¿Cuál es el lenguaje que incluye?
Uno de los grandes pasos de comedia involuntaria que nos dejó la televisión bizarra fue cuando en Intrusos Stefy Xipolitakys, le pidió a Ayelén Paleo que necesitaba un aval de lo que estaba diciendo. Ayelén le respondió “Y tráelo a Bal” en referencia a Santiago Bal. Miro el video y me sigo riendo como la primera vez que lo vi, y aunque esta anécdota puede haber sido guionada para regalarnos un momento gracioso y kitsch, a diario, me topo con mails, con informaciones oficiales, con conversaciones informales, en las que es muy difícil entender lo que se está diciendo, o a la inversa, cuando uno escribe algo, es muy fácil que se lo malinterprete. El chiste es más real de lo que imaginamos y se da en esferas bastante más elevadas y educadas que las de Intrusos, la hermana Xipolitakys o Paleo. En parte pasa, porque sabemos mejor quien es Santiago Bal y desconocemos que es tener aval de lo que se dice. El lenguaje de chat, la necesidad de poner todo en 140 caracteres, la paja de escribir con signos de puntuación, entre otras cosas, hace que nuestro lenguaje se haga cada vez más inentendible.
Vivimos más conectados que antes,
escribimos muchísimo más que antes, leemos muchísimo más que antes, todos los
días escribimos al menos un mensaje y leemos al menos uno, sin embargo estamos
cada vez más incomunicados. Cada vez nos entendemos menos, no entendemos lo que
quiere decir el otro, tergiversamos, completamos la idea con lo que nuestro
prejuicio opina de la persona y no con lo que la persona expresó, caemos en
fake news mal construidas, donde las explicaciones son pocas y con eso nos
basta. O sea, leemos mucho, pero leemos mal. Muchos titulares rimbombantes
pocos artículos de profundidad para, al menos, poder entender una sola cosa.
Con la lectura nos pasa lo mismo, leemos rápido, de refilón, completamos todos
los huecos de la instantaneidad con nuestros prejuicios, con lo que esperamos
del emisor, evitamos textos con palabras difíciles, con construcciones
gramaticales complejas. De hecho, ya casi no quedan las largas crónicas y los
largos relatos porque nadie lee algo tan extenso. Una cosa está íntimamente
arraigada a la otra.
Leer mal, escribir mal, nos aleja
cada vez más, nos aísla en polos (lo que acá llamamos lados de la grieta), nos excluye
a unos de otros, no nos permite comprender al otro. Las radicalizaciones
políticas vienen, en gran parte, por la poca comprensión que tenemos de lo que
nos dicen, y de la poca claridad con la que hablamos. La tendencia es hacer que
todo sea lo más ambiguo posible, porque decir las cosas claras puede herir. El
problema que surge que cuando hay algo que no se dice, eso, lo completa el
lector, y lo completa a su conveniencia.
Hace algunas semanas el debate
estalló por el llamado lenguaje inclusivo. Aquí viene mi primera digresión: en
lenguaje en sí es un mecanismo que se creó básicamente para incluirnos los unos
a los otros. Un método por el cual yo escribo que “en un cuarto semi derruido
había una mesa de madera vieja y pesada” y quien lee puede entender a lo que me
refiero. Ambos estamos incluidos en una misma imagen mental. Por supuesto que
cada uno con sus matices, pero la mesa es mesa para mí que escribo y es mesa
para el que lee. La diversidad y los matices no mueren cuando el lenguaje es
concreto y bien escrito. Esto se entiende mucho más cuando hay personas que
hablan otros idiomas riendo frente a nosotros que no entendemos lo están diciendo.
Nos excluyen desde el lenguaje, si todos habláramos el mismo estaríamos todos
incluidos en el mismo y luego a cada uno podría o no causarle gracia lo que se
dice.
El llamado lenguaje inclusivo en
la actualidad me agrega un poco más de confusión y me lo hace más borroso. Si
dijera “Les dos chiques se estaban besando indecorosamente en la plaza frente a
les viejes indignades” me llena de huecos, de datos que me faltan para poder
armarme una imagen mental. Esos chiques ¿eran dos varones cis, dos mujeres, un
varon cis con una trans, o alguna otra variante? Podría imaginarme que nos son
un varon cis y una mujer cis porque todo el tiempo se besan indecorosamente
donde les place y nadie se indigna, ni viejos, ni jóvenes, ni niños. ¿Es lo
mismo que quienes se indignen sean viejos que viejas? ¿es igual la reacción que
puede tener un viejo indignado a la que puede tener una vieja indignada? ¿es lo
mismo ser varón que ser mujer? Me falta toda esa información para completar la
imagen mental. Entonces, utilizando mis prejuicios, diré que esa frase alude a
una clara discriminación contra la homosexualidad y quienes abogan que pierden
derechos frente al avance de los derechos LGTB dirán que claramente es una
frase que elude a la indignación que hoy causa la familia tradicional por parte
de quienes usan el lenguaje inclusivo. Un mismo mensaje como parte aguas, como
grieta creadora de una radicalización que cada vez crece más.
