Un país por debajo de la mesa
Después de la explicación catedrática y apta para todo el mundo que dio Beatriz Sarlo sobre el uso de la simple metáfora “por debajo de la mesa” para referirse al secretismo con el que se manejó la campaña de concientización de vacunas que no fue, no sería lógico seguir explicándolo a niveles lingüísticos. Ahora bien ¿por qué los oficialistas, e incluso muchos opositores, insisten con el axioma desprendido de las declaraciones de Sarlo ante la justicia, de que “no fue por debajo de la mesa”? Es difícil creer que no entendieron las explicaciones a nivel técnico del uso de la expresión; creo que es más complejo: No se comprende porque la Argentina tiene naturalizado que las cosas se muevan por debajo de la mesa; y eso no es difícil de comprender, lo difícil es que alguien lo quiera plantear. A riesgo de todo eso, este será otro intento.
https://www.perfil.com/noticias/columnistas/desde-donde-hablo-por-beatriz-sarlo.phtml
Como bien explicó Beatriz en su
texto, la metáfora “por debajo de la mesa” refiere a algo que se hace en
secreto, a algo que se mueve por las catacumbas, que no está a la luz del día.
Cuando los de mi generación escuchamos a Luis Miguel cantar “por debajo de la
mesa acaricio tu rodilla” la imagen que nos venía era la de un amor que no
podía ser expresado en público, que por el momento era secreto, que sólo lo
sabían el que acariciaba y la acariciada.
La supuesta campaña pública para
concientizar a la población privilegiando a famosos con la vacunación, a pesar
de lo que pueda decir con toda la buena fe del mundo el gobernador, no fue una
campaña que se hizo a la luz del día. Nadie conoce el nombre, ni cuando iba a
empezar, ni que famosos estaban involucrados. Recién con la declaración de
Sarlo nos enteramos que también se lo llamó a Mauro Viale (de Moria Casán ya se
sabía) y no apareció nadie más. Una campaña un poco escueta. Si es pública y si
va a formar de una política pública se hace desde el ministerio
correspondiente, quien es invitado recibe un mail (si es esa la vía que se
quiere utilizar) de quien está invitando con todos los avales necesarios para
que ese invitado pueda certificar su veracidad y sentirse confiado de que
realmente se trata de un proyecto del Estado en el cual te están haciendo
partícipe. Recibir un mail del ministerio, con el membrete del ministerio, con
el plan tentativo, con un contacto para evacuar dudas, es de mínima lo debería
ser una campaña pública. Un mail de un amigo de un amigo que te dice que hay
alguien en el gobierno que pensó en vos para una campaña que de lo único que se
sabe es que no será nada trucho (sic), no es una campaña pública. Mucho menos,
es un ofrecimiento serio.
Pensemos por un instante qué pasa
si mañana recibimos un mensaje de un conocido que nos dice que tiene un amigo
que trabaja en una empresa que nos va a hacer un regalo si nosotros publicamos
en nuestras redes las bondades de esa empresa. Ese conocido todavía no recibió
el regalo pero confía en la veracidad del mensaje. Podría ser cierto, pero lo
primero que nos da a pensar es que es algo por lo menos raro. Si es una campaña
publicitaria de la empresa y nos necesita ¿por qué no se contactó directamente
con nosotros la empresa y ese conocido solo ofició como quién proveyó el
contacto? ¿No da la sensación que todo se está moviendo “por debajo de la
mesa”, por catacumbas? Es muy probable en la Argentina de hoy una empresa
busque publicitarse a través de mensajes que se pasan de persona a persona como
una vía alternativa a la oficial ¿es así como queremos que se maneje el Estado?
¿O ya lo tenemos naturalizado?
Muchos de los defensores dijeron
que los sondeos se hacen con ese grado de informalidad, que le piden a un
conocido en común que le averigüe si está dispuesto a participar de tal o cual
cosa. Claro, eso está bien para organizar un té canasta o taller literario,
pero no para organizar una campaña de vacunación con un bien ultra escaso. Aun
así el amiguismo como herramienta para diseñar una política pública también es
una práctica naturalizada que podría encuadrarse en la metáfora “por debajo de
la mesa”. Nos parece normal y hasta de buen político que para una campaña de
vacunación, un gobernador le hable a un amigo para que le diga a un amigo si se
copa como si fuera un conversatorio palermitano en el que te mandan mensajes
del estilo “hola bella, una amiga tiene un centro cultural y le gustaría que
des una charla ¿te copas? Avísame y te mando el brochure”.
Esta degradación completa de la
forma de hacer política en la que se informalizó todo, al estilo televisivo o de
showroom de Palermo, es lo que Beatriz Sarlo vienen denunciando desde sus
columnas en la Revista Viva en los años 90 y que llama “Celebrityland”: esta
forma de hacer política en la que los candidatos se eligen por “como miden”
como si se tratara del rating de un programa de TV, y no por sus cualidades;
dónde las políticas públicas, son políticas publicitarias (todos vimos carteles
en las calles con la leyenda “Estamos vacunando”, pocos sabemos cómo hay que
inscribirse para vacunarse, cuántas dosis cuenta el distrito en el que vivimos
y cuáles son los requisitos); una forma de trabajar donde prima el amiguismo
(no se exponen a ruedas de prensa explicando los beneficios de la vacunación
con los datos arriba de la mesa, sino que le piden a un amigo que los ayude
vacunándose para generar confianza).
