Quien dijo que todo está perdido

Los números venían empeorando desde el año 2000. Sólo cursaban el colegio secundario el 50% de los chicos que estaban en edad de hacerlo. La mitad se graduaba, la otra quedaba en el camino, y aquellos que se graduaban lo hacían con severas dificultades para leer un texto de complejidad media. En los 20 años que van del 2000 al 2020 sólo empeoró. No hubo netbooks ni presupuesto, ni la obligatoriedad del colegio secundario, que hiciera que al menos la curva descendiente tuviera algún pico de mejora. Nada. Siempre peor.

La pandemia trajo consigo una devoción del oficialismo por cerrar escuelas, cerraron primero por miedo, por desconocimiento y después con millones de pruebas, experiencias en el exterior y libros de especialistas editados en papel que confirmaban lo innecesario de mantenerlas cerradas, decidieron mantenerlas cerradas igual. Hoy escuchamos a Nicolás Trotta (quien fuera el ministro de educación nacional durante la pandemia) jugar al juego del gran bonete con el presidente Alberto Fernández y culparse mutuamente de ser los responsables de la peor catástrofe educativa de la historia argentina, que era evitable y que fue anunciado el final desastroso que iba a tener mientras sucedía. Nicolás Kreplak, el ministro de salud de la provincia de Buenos Aires, que militó con ahínco el cierre total de todo, sobre todo el cierre de las escuelas, hoy se aprovecha de la posibilidad que le da vivir en país amnésico y hace lo mismo que hacen todos los docentes y todos los ciudadanos comunes que militaron con fervor el “yo me quedo en casa”: hacen de cuenta que nada pasó, lo tapan con otros problemas coyunturales. Kreplak, a diferencia de Trotta, no pagó ningún costo. Kicillof lo sigue manteniendo como su ministro de salud como si no hubiera sido partícipe del desastre educativo, quizás porque coincide con la idea de cerrar escuelas o quizás porque para su electorado no es tan importante.

Los números del cierre de escuelas durante la pandemia llegaron y confirman el desastre colosal. De todo el universo de chico que ingresa a un colegio secundario sólo el 16% se gradúa en tiempo y forma. Para ejemplificar: de 100 chicos que están en un colegio secundario sólo 16 chicos se gradúan en los 5 años que propone el programa educativo, o sea sin repetir, y sin llevarse una cantidad de materias tal para no pasar de año. Todo esto en el contexto de que en el año 2020 estuvo prohibido hacer repetir a un alumno que había aprehendido los conceptos que el programa propone. El peor dato es que de esos 16 chicos, sólo 1 proviene de una familia pobre, entendiendo que más del 60% de los niños argentinos son pobres, o sea que de la escuela se gradúa un 1% de niños pobres. Teniendo en cuenta que en nuestro país hay aproximadamente 10 millones chicos están en condiciones de entrar al colegio secundario, sólo lo harán 5 millones, y de esos 5 millones sólo 800.000 se graduarán en tiempo y forma y sólo 50.000 serán chicos pobres. 50.000 de 6.000.000. Lo que nos da a concluir que la escuela no es la máquina cultural que soñó Sarmiento o de la que escribió Beatriz Sarlo, sino que es la reproductora más eficaz de las desigualdades que cada niño trae de base.

Podríamos decir, que un chico no está en la escuela, porque la misma ya no se ve como el aparato necesario para el ascenso social. Cuando antes un chico soñaba con ser médico, hoy sueña con ser youtuber. Para ser médico había que pasar por un sistema educativo, para ser youtuber hay que tener conexión a internet. En ambos casos van a tener que trabajar un montón, y es que los chicos no tienen fobia al trabajo, simplemente apuntan a lo que les dará mejor porvenir. Cuando ven que a los médicos los hacen trabajar de sol a sol, como en la pandemia, y de recompensa le dan un aplauso; y a la vez ven que cada vez hay más pibes que se sientan a frente a una cámara a hablar y las grandes marcas les pagan o les dan un estilo de vida considerable ¿qué van a preferir? ¿cuál es el argumento que los va a convencer que tiene que dejar un rato el telefonito y terminar la escuela si todos los que terminan la escuela indefectiblemente terminan en el fracaso y los que la pegan con el teléfono tiene una vida decente de fiestas con Messi?

La batalla de la educación no es económica, ni de puntos de PBI, ni de materiales de estudio, es cultural. Es lograr que la escuela enamore, que sea la puerta a un trabajo formal y de calidad (eso tiene que suceder y no depende sólo de la escuela) y que ese trabajo formal y de calidad les dé una mejor calidad de vida y una mejor calidad de vejez también (eso también tiene que suceder y no depende sólo de la escuela). Cuando todo el país está roto, no podemos exigirle sólo a la escuela que lo saque a flote, a no ser que ganes la batalla cultural como lo hizo Sarmiento y logró que la gente vaya en masa convencida de un porvenir mejor, que, en efecto, lo tuvo.

