Yo te creía hermana
Era plena era del me too, en el que las actrices de Hollywood iban todas vestidas de negro a la entrega de los Oscars para demostrar la desigualdad, en el que todos los días aparecía una nueva denuncia de una mujer que había sufrido un abuso por parte de un hombre famoso o exitoso. Tiempos en los que Netflix borraba para siempre su serie insignia, la que le dio el sonido inicial cuando aparece esa “N” que extiende, House of cards, porque Kevin Spacey había recibido muchas denuncias de abuso, de muchas y variopintas mujeres. Lejos y recluidos quedaron los planteos de excesos extremistas que hicieron las feministas francesas, lideradas por personalidades como la escritora Virgine Despentes (“La teoría King Kong”) y la actriz Catherine Deneuve, quien acompaño personalmente a Simone de Beauvoir a la editorial para que su fama la ayude a no que no le rechacen la publicación del libro “El segundo sexo”. Vivíamos un época en la que había que denunciar al macho opresor, toda situación, todo gesto, era plausible de ser considerado un abuso que había influido en las mega estrellas mega millonarias que hoy eran estas actrices taquilleras que levantaban el dedo acusando.
Movida por esa ola, por ese
hambre de denunciar, de decir que también era parte de ese grupo de mujeres
oprimidas, la actriz taquillera y millonaria, Amber Heard, escribió una carta
abierta en Washington Post denunciando que ella también (me too) había
sido víctima de violencia de género, en la que sin decirlo dejaba más que
explicito que Johnny Depp, su ex marido, había sido el victimario. Venían de un
divorcio escandaloso en el que se sugirió la idea de que Depp violentaba a su
ex mujer y esta carta en uno de los diarios más importantes de Estados Unidos,
en medio de un destape de famosas ricas que denunciaban abusos, le daba más
cuerpo a la idea del Johnny Depp golpeador.
Por aquellos tiempos, y hoy
también, no se necesitaba ninguna prueba de confirmación de violencia más que
el testimonio de una mujer. Aludiendo a la inferioridad a la que el patriarcado
pone a las mujeres, se da por descontado que dicen la verdad, que están por fin
expresando eso que no podían decir, eso que se les tenía prohibido decir a
pesar de la fama, el dinero y el prestigio con el que contaban. Siempre pienso
que si para estas mega estrellas mundiales era difícil, mucho peor habrá sido
para una empleada doméstica que sufría abusos por parte de su patrón y que no
tenía ni el dinero para irse a otro lado, ni los contactos para cambiar de
trabajo, ni la credibilidad de Meryl Streep; pero eso no les importó, ellas
hablaron sólo por ellas, por su industria, porque cobraban 2 millones mientras
que un hombre cobraba 3. En esta salida del clóset de la violencia de género
jamás se puso en cuestión el relato desgarrador de quien se apuntó como víctima
y tampoco se le pidió credenciales de lo que denunciaban porque se infería que
era una revictimización; encima que sufrieron un abuso ahora le piden pruebas
para que vuelva a recordar esa situación, decían. Al parecer denunciar hechos
de 15 años atrás no significaba volver a traer al presente eso tan doloroso por
lo que habían pasado.
Lo que llamamos Estado de derecho
fue cancelado como Kevin Spacey, todos los acusados de abusos, como Johnny Depp
también. En Argentina, que siempre sigue las modas de la cultura woke
norteamericana, se resumió con la frase, transformada en leit motiv, “Yo te
creo hermana” que al repetirla obturaba todo tipo de discusión, derecho a
réplica o derecho a defensa por parte del acusado. Si una mujer, género
históricamente oprimido, sin importar su clase, su condición social o su
estatus, denuncia, se le cree sin más y el veredicto está dictado: el acusado
es culpable. Cuando se trata de causas que sigue el feminismo mainstream no se
sigue ningún proceso de comprobación de la verdad; se lee que el patriarcado
puso en inferioridad de condiciones a la mujeres y en superioridad a los
varones, por lo tanto no hace falta ver el caso el particular porque se explica
con antropología: el género que está en inferioridad de condiciones siempre es
víctima y el que está en superioridad siempre es victimario. Podrían existir
casos al revés, podían existir casos más complejos, podría haberse juzgado como
se juzgan todos los delitos en los países civilizados que otorgan derecho a la
defensa y asumen que nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario, sin
embargo siglos de opresión al género femenino debían resolverse en cinco
minutos y con dos o tres máximas: ella denuncia, yo te creo hermana, machete al
machote y cancelamos y los hacemos desaparecer de la faz de la tierra. La
posibilidad de reinserción en una sociedad más madura y más civilizada de la
que sí aspiramos cuando se trata de alguien que comete un delito llamado
normal, no existe cuando está de por medio la cuestión de género. Kevin Spacey
no trabajó nunca más en su vida, no puede asomar la nariz al sol porque hay
escrache.
