Okupas 2021
Hace unos días terminé de hacer el rewatch de la serie Okupas, la había visto durante el 2000 y volví a verla hoy, 21 años después, y aunque el espíritu pareciera el mismo, algunas cosas cambiaron; como si fuera un vaticinio de la serie: todo empeoró.
Cuando se estrenó, en el año 2000, la problemática y la sociedad que mostraba la serie se presentó como una novedad; una novedad incomoda, que sabíamos o sospechábamos que algo de eso ahí estaba, pero no lo veíamos, no lo asumíamos. Veníamos de los años de la opulencia de los 90 donde el mundo consistía en poder ir a comprar al kiosco de la vuelta de tu casa la Time out que valía u$s 1,30 y pagar un $1,30 (pesos argentinos) y llevártela igual; leer sobre Smashing Pumpkings y Radiohead y sentir la angustia de que todo estaba a punto de reventar pero a la yanqui o a la londinense. Nuestra realidad era más marginal aún y era la que mostraba Okupas.
En el momento de su estreno, la
serie no tuvo éxito, nadie miraba el canal público para hacer patria, como
después nos inculcó el kirchnerismo, porque básicamente era malo y no era, ni
es, un canal en el que la juventud pueda sentirse representada; a los que
teníamos 18 años en esa época no nos seducía ver el Festival de Jesús María o
El
Mundo de Ante Garmáz. Si, los más freaks, mirábamos Todo
x 2 pesos porque prometía ser una continuidad del mítico Cha
cha cha (aunque muchos no lo crean a Alfredo Casero y a Diego Capusotto
no los había separado la grieta, los había unido el talento e hicieron el primer
programa de humor absurdo en la Argentina, al estilo Monthy Python). Cuando
llegó Okupas, quienes poníamos el canal 7 una vez a la semana vimos
la propaganda y algo nos llamó la atención: una serie que mostraba el mundo tal
como lo veíamos los jóvenes y adolescentes, mientras los adultos estaban
simulando pasarla bien en el final de fiesta de la era menemista.
Por eso no la vio nadie, por eso
fue novedad, porque eran muy poquitos los que creían que en nuestro país un
joven de clase media podía dejar la universidad porque sabía que si se recibía,
su título iba a adornar el torpedo del taxi que manejaba; porque nadie
imaginaba que los más jóvenes no iban a tener siquiera la iniciativa de
estudiar o de trabajar, a los que después llamamos ni ni (ni estudian ni
trabajan); porque no contemplábamos la idea de no tener una casa propia, menos
de no poder alquilar, mucho menos, la idea novedosa (que yo me enteré con la
serie) de ocupar ilegalmente una casa que nadie usa; porque ninguno quería
asumir la idea de que la clase media estaba cayendo en la marginalidad, nos
estábamos empobreciendo y por ende estábamos más expuestos al delito y a la
ilegalidad. Okupas mostraba eso que nadie quería ver, aunque lo vieran; esa
típica costumbre argentina de no asumirse pobres y creerse un país enorme y
rico aludiendo a viejas glorias, era lo que hacía que los adulto de esa época
me dijeran de la serie: “es una exageración, puede haber algunos así, pero no
refleja la sociedad”.
Hoy, 21 años después, la serie
tiene el éxito descollante que no tuvo en su estreno, creo que porque hoy la
realidad es distinta: eso que veíamos como raro en el 2000 hoy es parte de
nuestra cotidianeidad. Nos acostumbramos a vivir en la marginalidad, la
asumimos, la romantizamos, la vanagloriamos y la transformamos en éxito. Hoy
los pibes quieren ser como el Pollo, le copian los berretines y la forma de vestir;
en los 2000 no sé si queríamos ser como alguno de los okupas, yo diría que no,
simplemente estábamos entregados a que eso nos iba a suceder, y no iba a ser
fácil; y sucedió, llegó el 2001 y no fue fácil, todos nos volvimos un poco más
marginales. Ahí radica la gran diferencia de ver esta serie 20 años después.
Agustín Salvia, el director del Observatorio
de la deuda social de la UCA, siempre dice que cada crisis
nos deja un piso más alto de pobres, una capa de gente bajo la línea de la
pobreza que lejos de salir de ella se sedimenta como si fuera una capa
geológica. En Argentina, que tratamos a los planes sociales como un salario e
incluso reclamamos un sindicato para los beneficiarios de esos planes,
erradicar la pobreza no es algo que esté en nuestro horizonte, sino más bien,
organizarla, incorporarla y hacerla parte de un todo, porque claro, no vamos a
discriminar.
En el contexto actual con la
mitad de la población argentina pobre, y con un 35% de gente que sabe que
morirá pobre, por más que ejecuten la política más efectiva del mundo para
erradicar la pobreza, Okupas no es una rareza, tampoco es un
vaticinio pesimista del futuro. Okupas es nuestra realidad del día a
día, es lo que somos e incluso llevamos con orgullo.
