestaba. Se decía que los twitteros éramos la cloaca del
ciberespacio. Pero con el tiempo y gracias a esa libertad que experimentamos
nos fuimos puliendo, las épocas cambiaron y con ella los tonos, discutimos
absolutamente todo en ese timeline. Hoy tener una vida más o
menos activa en Twitter requiere poder opinar a diario del tema del día. Se
volvió la red social por donde pasa la política, por donde armamos el primer NiUnaMenos
cuando explotábamos de rabia, donde se gestó la revolución verde iraní, donde
volvimos tendencia mundial cada vez que la Argentina nos dolía y hasta donde logramos
cambiar el final de un reality show. Hoy sigue siendo el lugar sin censura que
aprendió a debatir y que se jacta de ser la única red social que te invita a
leer una noticia antes de compartirla, para ver si efectivamente estamos de
acuerdo con ella. Superamos el 2012, nos redimimos.
No comprender este contexto, es
no comprender Twitter. Entonces ¿por qué vamos a buscar tweets viejos? ¿Por
desconocimiento o por querer hacer daño? ¿Tan caro se paga no amar lo
suficiente a Maradona que nos van a salir a buscar hasta el más mínimo traspié
que hayamos cometido en algún momento de nuestra vida para activar la cultura
de la cancelación e intentar borrarnos del mapa? ¿En serio queremos vivir en un
mundo donde podemos perder nuestros trabajos por algo que dijimos dos días
después de haber egresado del colegio secundario? ¿Las personas somos una foto
del pasado o somos un recorrido en la vida? ¿Qué mundo queremos construir? ¿Uno
en el que un tribunal de la moral actual nos someta a juicio por un pasado que
aunque queramos no podemos cambiar? ¿Queremos volver a perseguir gente porque
durante la dictadura siguió trabajando? ¿Queremos tener un gobierno que use
todo el aparato estatal y sus medios afines para persigan con su pasado a gente
que no adopta un discurso popular? ¿Quieren que nos pongamos a discutir si
realmente Matera odia a las mucamas para que no discutamos la quita de fondos a
la ciudad de Buenos Aires para dárselos a gobernadores amigos? ¿O que cajonean
la ley de etiquetado de alimentos para seguir matándonos con grasas saturadas y
grasas hidrogenadas? ¿O que una vez más se vuelven a cargar a los jubilados con
una enésima fórmula que les hace perder a pesar de haber trabajado y aportado
toda su vida como el Estado les pidió? ¿O que pretenden reformar el poder
judicial para asegurarse la impunidad de afines? Porque mientras periodistas
indignados exigen una reparación por parte de unos rugbiers por lo que dijeron
en el pasado, el gobierno pretende ir por todos estos temas en 10 días. Y
quienes no son afines y también lo exigen, resulta curioso que carguen las
tintas sobre Los Pumas pero les parezca pintoresco que Dady Brieva hace
apenas unos meses haya dicho que hay que atropellar opositores; o les parezca
folklórico que en el fútbol se sigan utilizando insultos que remiten la más profunda
y arraigada homofobia cuando cantan que alguien tiene el culo roto o que se los
van a coger de parados; o que no recuerden que mientras hoy vanaglorian las
excelentes actuaciones de Guillermo Francella, en el mismo momento que Pablo
Matera escribía esos tweets a los 19 años, en la televisión se seguían
repitiendo “Pone a Francella” donde se cosificaba a la mujer y se veía graciosa
la pedofilia. A ellos sí les permitimos la redención, y eso sólo demuestra el
clasismo de quien la permite: si es una figura popular le dejamos pasar el
error, pero si es de clase media alta ñp vamos a juzgar hasta cuando le robó un
crayón a su compañerito en salita celeste.
Habiendo arrancado el año con el
crimen de Fernando Báez Sosa en manos de rugbiers y su pacto de silencio y toda
la épica de los valores del rugby, es justo que nos planteemos algunos debates
en relación. Es justo que los adolescentes de hoy entiendan que herir a otros y
ser crueles con el distinto no construye un futuro mejor; podemos tomar como
puntapié inicial los tweets de los rugbiers cuando eran adolescentes. Lo que es
cierto también, es que estos aprendizajes no se dan por sacar a la “manzana
podrida” si toda la base la está podrida. Hay que corregir nuestras bases,
eliminar esas estructuras elementales de la violencia, pero también es cierto
que es difícil hacerlo con las escuelas cerradas y sin perspectivas claras de
cuándo volverán a abrir.
Ayer, justamente, terminé de ver
“Patria” la serie de la novela homónima de Fernando Aramburu. La historia trata
de dos amigas que se vieron separadas por la causa de la liberación de Euskal
Herria, una perdió a un familiar en un atentado de ETA (el grupo de
guerrilla armada que luchaba por la liberación del país vasco) a pesar de ser
inocente y la otra tenía un hijo etarra, o sea, un miembro de la ETA. Las
diferencias políticas se vuelven irreconciliables al punto que una abandona el
país vaco y vuelve recién en 2013 cuando ETA abandona las armas. Para ese
entonces, las amigas son dos viejas a las que les ha pasado toda una vida y que
cuando están llegando al final de ella, comprenden que tras todo lo aprendido ese
pasado quedó caduco. La búsqueda por redimirse de los errores del pasado,
aprender a perdonar, comprender que hizo daño, intentar irse de esta vida
liviano y comprender que no dejamos de ser seres humanos que vinimos a aprender,
me hizo llorar con un último capítulo que te desgarra el corazón.
Con todo mis errores a cuestas,
quisiera vivir en un mundo donde el pasado sea aprendizaje, el presente un
debate constante y el futuro un anhelo de algo mejor.
Publicado por Juani Martignone
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