Kirchnerismo: el menemismo sensible
Como en un cuento de Ray Bradbury la historia se repite cíclicamente. En un momento, se reinicia y todo vuelve a empezar y a transcurrir tal y como ya se había iniciado y transcurrido, pero con ciertos rasgos, ciertas marcas, que crean la ilusión óptica de estar viviendo algo distinto, con otros elementos en nuestras cabezas, con otras tecnologías, que, en efecto, así son, pero que conceptualmente son lo mismo; son, en definitiva, la misma historia que se ya vivió, sólo que ya no hay que ir corriendo a atender el teléfono que suena dislocado en el living, sino que directamente deslizamos el dedo por la pantalla de celular que vibra en nuestro bolsillo, pero eso sí, la madre sobreprotectora de los 90 que te llamaba ayer al teléfono de línea sigue siendo la misma madre sobreprotectora de los 2020 que hoy te llama al celular. En concepto, la historia es la misma que se reinicia.
En la Argentina bipolar, ambivalente,
el oxímoron es el medio de pago de nuestras ilusiones y decepciones, como sea,
siempre hay un modelo para armar en el que la conciencia se puede sentir
acobijada por algún dato o, sobre todo, alguna sensación que lo avale. La
cantidad de años que nuestro país no genera siquiera un candidato al premio
Nobel y los índices que marcan que desde la vuelta de la democracia, pero sobre
todo a partir del año 2000, el modelo sarmientino, que supo ser tan efectivo,
que hace unos 100 años que nos puso a tope de tabla mundial en lo que a
educación respecta, hoy solamente decrece, cada vez está peor; eso marca que el
dato sesgado, inundado de ideología partidaria, nos hace ver sólo lo que
tenemos ganas de ver, algo así como Elige tu propia aventura: algunos
elegirán el atajo que los lleva a la página que le cuenta que la inversión
educativa (monetariamente hablando) creció fuerte entre el 2010 y el 2015; y
otros elegirán ir a la página que cuenta que a partir del 2012 sólo el 50% de
los chicos en edad escolar están en el colegio y cada vez son menos los que
egresan, llegando a un 2020 con 16% de egresados de todo el sistema escolar
secundario, sin distinguir entre público o privado; de hecho, provocaría la
cristalización de varios corazones al ver el mito de la educación privada
destrozada con sólo revisar ese dato de deserción escolar. Pocos (no podría
aventurarme a decir ninguno porque muchos los siguen de cerca, pero es gente
que no tiene cuentas de Instagram donde con un meme te dan una revelación) irán
a las dos páginas e intentarán diagnosticar cómo es que a mayor inversión
monetaria, tenemos menores resultados. Spoiler: se invierte mal.
Paridos por un sistema educativo
en decadencia, elegimos recorrer un único camino con sus únicas verdades, nos
dota de bravío jugárnosla y no ser un tibio, porque quienes nos juzgan salieron
del mismo sistema y entonces esos caminos que recorremos siempre son nuevos,
siempre son a descubrir. Sin embargo el narrador omnisciente de Bradbury cuenta
con todos los datos y le cuenta a sus lectores que el argentino está de nuevo
en un loop que ya vivió, pero no lo sabe, cree que esta vez es distinto y no,
con la mirada fija en seguir el camino dorado ¡zaz! Alguien reinició el juego y
sin darse cuenta volvió a vivir lo mismo que hace unos años atrás. Es por eso
que la idea de ver al kirchnerismo como un proceso de igual magnitud y consistencia
ideológico-conceptual, que el menemismo sólo que con el aval sensible de las
llamadas ciencias blandas y la cultura, en la que van desde actores, activistas
por los DDHH, intelectuales, docentes, sociólogos, etcétera, es una idea difícil
de asumir para aquellos a quienes sólo le enseñaron a mirar un único lado de
taba. Esto explica la contradicción internalizada que reza que el peronismo se
renueva, pero es típicamente peronista.
Entiendo el dolor que puede
generar en los convencidos comparar un movimiento popular con otro movimiento
popular del mismo partido político, pero que el relato los volvió antagónicos
(otro oxímoron per sé, pero así se vive en Argentina) Y aclaro que sólo fue en
el relato, porque en los ríos subterráneos de la política, ambos movimientos se
rascaron la espalda cuando les picaba, algo así como “para afuera digamos que
estamos peleados así no sospechan que tenemos negocios juntos”. Es por eso que,
ante tamaña desazón cultural e ideológica como la que puede verse en un niño al
que le dicen que Papá Noel son los padres, es que decidí argumentar la tesis en
cuatro ejes que pueden verse como espejos, que, aunque sean opuestos, en esencia,
son lo mismo.
