Cancelar: un atajo

Vivimos en un mundo hecho para niños. Un mundo en el que eso no se dice, eso no se hace y eso no se toca. Se cubren con algodones las puntas ásperas del camino, se evitan los riesgos. Se nos bajan directivas claras y sencillas que nos dicen qué se puede hacer y qué no. No se invita a la reflexión ni se deja actuar al libre albedrío.

La cultura de la cancelación y todas sus variantes como los llamamientos al boicot o la legislación de la intimidad, nos consideran seres incapaces de discernir y elegir en consecuencia, es por eso que nos trata a la sociedad entera como a un niño al que se le baja una directiva clara a acatar. Esta cultura comandada por una pequeño burguesía nos indica qué hacer con una pareja en la intimidad, cómo comportarnos en la calle, qué cuentos leerles a los niños, cuándo hay que besar a otro y hasta qué alfajores comer; todo esto desde un púlpito en el que consideran a la sociedad como una masa homogénea que vive, se comporta y tiene los mismos privilegios que ellos tienen.

Podría ahondar en lo ridículo que queda pedirle a la población que se plante sus propios tomates en el fondo de su casa; que se vaya hasta al INTA a buscar semillas que no fueron modificadas genéticamente; que plantes más de una, porque en el clima pampeano tenemos temporadas de lluvias o heladas a las cuales las plantas no resisten; que los reguemos lo suficiente, ni mucho ni poco; que le demos el cuidado adecuado para que luego de dos años, o uno en el mejor de los casos, podamos tener 4 tomates que si los racionamos bien en una familia de 2 personas, vamos a poder hacer entre 2 y 3 ensaladas. Digo ridículo, no por el costo que lleva tan magra producción, sino porque pedir eso, en este país en el que 4 de cada 10 niños no se alimenta lo suficiente para tener un desarrollo adecuado, es una clara obscenidad. Cuando se dice que no se alimentan adecuadamente no se refieren a que en vez de una manzana eligen un chocolate, eso sólo lo puede pensar alguien que tiene el dinero en el bolsillo para elegir entre una manzana y un chocolate. Los niños que se alimentan insuficientemente no eligen, comen a lo que acceden, ya sea por caridad, porque son productos que al tener mayor durabilidad se pueden racionar, o bien, porque sólo pueden acceder a lo que otros tiran.

Este desprendimiento total y completo de la realidad se vio en los últimos días cuando un grupo (pequeño burgués, por supuesto) llamó a hacerle el boicot a un alfajor que por su valor se ha transformado en un producto de lujo en la mesa de los argentinos. En el mismo momento en que la gente estaba preocupada porque con $1000 pesos podía comprar apenas 4 churrascos, desde el faro de la moral nos bajaron la lección de que no debemos salir a comprar 6 alfajores a $1000 porque la semilla con la que se siembra el trigo con el que después se hace el alfajor fue modificada en un laboratorio. Un acto ridículamente snob, son las tortas de María Antonieta cuando la gente no tenía pan, o como pedirle a alguien que está contando las monedas para cargarle a la SUBE para llegar al trabajo que le dará la guita para comer algo, alguito, ese mes, que evite tomarse el bondi si es marca Mercedes Benz por el rol que tuvo la compañía en el holocausto judío. Planteos de gente con panza llena en un país con cada vez más hambre.

 


El problema no es de las personas que deciden poner el ojo en la forma en la que nos alimentamos, el problema es la cultura de la cancelación. Lo mismo ya había sucedido también dentro del feminismo con el movimiento Me too que conquistó nuestra atención pero con el tiempo reaccionamos que sus reclamos eran completamente desconectados de la realidad e incitaban a cancelar porque había alguien superior, alguien más inteligente que nos iluminaba para marcarnos la línea que divide lo que está bien de lo que está mal, como si todo el mundo tuviera las mismas oportunidades de hacerlo. Estaba claro que Emma Watson después de haber ganado millones en las películas que empezó a hacer desde niña, puede darse el lujo de rechazar un proyecto fílmico millonario porque el productor es un abusador o porque la película no tiene el cupo de mujeres necesarios para lograr la paridad de género. En cambio, la mucama que tiene que sostener a su familia con trabajo porque todos la dejaron tirada, no puede darse el lujo de renunciar al lugar donde trabaja porque su patrón le mira el culo y después salir a decirle al mundo Me too a riesgo de no conseguir nunca más un trabajo en su vida.

De nuevo, quien cancela, es quien puede elegir y elegir cada vez más se está volviendo un privilegio, porque no todos podemos elegir lo que queremos o lo que consideramos que es mejor para la posteridad.

¿Con esto quiero decir que las clases privilegiadas no están aptas para hablar de los temas que le atañan a una sociedad que en su mayoría posee menos privilegios? Claro que no. Hay un punto a considerar, que es que las clases privilegiadas marcan el pulso del deseo. De alguna forma u otra todos deseamos tener aquello que tienen quienes gozan de más privilegios que uno. El ejemplo más claro es pensar en por qué alguien que vive en un rancho de cartón en una villa se gasta todo lo que tiene para comprarse zapatillas altas llantas. Y es porque el lugar en donde vive puede ocultarse, mentirse, simularse, en cambio, el calzado lo lleva siempre consigo y eso lo hace verse como los demás, como los que más tienen. Por esta razón es que en cierto modo es importante que quienes tiene más posibilidad de elegir puedan mostrarnos que entre la disyuntiva de tener un baño con cloacas o un celular de alta gama que sólo se compra en Estados Unidos, elijan el baño. El tema es que eso no se logra cancelando la exportación de celulares o llamando a boicotear a Apple, se logra con información, con mucha información; dejando de tratar al consumidor como un niño al que hay que decirle qué consumir y cómo hacerlo, sino darle las herramientas necesarias para que pueda consumir, denunciar, cortejar, educar, de un modo responsable y no acatando un manual del buen vivir.