En el episodio de Plataformas del podcast “Solaris” del escritor Jorge Carrion, hablan de una nueva economía neoliberal que es fomentada por las redes. La idea de ser tu propio jefe, un emprendedor, un influencer. Para esta nueva economía sólo hace falta tener algo que ofrecer y un teléfono para poder ofrecerlo. Esta economía funciona con relativo éxito. Los emprendedores venden sus productos mejor por Instagram que teniendo que alquilar un local, pagar tasas, impuestos, permisos, certificaciones. Los influencers muestran un estilo de vida casual que, en realidad, detrás tiene una empresa que nos quiere vender esos productos. A ellos les pagan en especias, con ropa, con colchones, con cortes de pelo, con viajes; transcurren la vida con las especias, no hay horarios, jefes, impuestos. Lo que tampoco hay en ninguno de los dos casos, es, ni una educación obligatoria para hacer ese trabajo, ni una protección social, ni una idea de futuro. La economía neoliberal de plataformas es tan libre que prescinde por completo de un Estado que regula, pero también que protege. Un emprendedor de redes tendrá que vender muchos de sus productos para poder pagar un tratamiento médico, que cada vez es más caro; un influencer tendrá que conseguir canje con el odontólogo; sino ambos tendrán que recurrir a una salud pública cada vez más colapsada y desvencijada. Tendrán que vender muchos productos o ser increíblemente exitosos como influencers para conseguir tener un ahorro para la vejez, para vivir sin hacer los esfuerzos que el cuerpo ya no puede y comprar los víveres y medicamentos que les mejoran la calidad de vida. Tendrán que comprar propiedades en un país donde el acceso a la vivienda es casi imposible o ahorrar en dólares u otra moneda fuerte en un país donde los cepos son parte de la naturaleza cotidiana.

Quizás los jóvenes de hoy, tengan la suerte de tener gobiernos o medidas populistas como la propuesta actual de volver a poner dentro de una moratoria y jubilar a gente que nunca tributó al Estado. Medida que en algún momento tuvo buen tino considerando que existía un universo amplio de empleados a los que se le descontaban las cargas sociales y después se enteraban que no tenían cobertura el día de jubilarse. Se supone que hoy tenemos otra consciencia y otra manera de corroborarlo, a no ser que no nos importe y esperemos que cuando lleguemos a viejos el gobierno nos lo resuelva. Aunque si pensamos en lo que cobra un jubilado, tampoco es un incentivo para que alguien quiera realizar aportes jubilatorios. Pero todo es un círculo vicioso, que bien podrían haber aprendido si hubiesen tenido una educación completa y de calidad: si baja la cantidad de trabajadores formales, baja la recaudación, por lo tanto baja la jubilación. La conclusión es que si queremos que nuestros viejos cobren jubilaciones decentes debemos estar dentro del sistema formal, tributar, hacer nuestro aporte jubilatorio. Cuantos más seamos, más caja para los jubilados, eso sí, si no es como este gobierno que aprovecha la caja del ANSES para financiarse en pesos porque “siempre es mejor una deuda en pesos que una deuda en dólares”. Si la población trabajadora que está dentro del sistema formal no supera el 20% es lógico que un jubilado gane menos de $30.000 al mes. Ahora bien, ¿qué va a pasar en el futuro si la mayoría de los trabajos como emprendedores de redes o influencers no tributan al Estado? Quienes si lo hacemos, al momento de jubilarnos, ganaremos bastante menos que lo que hoy gana una persona mayor de 65 años (o 60 si son mujeres porque en nuestro país no hay igualdad de género).

Si el trabajo informal es la regla que copará el futuro ¿Quién pagara las nuestras jubilaciones? ¿Cómo será nuestro futuro siendo viejos y pobres? Y si la regla es que los trabajos del futuro no necesitan de ninguna educación formal ¿Quiénes serán los médicos que nos curen cuando seamos viejos, los odontólogos que nos hagan los dientes, los oftalmólogos que nos hagan los lentes?

Este año cumplo 40 años, es como un quiebre, como pasar la mitad de la vida, entonces la idea de futuro y de vejez cada vez está más cerca mío. Entonces pienso que si todo sigue como está, sin educación y con trabajos que no requieran educación, el futuro será cada vez más sórdido. Empiezo a pensar como viejo, empiezo a desconfiar de los jóvenes. Pero me topo con ellos, los consumo, los leo, los sigo y algo encuentro. Veo el twitch que hizo Rosendo Grobocopatel con Ofelia Fernández. Ninguno de los dos llega a los 30 años, les falta un montón. Grobocopatel es un furibundo macrista y Fernández una furibunda kirchnerista. Ambos tienen una charla amena en la que ninguno cede sus ideales pero aun así logran ponerse de acuerdo en algunos puntos básicos. Se ríen, conviven, dicen que si no hablan entre ellos, todo sería un quilombo.

 


La definición de democracia que más me gusta, es la que dice que es un sistema en el que todos podemos vivir con ideas diametralmente opuesta sin matarnos por ello. Estos chicos, que crecen en la democracia de las redes, en la que todos pueden decir lo que se les antoje, lo entienden mucho más que los políticos old school. Ver dos o tres entrevistas de los raperos del momento, que hacen éxitos colosales, nos hace dar cuenta que entre ellos, todos se apoyan, están unidos en la diferencia, que arreglan sus problemas hablando. Como Rosendo y Ofelia.

La juventud no está perdida, no es peor de lo que fue la nuestra. A la juventud no le estamos dando una perspectiva de futuro y con eso ellos hacen lo que pueden y lo hacen bastante mejor de lo que nosotros lo hubiéramos hecho. Quizás si le damos la posibilidad de un futuro pueden hacer cosas inmensas. Sólo es cuestión de escucharlos, de creerles, de apostar y que de verdad nos ocupen.            

 

Publicado por Juani Martignone

Todo el contenido, como las responsabilidades derivadas es propiedad de quien firma.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El alrededor florece; mi cuerpo perece

Ayer un viaje, hoy una marcha, mañana una elección

La devaluación democrática