El Estado superstar
En los 90 cuando estaba mal visto
que un intelectual sea un lisonjero del gobierno de turno, Beatriz Sarlo, en
una etnografía descomunal que a la fecha está vigente, llamada Escenas
de la vida posmoderna, comenzó a darle forma a un concepto de su
autoría que bautizó “Celebrityland” y en el que analizó cómo la política y la
sociedad adoptaban la lógica de las celebrities para desarrollarse en la esfera
pública. Esta hipótesis se termina de comprobar hoy en día cuando todos, en las
redes sociales, nos movemos como una celebridad: le ponemos filtros a las fotos
para mostrarnos extraordinarios, mostramos una vida feliz y alegre, agradecemos
a marcas y locales como si estuviéramos haciendo un chivo; de ahí surgen los influencers:
gente con o sin conocimiento en algo (esto es algo completamente accesorio) que
se mueve bajo la lógica de alguien conocido, de una celebridad. Lo que en los
80 y 90 eran las revistas Caras y Gente mostrando las casas
y la vida espléndida de los famosos, hoy es Instagram mostrando lo
mismo en sus historias pero de alguien como Joaquín Paties, que es alguien como
vos y como yo que se mueve como nos movemos todos: bajo la lógica de la “Celebrityland”.
La política no es exenta a esta
lógica. Tan sólo por poner un ejemplo, pero realmente puede haber cientos de
estos, si miramos apenas dos o tres posteos de Martín Lousteau en Instagram
podemos ver su casa, cómo vivió el partido, acompañando a Carla Peterson a una
entrega de premios, declaraciones de amor de él a su mujer, como las que podía
hacer Susana a Huberto Roviralta en 1993 en la revista Gente. Nos metemos en la
intimidad de los políticos como nos metemos en la de las celebridades, y aunque
eso no los haga mejores gestores del Estado, sí los hace más cercanos. De la
misma manera que sentimos que almorzamos durante años con Mirtha y lloramos a
la par de ella con la muerte de su hijo, hoy podemos llorar a la par de Cristina
cuando Florencia se enfermó y tuvo que emigrar a Cuba. La lógica es la misma.
No apunta a la efectividad (del mismo modo que los famosos tampoco lo hacen)
sino que, muy astutamente, apuntan a la familiaridad. Uno no se pregunta tanto
si Marcelo, Mirtha, Susana o Moria son tan buenos cantando, bailando, actuando
o ejecutando algún hecho artístico, pero están en nuestro corazón igual, y los
bancamos, y los queremos ver bien. Los políticos entendieron eso y lo usaron.
Uno no va a mirar tanto los números de la gestión de un políticos porque
tampoco entendemos mucho y es complicado, y paja; ahora, si se metió en nuestro
corazón, los vamos a defender de lo que los ponga tristes y festejaremos cuando
ellos sonrían. La lógica de las celebridades, la “Celebrityland” en su máximo
esplendor. Se agiganta la figura de Andy Warhol.
El primero, al menos en nuestro
país, en moverse así fue el ex presidente Menem, figura de los personajes del
año de la revista Gente, anfitrión de los Rolling Stones, Claudia Schiffer o
Xuxa, con una familia con hijos sin talento conocido, a los que exhibió como se
exhiben las Kardashian en el reality más largo de la historia. Su modo de
moverse, su modo de dirigirse a su gente, los motivos y deseos privados que
justifican sus acciones públicas, son los que terminó heredando Cristina Fernández
de Kirchner. Lejos de la lógica en la que François Mitterrand llevó el
gobierno Francia con una vida íntima de novela, pero irrelevante porque los
franceses le exigían gestión de Estado sin importar sus problemas de alcoba o
de sus hijos, Cristina se mueve en dirección contraria, en una amalgama en la
que sus deseos y caprichos internos, son el germen de sus políticas de Estado.
De la misma manera que a Menem no le importó cuan autóctonas o longevas fueran
las plantas de los canteros de la Casa Rosada y las cambio todas por flores
blancas y rojas porque él era e River, a Cristina tampoco le importó cuánto
costaría estatizar y luego mantener Aerolíneas Argentinas, lo que le
importó fue el recuerdo personal que tenía de cuando la aerolínea era estatal. Lloró
por su marido muerto, en vivo frente a cámaras y dando los decálogos que sintió
que la gente quería saber, del mismo modo que lo hizo Mirtha Legrand por Tinayre.