Este tipo de ajusticiamiento
también recibió Johnny Depp tras la carta de Amber Heard en el Washington
Post. Depp fue cancelado y Disney lo bajó de la franquicia Piratas
del Caribe, que él protagonizaba con su Jack Sparrow, y se encargó de
hacerlo saber para nadie más contratase a un actor que violenta a mujeres. La salida
de los audios de Amber afirmando que la persona a la que hacía alusión en la
carta escrita para el diario era realmente Johnny Depp, no dejaban dudas, todo
le creímos a la hermana y cancelamos al machote y escupimos su trayectoria.
Pero esta vez Johnny Depp no se
resignó al ostracismo que le esperaba. Seguro de sí mismo, de la historia
familiar y de infancia que lo marcó a fuerza de golpes y todo tipo de abusos,
aseguró que él no es del tipo de personas que Amber Heard describió en aquella
carta pública que lo referenciaba. Fue el mismo Johnny que denunció a su ex
mujer por difamación y por pérdidas económicas tras el cierre de todas las
puertas luego de la cancelación por la denuncia. Como no hay un yo te creo
hermano, recurrió a lo que estábamos acostumbrados a recurrir antes de que se
dé de baja el Estado de derecho: la justicia. Puso a su ex en el estrado y le
pidió que demostrase con pruebas que había sido él quien había abusado de ella
y para subir la apuesta, presentó pruebas y toda clase de testigos que van de
guardaespaldas, médicos, cosmetólogas, el actor Jason Momoa o el
multimillonario Elon Musk (también ex de Amber Heard) que demuestran que la
actriz tenía graves problemas con el alcohol y las drogas, al igual que Depp, y
que eso los llevó a situaciones violentísimas en la intimidad. Hoy sabemos,
gracias a un juicio televisado que se sigue minuto a minuto por las redes
también, que Amber atacó a Depp con una botella de vodka y lo cortó al punto
que tuvieron que amputarle parte de un dedo o que cuando estaba enojada con él
y no quería compartir la cama se la cagaba dejándole un “regalito” sobre las
sábanas.
Está claro, alguien con problemas
de abusos de drogas puede tener reacciones desmedidas y puede violentar al que
tiene al lado, en frente o a su entorno. Esto aplica tanto para Johnny Depp
como para Amber Heard. Ambos pudieron tener raptos de violencia para con el
otro si estaban puestos hasta las trancas, y ambos pudieron ser extremadamente
violentos para con el otros si no estaban dentro de sus cabales producto de las
drogas. Algo queda claro, Depp no quería violentar a Heard por mujer ni Heard
le quiso dar machete al machote de Depp, ambos estaban intoxicados, ambos no
respondían de sí. No podemos hablar de un caso en el cual el género entre en disputa.
Podemos hablar de drogas, de abusos de sustancias, de la vida que eligen o
llevan los millonarios, pero hablar de género es querer estirar un argumento
para hacer que quepa en el movimiento colectivo que estaba de moda. La carta de
Amber Heard en Washington Post cuenta un relato que pretendía alinearse en el
marco del me too que venía dándole muchísima presa a las mujeres que
denunciaban, cuando en realidad lo que había vivido era más complejo y no tan
directo.
Podríamos olvidar todos nuestros
problemas con un gran tazón de helado de vainilla y decir que Heard fue una
oportunista y ya, que entre tanta gente en un movimiento siempre se puede colar
alguien que miente, que no es genuino, que no cuenta toda la verdad, pero hay
un detalle: desde ese momento, desde esa denuncia Johnny Depp no trabajó nunca
más, lo bajaron de Piratas del Caribe, de Animales Fantásticos, de toda
posibilidad de trabajo, y en el inconsciente colectivo quedó como “el
violento”. El problema de suspender el Estado de derecho, de que sólo creer sea
motivo suficiente para determinar un veredicto es que en medio pueden pagar
justos por pecadores. Hoy es uno, Johnny Depp, que ya es millonario, que ya no
vivirá miserias, pero mañana pueden ser dos o diez o mil o millones.