En países que nos gusta mirar,
como Francia o como Uruguay, el leguaje inclusivo fue quitado de las currículas
y comunicados oficiales de las escuelas, tal como sucedió en CABA las ultimas
semanas, también con bastantes pocos argumentos. Sin embargo, en Francia, que a
diferencia de nuestro país, la educación es un tema de preocupación de toda la
población entera, con o sin hijos, dentro o no del sistema escolar, se
realizaron estudios donde profundizaron sobre la opacidad de la ortografía en
detrimento de la compresión lectora y/o del aprendizaje. El estudio de Liliane
Sprenger Charolles publicado en la revista Cités “Coût de l´opacité de l´orthographe sur l´apprentissage de le
lecture” (Costo de la opacidad de ortografía en el aprendizaje de la lectura) muestra
cómo aquellos lenguajes más simples, menos ambiguos, son los más fáciles de
aprender. Es por eso que un niño italiano o uno finlandés aprende a leer y
escribir en un año, mientras que uno inglés en casi dos.
En Argentina, leer una
estadística educativa (de las poquitas que se hacen porque la escuela misma se
opone con el apoyo del oficialismo nacional actual) nos da cuenta de que la
educación, primero es un problema que le ataña sólo a padres y docentes, a los
alumnos no se los tiene en cuenta, es por eso que se pudo dar la calamidad de
cerrar escuelas por dos años consecutivos dejando fuera a 2 millones de chicos
principalmente pobres, sin que nadie, salvo una elite ilustrada contraria al
gobierno actual, dijese nada. Se hipotecó la educación mientras nos entretenían
amasando pan de masa madre. Segundo porque leer una estadística educativa nos
hace tomar consciencia de que a nivel educativo sólo empeoró. No hubo netbook
ni miles de millones de pesos invertidos que morigeren esta situación, aun con
muchos recursos, desde el año 2000 el sistema educativo está, cada vez, un
poquito peor. En nuestro país, y siendo el español un idioma simple y
transparente, un niño argentino tarda cerca de 2 años en aprender a leer y a
escribir, después de la pandemia esto se duplicó: hay niños que en están en
cuarto grado, jurando a la bandera sin poder leer de corrido el texto del
juramento que tiene que hacer. Más de la mitad de los que terminan el colegio
primario lo hacen sin saber escribir en letra cursiva y nunca lo aprenderán.
Antes de la pandemia sólo la mitad de los chicos en edad entraban al
secundario, la mitad de esa mitad abandonaba en tercer año y sólo un 15% se
recibía en tiempo y forma, de quienes se reciben sólo 1 es de un hogar pobre y
más de la mitad no puede comprender un texto de complejidad media, mucho menos
escribirlo.
Si estos números son la
motivación del gobierno de la ciudad para intentar apegarse a una educación
fuerte en la que el uso del leguaje sea una herramienta para incluirnos a todos
en un mundo donde lo que dice uno es comprendido por todos, donde se eliminan
las opacidades y los ruidos que pueda tener el lenguaje para su aprendizaje,
como planteó Liliane Sprenger Charolles, debió aclararlo, demostrarlo con
estudios fehacientes, y en todo caso apuntar a lo más deseable que es
acompañarlo con otras políticas que incentiven el uso del lenguaje del lenguaje
tal como lo conocemos hasta ahora y que incentiven la escritura que pueda ser comprendida
por alguien más que mi tribu o a quien le mando un chat o una storie. Prohibir
por prohibir genera resistencia y es antipático. No tiene sentido prohibir sin
acompañar una propuesta superadora como obligar a los chicos a leer al menos 2
novelas extensas en el transcurso de un año lectivo (cuando lo ideal serían
10), o en proponer sistemas en los que los chicos se vean obligados a escribir
al menos una carilla a la semana que sea expuesta frente a los demás para
corroborar si lo que quiso decir se entendió. ¿Prohibir por qué? ¿Cuántos
docentes usan el leguaje inclusivo en las aulas y cuantos lo enseñan como si
fuera un leguaje oficial? ¿La escuela debe prohibir o debe proponer debates?
¿Cómo debatir la efectividad de un lenguaje construido por una elite ilustrada,
llamado a incluir a las otredades si se desconoce la versatilidad del lenguaje
que se quiere dar por superado? ¿Cómo entender las deformaciones irónicas del
lenguaje que hizo Cortázar en Rayuela o Anthony Burgess en La
naranja mecánica si no conocemos bien el lenguaje del que se están
burlando? Ese es otro punto que se podría haber sido explorado para justificar,
sin embargo se quedaron en la lógica de los click baits: una medida
rimbombante, que a simple vista puede parecer interesante, o al menos
debatible, y luego cuando se indaga profundamente, está vacía.