Ni Estela Martinez de Perón se animó a tanto cuando enterró al General frente a
los ojos de un país. Cristina, tal como inauguró Menem en el país, se viste y
se mueve como una estrella de Hollywood, verla a ella es más parecido a ver a
Meryl Streep (que usan las mismas marcas de carteras y relojes) que ver a una
gestora del Estado, una administradora, como lo fue Angela Merkel cuando duró
en su gestión, siempre vestida de oficinista.
Vender brillos, vender fama,
vender una historia personal, además de gestionar el Estado es meterse en el
corazón de la gente, más que en la razón. Lo que pasaba cuando Menem, se
mandaba una, sonreía, pedía disculpas en tono riojano y la sociedad aflojaba “Ay…
este turco” y sonreían. Tanto él como Cristina habrán aprendido de aquella
mítica película de Mirtha Lengrand, en la que lo importante y para conseguir lo
que se propusiese, era ser una buena Vendedora
de fantasías.
Estado de bienestar a la criolla
Una de las grandes defensas de
tanto la gestión del menemismo, como la del kirchnerismo, es la mentada frase “Con
_____ estábamos bien”. La frase se puede completar con Cristina, para los +35
que hoy la pronuncian, pero el lector que transcurrió los 2000, 2001, 20002,
con cierta conciencia habrá escuchado que, tras el crash de la Alianza, un porcentaje aguerrido, que
hoy llamaríamos “núcleo duro” completaba la frase con el nombre Menem. Y si
tuviéramos familiares que vivieron la primera de las tres “décadas ganadas” el
peronismo, la que va del 46 al 55, completarían la frase con el nombre del
General Perón. Y probablemente los tres nombres sean correctos, porque a
diferencia del debate interno, yo estoy convencido que el peronismo no es de
izquierda ni de derecha ni estrictamente pragmático, son un partido
comprometido con lo que en la posguerra (coincidente con la creación del
movimiento peronista) se llamó Estado de
bienestar, y que para instaurarlo viran de derecha a izquierda cooptando
entes estatales para asegurarse el pragmatismo, el éxito de gestión.
Si pensamos en Estados de
bienestar en el mundo que se fueron instaurando tras la segunda guerra mundial,
debemos irnos casi únicamente a Europa, a Inglaterra, Francia o los países
escandinavos que son los únicos que hoy conservan esa visión del Estado y lo
hacen de una manera realmente eficiente. Entonces sería pertinente preguntarnos
por qué si empezamos a modelar el Estado de bienestar al mismo tiempo que lo
hizo Inglaterra o Suecia, hoy no tenemos la misma calidad de vida, la misma
calidad de bienestar social que se tiene por aquellos lares. Mi respuesta es
porque acá se hizo alla argentina,
del mismo modo que se hacen otras políticas de Estado, y que responde,
básicamente, al cortoplacismo típico de una Nación adolescente cuyo crecimiento
se vio truncado por golpes militares que le impidieron desarrollar una idea de
Estado que todos queremos o necesitamos. Mi respuesta a la frase que se
completa con un nombre propio, peronista, es, en realidad, una pregunta “Y por
qué ese bienestar no se mantuvo una vez que dejaron el poder” y de ahí se
desprenden todos los huecos inconclusos que dejan entrever que un periodo de
bienestar no implica la conformación seria de un Estado de bienestar que provea
bienes y servicios que le faciliten el desarrollo personal a la sociedad. Entendiendo
que el bienestar a la criolla es un bienestar asociado netamente a lo material “Con
Menem podíamos viajar a Brasil, me compré el departamento y los microondas los
compraba de a dos” “Con Cristina me pude comprar la moto, salíamos a comer afuera,
viajábamos a Europa” y no que el colectivo que lleva a los laburantes a su
trabajo llegue todos los días a la misma hora y tenga una frecuencia decente
para poder mejorar la calidad de vida y de trabajo para crecer profesional y personalmente,
y también podríamos hablar de la educación (tema que me obsesiona) que Perón la
intervino, Menem la desfinanció y con el kirchnerismo sólo bajó en calidad,
mucho menos hablar de salud, que a los argentinos sólo le preocupa cuando
estalla una pandemia y a Cristina sólo parece importarle por el precio de las
prepagas (que instauró Menem) a las que sólo accede el decil más acomodado de
la sociedad.
Si para que se mantenga el
bienestar dependemos estrictamente de que nos gobierne una persona con nombre y
apellido (esto explica por qué tanto Menem como Cristina ganaron tres
elecciones ejecutivas) no estamos hablando de democracia, sino de autocracia.