El Estado de derecho, el derecho
a defensa, el considerar a los acusados inocentes hasta que se demuestre lo
contrario, es la forma conocida, hasta ahora, más eficaz para evitar que
inocentes paguen por delitos que no cometieron o que personas con otros
problemas no sean tildadas de lo que es más fácil de creer.
El “Yo te creo hermana” tiene
otra dimensión, es ponerle valor a la palabra de mujer que durante toda nuestra
historia fue denostada, menospreciada. Ahora bien, creerle no puede ser la
condición sine qua non para dictar un veredicto y automáticamente condenar al
acusado. Para poner un ejemplo, yo puedo creer con mucha convicción que las
causas de corrupción por las cuales se la acusa a Cristina Kirchner en las que
se quedó con dinero público, son reales, pero mi creencia o la de mucha o
muchísima gente no son suficientes para afirmarlo; debe pasar por un juicio,
ella debe poder defenderse, mostrar sus pruebas y que un juez lo determine;
mientras tanto es sólo una acusada que puede hacer su vida normal, de hecho la
hace y se volvió a postular para manejar dineros públicos y hoy es
vicepresidenta. Si la justicia es lenta o mala, deberíamos mejorarla, pero
condenar públicamente sin el debido proceso es lo más parecido a la ley de la
selva, a la ley primigenia en la que nuestros prejuicios modelaban nuestros
actos.
Vuelvo a pasar por los motivos
que me llevaron a ir a una plaza a gritar Ni una menos en 2015. Recuerdo a
Chiara Páez de 14 años, embarazada y enterrada por el novio; recuerdo a Ángeles
Rawson tirada, muerta, en una bolsa de residuos. No puedo más que exigir
justicia como en aquel 2015. Pero exigir justicia no me transforma en juez, el
movimiento feminista mainstream juzga, cancela, condena; son pocas las que se
consideran feministas y ponen el freno cuando hay ponerlo, como intentaron hacer
las feministas francesas en plena efervescencia del me too; y son muchas las
que ven que hay cosas que no cierran pero eligen quedarse calladas porque les
enseñaron que marcar errores es demostrar debilidad y no la intención de
mejorar.
Se habla de olas de feminismo, se
habla que estamos en la tercera ola del feminismo y es un concepto que no me
gusta. Una ola se empieza a gestar en un mar aparentemente calmo, crece, crece,
el viento la ayuda y crece más, y se hace alta, a veces muy, muy alta, y una
vez que llegó a un tope, se rompe, y toda esa belleza de un paredón de agua
perfecto indestructible se vuelve agua alborotada, despareja, caprichosa, que
se funde con la arena de la orilla hasta no quedar nada de ella y sólo queda
esperar una nueva ola. Si nos subimos al feminismo forzando nuestras historias
personales porque está de moda comprometerse con esa causa porque Dior
sacó una remera que dice “We should all be feminist”, debemos saber que nos
subimos a una ola que tarde o temprano se va a romper y los nombres de Chiara o
de Ángeles quedarán en el olvido o quizás bastardeados porque luego de la
ruptura viene el alboroto y es cuando empezamos a ver que no alcanzaba con sólo
creer a las hermanas y que todos estos casitos pueden alimentar una
contraofensiva antifeminista muy difícil de desarticular, porque ellos muestran
pruebas. Yo ya lo estoy viendo con el éxito de los discursos de Viviana Canosa
o las declaraciones de Amalia Granata.
Todos le dijimos ignorante a los
que no se plegaron al discurso bienpensante y los quisimos educar a golpes de
pañuelazos verdes. El problema es que lo que se impone tan fácilmente se depone
muy fácilmente también y corremos el riesgo de que se impongan nuevos regímenes
que retrocedan aún más del punto que arrancamos. Si creemos que nuestra causa
es justa, debemos apegarla a la justicia, respetar la diversidad de
pensamientos aunque sea dolorosa. Si imponemos una única forma de ver el mundo,
como la remera de Dior, otros querrán imponer la suya. Y en la guerra todos
pierden, pero, por lo general, el que más pierde es el más débil. Si tenemos la
verdad, si luchamos por lo justo, y lo hacemos con las reglas de la justicia,
sin falsear, y sin pasar por alto aquellos escollos que para algunos demuestran
debilidad, nada debería salir mal. En el país que les dio derecho a defensa a
los Comandantes en Jefe de la última dictadura militar durante el Juicio a la
Junta cuando aún tenían poder de fuego, deberíamos saber muy bien que el Estado
de derecho no se rompe ni frente a los casos más atroces.
Publicado por Juani Martignone
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