El grado cinismo que tiene todo debate argentino, lo aportó el sector que hasta hace menos de 6 meses (sí, 6 meses, pero en la Argentina todo se olvida a la semana) estaba militando el cierre de las escuelas por el miedo, por el frío del invierno, por el uso del barbijo y además justificaban a capa y espada el cierre de escuelas más prologado del mundo que dejó afuera a un tercio de los pibes y que limpió de pobres las escuelas en el mismo momento que dejaban al 70% de los chicos en hogares pobres. Yo puedo discutir si hace falta más presupuesto o ejecutar el presupuesto de forma eficiente; puedo discutir si la netbook ayuda al aprendizaje o son espejitos de colores; puedo discutir si la política debe ser incentivar la lecto escritura o prohibir los lenguajes; pero siempre puedo discutirlo dentro de la escuela y con la escuela funcionando. Con gente que cierra escuelas y se auto convence de que “Clases siempre hubo” para justificar el defalco educativo más grande de la historia argentina, no se discute nada. Porque entre ellos y yo hay un abismo. Creer que hay motivos suficientes para cerrar una escuela mientras abre una pizzería es un concepto que, de base, nos hace parar en lugar diametralmente opuesto. Pues estos agitadores del cierre indiscriminado de escuelas tienen el cinismo que les permite la Argentina siempre amnésica, de debatir políticas educativas inclusivas después de haber excluido a todos los pobres del sistema educativo.
Éste es otro punto interesante
para debatir por qué si o por qué no debe existir el llamado lenguaje inclusivo
en las escuelas. ¿Cuál es la verdadera intencionalidad de un lenguaje armado a
medida? ¿realmente es incluir o manifestar una posición política (no me
refiero partidaria) ante el lenguaje? ¿Quiere
incluir o demostrar una superioridad moral como lo hace un vegano frente a los
que somos carnívoros o un militante por la no extracción de petróleo que a la
vez quema nafta para hacer andar su auto que contamina la capa de ozono, más de
lo que contaminan los pedos de las vacas? El leguaje inclusivo no se nos
impone, pero se presenta como el lenguaje que usan los bienpensantes, los
tienen consciencia por el otros, los que se “despertaron” (los llamados woke en
Estados Unidos). Eso pone a quienes no lo usamos en la posición del viejo
vetusto, el que no quiere incluir, el que se opone a las libertades de las
personas de sentirse como quieren, de hacerse llamar como quieran. El lenguaje
inclusivo, nos reta a los que no lo usamos, nos dice que si no decimos chiques
no contemplamos a las otredades. Sin embargo, desde que el lenguaje inclusivo
irrumpió en el discurso público (en un ambiente pequeñísimo y siempre de gente
con todas las necesidades básicas cubiertas y mucho más) las estadísticas de
violencia de género, de inclusión, de travesticidios, de crímenes de odio, no
mejoraron siquiera un punto, en algunos casos empeoró. Incluir en el leguaje,
hasta ahora, tampoco tiene pruebas contundentes de modificación de la realidad,
sólo calma la consciencia de elites ilustradas y con la panza llena. Hacen un
relato más inclusivo para tapar una realidad que no cambia, empeora. ¿Acaso es
necesario que la escuela oficialmente use un lenguaje construido del que no
comprobó eficacia o sería como que se recomiende desde la escuela que si
alguien tiene cáncer lo ideal sería curarse con flores de Bach?
En la escuela a mí me enseñaron a
escribir y a leer la palabra colectivo, de repente un día me escuché diciendo
bondi para referirme a lo mismo. No sé cuándo fue, ni como se dio, fue algo
natural. Estoy seguro de que se dio porque vivo en una ciudad que a los colectivos
le dice bondis, pero nunca me bajaron el lenguaje porteño, el que debo decir
para ser un verdadero porteño, de hecho muchas cosas las sigo diciendo en mi
arrecifeño natural. Está claro que el lenguaje se modifica con el tiempo, lo
que es más complejo, es creer que se puede construir un leguaje con reglas, con
normas, con formas de escribirlo y pronunciarlo para pisar el lenguaje
existente porque así seremos mejores personas. Esa debería ser la discusión. Los
prohibicionistas acérrimos y los defensores a ultranza son parte de un mismo
cotolengo, el que no fundamenta sus posiciones. Yo arrancaría por enseñar eso
en las escuelas, y cuando eso se sepa bien, para lo cual hay que saber leer y
escribir muy bien, después discuto todo lo demás. Hoy, con la gravedad que educativa
hay, esta discusión es confeti.
Publicado por Juani Martignone
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