Si es así, háganse cargo. Y si la idea que siempre sobrevuela al peronismo de
la teoría conspirativa digna de una novela de Claudia Piñeiro, donde todo el
mundo está comprado para destruir algo bien hecho sólo por puro odio, vuelvo al
ejemplo sarmientino y al de la Generación
del 80: el revisionismo histórico, tan alabado por estos días, ha hecho
muchísimo por demonizar la figura de Sarmiento y la de Roca, sin embargo, un
siglo de odio al padre de las aulas no pudo horadar un sistema educativo que
ciento veinte años después de su implementación, recién empezó a declinar en
los estándares internacionales; lo mismo ocurre con el ejecutor de la última
campaña del desierto, que tras ciento cincuenta años de odio nadie pudo
destruir el Estado higienista que hizo que seamos uno de los países que más
confía en las vacunas, o que no se rompa la laicidad de educación o de los
registros civiles. La teoría del “nos destruyen porque nos odian” se subsana
creando sistemas sólidos y no parches momentáneos, que el que le sigue tiene
que pagar la factura del descubierto de ese parche, tal como pasó en el 99 como
en el 2015. Tenemos el ejemplo vívido de que los sistemas, cuando se construyen
sólidos y para que duren en el tiempo, pueden durar más de un siglo de “ataques
de odio”.
Que lo dictamine la justicia
Un rasgo que vimos calcado del
kirchnerismo al menemismo, quienes tenemos algunos años y memoria, fue la
respuesta que se daban sus defensores respecto de los casos de corrupción,
primero cuando se denunciaban y luego cuando se condenaban. Cuando se
denunciaban: que la justicia lo defina; cuando los condenaban: me están
persiguiendo. Lo que es justo decir, es que tanto Carlos Menem como Cristina
Kirchner tuvieron procesos judiciales con todas las garantías dadas como poca,
poquísima, gente goza en este país, empezando por transcurrir el juicio en
libertad, que el 60% de los casos no sucede por una simple causa: no son ricos
ni poderosos; porque a pesar de toda la persecución que puedan denunciar, lo
cierto es que gozan de una justicia que tienen muy, muy poquitas personas en
este país.
Para empezar por el principio,
siempre es cierto que se debe esperar a que la justicia se expida para determinar
algún tipo de culpabilidad, pero el sentido común y la pregunta estúpida siempre
pueden darnos una idea. Si una persona tenía una casa en La Rioja y pasó a una
mansión con pista de avión y todo en menos de cinco años y su único ingreso es
la función pública, hay algo que no cierra. Si un matrimonio arranca en la
función pública con una docena de departamentos en Río Gallegos y uno en
Recoleta y termina con cadenas de hoteles y departamentos en Puerto Madero,
donde el metro cuadrado vale diez veces más que en Río Gallegos, también hay
algo que no cierra. A priori, quien intuye que obtuvieron esas propiedades con
ingresos non sanctos podríamos decir
es una persona medianamente avispada, porque no hace falta ningún máster en
contabilidad para dudar de esos ingresos.
La regla popular diría que quien
rápidamente explica, es inocente; y quien rápidamente se ofende por la denuncia,
es culpable. Pero no vamos a basarnos en suposiciones populares para impartir
justicia y determinar la libertad de una persona ¿o sí? Pues bueno, acá viene
la parte en la que parece que sí, porque a pesar de que los juicios, tanto de
Menem como de Kirchner, cumplieron con todos los procedimientos y las
instancias habidas y por haber, incluso llegando a la instancia máxima de la
corte suprema, parece que ahora la justicia no debe ser impartida por jueces
sino por el portero facho del edificio de la esquina de casa y la vieja chusma
y prejuiciosa que barre todo el día la vereda, o sea, el famoso “jurado popular”.
Y esto sí, es una novedad introducida por el kirchnerismo y no por el menemismo
que aceptó bastante bien los valores republicanos, incluso Menem hasta se bancó
unos días preso. La idea de Cristina que ella tiene más legitimidad por haber
sido votada el pueblo y los jueces no, porque no los vota nadie, es una mezcla
de populismo in extremis y
desconocimiento puro y duro de cómo durante el gobierno de su marido, Néstor
Kirchner, se determinó que debían ser designados los jueces, que haciendo un
breve repaso, son propuestos por el poder ejecutivo, tienen un tiempo en el
cual cualquier ciudadano puede impugnarlos con alguna denuncia y luego su
designación es aprobada o rechazada por el congreso, y ¿el congreso a quien
representa? Sí, al mismísimo pueblo que lo votó para decidan por ellos, como
sucede en todo sistema republicano. De nuevo, si la idea es que no haya república,
asúmanlo y díganlo con todas las letras.