Para esto son importantes al menos dos puntos. El primero es ser precisos con la información y darle a cada cosa el peso y la gravedad que de por sí tienen. No es lo mismo el trigo transgénico que las grasas hidrogenadas, no son igual de dañinos. El trigo transgénico es una semilla modificada genéticamente para soportar climas extremos, plagas y aumentar la producción (también para que sea estéril y todos los años se deba comprar semillas a un mismo laboratorio) que se planta, que se cuida, que se cosecha, que se procesa y que se elabora un producto alimenticio, un alfajor Havanna por ejemplo. Las grasas hidrogenadas son productos alimenticios que se elaboran 100% en un laboratorio con la combinación de distintos elementos, como por ejemplo, todas las papas de tubo.

Igualarlos, ponerles a todos la placa roja de veneno, hace que perdamos noción de los matices que todas las cosas tienen; cuando todo es malo, nada es malo. Algo parecido ocurre también con el movimiento de mujeres que aboga por llamar abuso a todo lo que es incómodo. Le ponen la placa roja de abusador al tipo que en la calle te dijo “hermosa” y entonces hacen que eso sea igualmente de condenable que una violación en manada. De nuevo, si todo es abuso, nada termina siéndolo. Es una cuestión de matices, de no verlo todo como un juego de blancos y negros, de no militar todas las causas como un talibán.

En segundo lugar, además de matizar la información y hacerla más precisa, es importante incorporar el concepto de placer.  Con mucha información y bien matizada podemos tener una mejor idea de qué necesitamos para tener una vida más óptima en términos biológicos, pero eso no nos asegura el placer de vivir esa vida. Todos, en mayor o menor medida, hemos consumido cosas que no sólo no son necesarias, sino que a su vez son dañinas para nuestro cuerpo por el mero hecho de que nos generan placer. Nos hemos fumado un cigarrillo después de comer, o nos hemos tomamos una Coca Cola helada después de un día de trabajo productivo, o nos hemos emborrachado más de la cuenta para pasarla bien durante toda una fiesta (y podría decir muchas cosas más). Nuestro motor fue el placer. Y a veces hemos tomado decisiones a sabiendas de que no serían lo que se llaman placenteras, pero tener esa experiencia era algo que queríamos obtener, por ejemplo ¿por qué habríamos de juzgar a la persona que decide tener una relación con alguien que sabe que nunca prosperará sólo para vivir el hecho de llorar por desamor? La cultura de cancelación obtura todas estas posibilidades: ante el mínimo atisbo de toxicidad de una persona se la cancela; ante el descubrimiento de algún componente non sancto dentro de un alimento se lo cancela.

Está claro que no se puede vivir del placer, no podemos vivir a Coca Cola o todo el día borrachos, o elegir parejas tóxicas para llorar a destajo todos los días de nuestra vida. En la charla TEDx de Narda Lepes titulada “La teoría del chancho y la mandarina” hace una analogía con Star War: para que exista el lado bueno de la fuerza, también tiene que haber un poco del lado oscuro, si la película fuera sólo Yoda hablando en haiku sería un embole y si sólo fueran las fechorías de Darth Vader sería insoportable. La habilidad está en administrar responsablemente aquello que necesitamos con lo que nos genera placer, tomar decisiones que no están en un manual, sino analizar el costo-beneficio, caminar por la delgada línea en la que afrontamos riesgos pero a costa de tener beneficios mejores y largo plazo. ¿Implica un riego mandar a un chico al colegio en plena pandemia? Claro que sí, ahora ¿qué pierdo si no lo hago? ¿Implica un riego permitirle a nuestros hijos comer grasas hidrogenadas cada tanto? Claro que sí, ahora ¿qué pasa si lo dejo que un día se tope solo con ellas en un cumpleaños? ¿Implica un riesgo besar a alguien que conocimos ese mismo día? Claro que sí, ahora ¿puedo estar perdiéndome una hermosa historia de amor?

Decidir básicamente como decide un adulto no es un asunto sencillo, nadie dijo que crecer sería fácil, por supuesto que tener una figura maternal o paternal que nos diga qué hacer es mucho más sencillo, pero ¿estamos haciendo lo que realmente queremos?

Cancelar es un atajo, una imposición del buen vivir porque no somos capaces de construir un mundo entregando las herramientas a las personas para que cada uno elija cómo es para cada uno el buen vivir. Es más sencillo esperar que nos digan qué hacer a tener que diagramarlo quirúrgicamente nosotros mismo. El problema más grave de esto es que ese que nos dicta qué hacer también puede tener malas intenciones, como también las tiene un padre con un niño.

Convertirse en adulto, también es tomar el poder uno mismo y no dejar que lo sigan haciendo nuestros padres por nosotros a base de que esto no se dice, esto no se hace y esto no se toca.             

 

Publicado por Juani Martignone

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