No sólo asumimos con total normalidad
que hace 20 años era lógico que un pollo con papas comprado en una rotisería
para que coman cuatro personas valiera lo que hoy vale el boleto de colectivo
para hacer quince cuadras, porque vivimos en constante inflación, sino que la
forma de hablar y la música que acompaña hoy a la serie, reflejan cómo nuestra
cultura se marginalizó y se devaluó al mismo ritmo que nuestra moneda.
El lenguaje de la serie en su
momento fue una novedad porque la televisión de los 90 todavía usaba “tu” en
las novelas de Andrea Del Boca, hoy no suena para nada ajeno. Recuerdo que la
forma que tenían de hablar en la serie me generaba complicaciones a la hora de
comprender qué querían decir, había palabras y frases que utilizaban para
referenciar alguna situación, que no las entendí. Cuando vi a los 18 años Okupas,
fue como leer mis primeros libros en inglés: no entendía todas las palabras,
entendía la idea y muchas las sacaba por contexto. Cuando vi Okupas
a los 38 años ninguna palabra me resultó rara o incomprensible. En 20 años el
lenguaje marginal, la jerga delictiva, y el idioma villero, son parte del
lenguaje coloquial; el que todos entendemos. Eso habla, no del lenguaje que se
modifica para cambiar una sociedad, sino de una sociedad que cambió y por ende
el lenguaje se adaptó, en este caso se marginalizó. Basta con ver en el logo de
la serie como se marca en rojo la letra “K” de Okupas, enfatizando la idea de
no usar la letra “C” que correspondería para referenciar a alguien que “ocupa”
una casa, lo que demuestra que no importaba lo académico sino la cultura de la
calle. Hoy esa cultura está en nosotros al escribir todos los días, ya nadie
escribe “quilombo”, es “kilombo”.
La música original no pudo ser
utilizada en esta nueva remasterización por una cuestión de derechos y entonces
algo cambió, la serie empezó a sonar a los sonidos actuales. The
Doors, Hendrix y los Stones que sonaban originalmente
para darle un tinte que viraba entre la desazón, la desilusión y la cultura
reaccionaria y rebelde (condimentos del rock reaccionario de los 70, 80) hoy se
trasladó a un hermoso Santiago Motorizado que, con su dulce voz, nos inspira
amor y nos invita a ver con ojos bondadosos a la marginalidad. Cuando el rock
era rebeldía, nos decía “no tengo un peso en el bolsillo, rompan todo”. Hoy que
el rock es establishment (incluso funcional a partidos políticos, algo
impensado en otro tiempos), bandas como El mató un policía motorizado nos
dice “no tengo un peso en el bolsillo, pero te tengo a vos y no necesito más”.
Es distinta la mirada: la música del Okupas del 2000 nos invitaba a
enojarnos con el futuro que nos estaban dejando; la música del Okupas
del 2021 nos invita a que veamos belleza en esta marginalidad.
Hay un hilo entre aquel 2000 y
este 2021 que hace que retransmitir una serie vieja no huela a naftalina, y
probablemente sea la perspectiva de futuro. En el 2000 ya se había ido la larga
temporada menemista en la que habíamos creído que éramos felices, estábamos en
una transición en la tomábamos nota de que teníamos que juntar los platos rotos
de una larga fiesta y nada de lo que veíamos adelante era prominente. Hoy, en
2021, ya se terminó la larga temporada kirchnerista en la habíamos creído que
éramos felices, luego de un intermedio nefasto que intentó salir y nos hundió
más, volvieron pero con la fiesta acabada, con los platos rotos y sin nada más
por repartir, pero sin ánimo de juntarlos; a vivir en esta mugre que después de
todo es menos mala que otra mugre. Tampoco vemos más adelante algo prominente.
Lo que une a los jóvenes que
vivimos el 2000 con los que viven el 2021 es la certeza de que no hay futuro, o
que el futuro es peor. La diferencia de los jóvenes del 2000 que miraron Okupas
en aquel momento es que salieron a romper todo y a pedir que se vayan todos.
Los jóvenes del 2021 nacieron en una sociedad en la que todo subirá de precio, el
delito siempre estará a la vuelta de la esquina y nunca tendrán una casa
propia; para ellos ver Okupas hoy, es la prueba de que siempre
estuvimos en la misma y siempre vamos a estar la misma, ¿para qué salir a
romper todo y pedir que vayan todos si van a volver los mismos de siempre? A
acostumbrarse, a votar al menos malo y en el futuro, capaz, algo sucederá;
aunque nos encuentre a con uno menos y a todos separados, como en Okupas.
Publicado por Juani Martignone
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