Esta lógica es la que permite que
existan pensamientos como los de la titular del INADI, Victoria Donda,
que cree que estar bien ofrecerle un trabajo a una conocida que lo necesita. No
cree que la asignación de recursos del Estado deba hacerse pon una convocatoria
pública, transparente donde cualquiera que cumpla con las condiciones pueda
aplicar. Tengo un amigo y lo meto, “por debajo de la mesa”. Después podré
justificarlo con ese amigo necesitaba el trabajo o que ese amigo de un amigo
iba a colaborar con su imagen para que la gente se vacune.
Todo aquel que alguna vez en su
vida tuvo que hacer un trámite en un ente estatal sabe con certeza que para que
las cosas funcionen con relativa normalidad es más fácil si tenemos un amigo
dentro del Estado que nos ayude, alguien que haga de palanca para funcione lo
que debería funcionar pero no funciona, alguien a quien llevarle una docenita
de facturas para nos acelere el trámite sin notar que lo que estamos haciendo
es una coima pura y dura.
Una campaña de vacunación debería
funcionar por si sola en un país con una alta cultura de la vacunación, como el
nuestro, no deberían llamar a amigos para hagan de palanca porque antes el
Estado mandó a vacunar a la gente con una vacuna de la que no se tenía ni un
solo dato público, cual cuestión de fe, y después tildó y sigue tildando de
antivacunas a todo aquel que tuvo la duda razonable de preguntar qué le estaban
inyectando.
Si debemos recurrir a amigos para
que nos den una mano para que Estado funcione como debería funcionar, “por
debajo de la mesa” no es solamente una metáfora, es una cultura.
Existe también una dimensión
moral que viaja por catacumbas, que es la que genera un bien escaso, como una
vacuna en plena pandemia. Que haya treintañeros vacunados cuando todavía más de
la mitad de la población mayor de 70 años ni siquiera tiene fecha de vacunación
(y mucho menos, una dosis asegurada) es un acto inmoral que sólo se justifica
encontrando recovecos, resquicios legales que se van por arriba de la mesa, por
abajo, o por el costado, pero van, no importa por dónde. Si uno es un psicólogo
o un profesos universitario y sus tareas sólo de dan forma virtual o todavía no
están trabajando, la normativa “personal docente” o “personal médico” que
dictaminó el Estado es tan amplia que nos permite que hagamos con ella lo que
queramos, que la estiremos hasta sus límites, porque en un país que no castiga
que desde el gobierno se roben vacunas escasas sino que se autoelogie por el
acto heroico de echar a la “única” manzana podrida, todo queda circunscripto en
un gran “Sálvese quien pueda”.
Creer que toda la política sanitaria en pandemia se realiza “por debajo de la mesa” para beneficio netamente personal de unos pocos, tiene un anclaje previo que no surge de la mente eximia de la ensayista Beatriz Sarlo. Cuando todos estábamos confinados sin poder ver a nuestros viejos, el presidente se reunía a comer asaditos con sindicalistas ¿cómo se trasladó ese señor hasta la quinta de Olivos? ¿Con un permiso legal? O cuando nos enteramos que este gobierno que cree que puede hacer política como un publicista intentando vender una Coca Cola, se “olvidó” publicitar que el ministro de economía y su staff treintañero podían vacunarse por estar inscriptos bajo el requisito, aun sin explicación clara, de “personal estratégico” ¿Acaso eso no era “por debajo de la mesa”? ¿O sólo se les pasó contarlo?
En teoría la pandemia era la
oportunidad de demostrarnos a nosotros mismos que no éramos una manga de
mezquinos, que podíamos pensar en el otro, valorar a la vejez, que es el grupo
vulnerable, y comprender que todo lo que uno toma sin necesidad, le quita la
posibilidad de obtenerlo a otro que lo necesita (desde un papel higiénico hasta
una vacuna). En este contexto es cuando menos debe primar el amiguismo para
obtener ciertos privilegios que otros no tienen; es cuando más debemos mostrar
que todas nuestras buenas intenciones se hacen a la luz del día y con las manos
en alto demostrando que están limpias, y no con las prácticas habituales pero
poco serias; entender que todo lo que no se aclara desde un principio es la
semilla en terreno fértil para las suspicacias.
Ya estamos rotísmos, ya pasamos
un año de calvario sin fecha cierta de fin, y si ante la primera duda o la
primera metáfora entendemos que hay corrupción, algo espurio, o algo sucio es
porque a eso nos acostumbraron. Y éste era el momento de demostrarnos lo
contrario más allá de toda fe.
Publicado por Juani Martignone
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