Por otro lado, pedirle al pueblo,
que bastante poco conoce de los diputados que pone en el congreso, a que
definan qué jueces deben integrar el poder judicial, de mínima deberíamos tener
una sociedad que tenga un conocimiento medio de funcionamiento de leyes,
cámaras, civiles, penales, casación y además del curriculum de la persona que
ponen, porque nadie querría poner un juez que en casos anteriores defendió violadores,
por ejemplo. Además para que un juez entre en una elección popular, necesita de
una plataforma política que, claramente, se apoyará en el sistema de partidos
políticos, o sea que si un juez entró al poder judicial por el partido PRO ¿en
serio creen que va a ser justo y juzgar a los del PRO como juzga a los
peronistas o radicales? Va a regir la mayoría acorde al viento político del
momento, pero justicia, lo que se dice justicia, ni cerca.
En lo que sí hay similitudes
pasmosas es en la idea de aumentar la cantidad de jueces de la corte, en empantanar
los casos para que a la justicia se le haga complicado determinar la verdad,
como contaminar la escena del departamento donde apareció un fiscal muerto
hasta hacer volar un pueblo entero que tenía pruebas de la venta ilegal de
armas; estirar hasta los límites de lo insospechable los derechos y garantías
para evitar a toda costa lo evidente o la condena y deshacerse legalmente de
todos los bienes para que no puedan ser incautados y pasar a ser mantenidos por
sus hijos a los que no se le conocen trabajos tan generadores de dinero. Y todo
esto lo harán con el acting suficiente para que sus convencidos los exoneren y
los defiendan, porque cuando entran en el corazón es difícil salir de él. También
es difícil ver las sombras que provocan.
Los resilientes
Ahora les dicen “el núcleo duro”
y son aproximadamente un 30% de la población para los cuales no hay motivos ni
razones suficientes para torcer apenas milímetros sus ideas preexistentes,
es de un solo modo y nada, pero nada, ni
las pruebas, ni los resultados del país, ni los resultados dentro de su propia
familia, ni todos lo que se mueve alrededor, le hará plantearse una mínima
autocrítica, un dato bastante curioso para el país con más psicólogos per cápita.
Ese 30% que no crece, pero tampoco decrece, les alcanzará suficientemente para
mantenerse en la esfera pública con la impunidad que necesitan porque saben que
pase lo que pase, esos votos los tienen. La lógica de la celebrity es muy efectiva,
pero a veces roza lo religioso. Del mismo modo que a alguien muy religioso no se
lo va a convencer de que al hijo lo salvó la medicina y no una cadena de
oraciones, a estos resilientes, este núcleo duro, que vio el esplendor y
resiste al fracaso convencido de que todavía hay un esplendor que no le
permiten explayar, les pasa lo mismo; ningún pensamiento científico les hará
cambiar su parecer. Y tiene sentido porque de la misma manera que la religión,
estos políticos los hicieron sentirse parte de algo grande y le dieron voz
cuando nadie se las daba, tal como hace un pastor de la Iglesia Universal. Y por
supuesto que si ese pastor te pide dinero, se le da sin chistar porque nada
compensará lo que él le dio, entonces ¿cómo no le van a dar un voto que es
gratis?
Pero ojo, que esto último no es
sólo potestad de Menem y Cristina, las señoras pelo de cocker de recoleta y la
Pampa gringa sienten lo mismo por un Mauricio Macri que fue muy exitoso en ascender
al poder desde un partido político municipal y cuando tuvo la oportunidad para
la que tanto se había preparado, la chocó de frente, como De la Rúa; sólo que
chupete cuando la chocó no tuvo nunca más apoyo, y al presidente ojos de cielos
le preparan su propio operativo clamor en completa negación que, a la larga o
la corta, su periodo presidencial fue un fracaso más allá de todo lo que podría
haber sido y no fue. Los condicionales no cuentan en el raciocinio.
Podría existir un quinto eje que
hable de la decadencia, pero en la decadencia no hablan tanto los políticos
sino cómo somos como pueblo con esos políticos que reinician las practicas
porque saben que no nos damos cuenta, y es que, cuando están en baja, en las
malas, resulta que nadie los votó. Tras el desastre del gobierno de Menem del
periodo 1995 a 1999 lo común era escuchar “Yo no lo voté”; hoy con un cuarto
periodo de gobierno kirchnerista (a pesar de todo lo que se quiera despegar Cristina,
basta con contar la cantidad de funcionarios que integran el gobierno, que
vienen de su propio partido) podemos decir que es un rotundo fracaso. Lo más
probable es que el pueblo se comporte como se comportó con Menem y digan “Yo no
lo voté”.
Publicado por Juani Martignone
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