¿Llegó la madurez?

Cuando Fito Páez veía que se le acercaban los cuarenta, la edad que, en los 90, marcaba la madurez para todos los que habían sido los rockeros reventados de los 70, 80, escribió un tema que funcionaba casi como su retiro a la villa de los consagrados: Al lado del camino. Entre todas las frases de la canción que llevan a un hombre que se hizo a un lado para observar con sabiduría, hay una que siempre me caló profundo y a medida que pasan los años más me identifica, aunque Fito luego de eso, en los early 2000 haya tenido otra vuelta, su segunda adolescencia y ahora una nueva consagración, eso así, al nivel que importa, el internacional; la frase en cuestión reza “vivir atormentado de sentido, esa sí, es la parte más pesada” y a mi entender es brillante porque la madurez se trata un poco de eso, de ir más liviano, de no tener que buscar un sentido a cada milímetro de vida que nos recorre, eso es para la adolescencia, que busca explicaciones y pretende torcer destinos; ser maduro, en cambio, no es claudicar en las ideologías que nos acompañaron sino no atormentarse con ellas, que no las viva la carne, poder encontrar sutilezas, entender que hay cosas que no dependen de uno y entender que todo pierde sentido en la vida si no se disfruta, porque al fin y al cabo, vivir son sólo cinco minutos ¿qué sentido tiene pasarlos enojados?

Hoy la vida es distinta, la gente vive con los padres hasta bien entrados los treinta y a los cuarenta, cuando tienen más o menos algunas cosas acomodadas en su vida, le hacen caso a Julio Iglesias, sin saberlo, y se acuerdan de vivir: se tatúan, van a fiestas electrónicas, hablan de “Wosito”, se suman a militancias como evangelizador adolescente repartiendo panfletos en la esquina de la escuela y con incontinencia verbal para arruinar cualquier cena de fin de año. Esta claro, que nunca es tarde para hacer lo que uno siente, simplemente llama la atención el lugar desde que lo hacen: calcarle la vida a alguien de veinte hace preguntar con qué llenaron esos cuarenta años vividos. Probablemente la enajenación de los 90 tuvo algo ver, la expansión global de sloganes fáciles de adquirir gracias a las redes, también; y por supuesto, el mal de la época: la obligatoriedad de emitir opinión sobre todos los temas públicos con la seriedad de un estudioso, en un mundo (sobre todo en un país) donde cada vez menos gente estudia.

Esto parece haberle pasado a la Academia de Hollywood y a toda la progresía norteamericana que en nuestro país se traduce en la izquierda (sí, así de raro como suena, pero digámoslo bajito así no lo escucha Marx y se levanta de un soponcio). Junto con todo el oleaje del Ni una menos en Argentina, la primavera árabe y la tercera ola del feminismo, Hollywood plantó su mojón con el Me too y eso alimentó la militancia progre y acomodada de países como el nuestro, pero, sobre todo, una gran serie de películas y discusiones que debieron amoldarse a un discurso totalizador donde la visión moralmente aceptada era una sola, la que apoyaba el movimiento. Así se inauguró la segunda adolescencia de Hollywood y cual cuarentón, perdió todas las sutilezas ganadas con los años de experiencia, y de la misma forma que las redes sociales, el cine se volvió un panfleto y sólo planteó discusiones que ya tenían respuesta, que ya nos las dictaban los influences, fue un cine de confirmación de ideas prestablecidas, sin incomodidades, sin debates nuevos, sin enmudecer a nadie; subido a la ola ya achatada.

Salvo por algunas excepciones, el cine viene entrando en la madurez y los nominados al Oscar por este año lo confirman, películas que ni siquiera hubieran podido plantearse en la era del Me too. Tár, la película que tiene a Cate Blanchett como extraordinaria protagonista, plantea un tema que todavía sigue muy arraigado en algunos sectores ultra radicalizados ¿está bien cancelar a alguien que se supone hizo algo que estuvo mal? Digo “supone” porque en la película nunca queda bien claro si Lydia Tár, la eximia directora de orquesta, abusó sexualmente de las becarias tal como se la acusa en las redes sociales. Lo interesante es que la protagonista tiene todo lo que le gusta a la progresía puritana y radical, es lesbiana, madre y fue la primera mujer en ocupar un cargo al cual todavía se le dice “Maestro”. Desagradable como lo fue la Miranda Priesley de Meryl Streep, Blanchett le pone el cuerpo a una genio que tiene con qué creérsela y se engolosina con ello, como lo hacen todos los hombres que no son juzgados por lo mismo ¿acaso ser mujer debería ser distinto? ¿Acaso no es un problema de género, sino que cuando cualquiera adquiere una posición tal y única se siente en el derecho de comportarse como un arrogante o incluso lo necesita porque esa la forma de validación de esa persona para el entorno? ¿Acaso no creemos que a ciertos lugares se llega sólo con carácter? Eso intenta plantear Tár, que no hay cuestiones de género o la disidencia en la cual uno se planta para hablar sino que nuestros actos que hablan por nosotros, desde los más pusilánimes hasta los más valientes y desagradables; y como segundo debate plantea cómo una sociedad que se irrita cuando el viento sopla apenas más fuerte, la generación ofendida dirá Caroline Fourest, usa la cancelación de las personas para tapar con el pulgar todo lo que les ofende y se anula aquello que podría haber sido una gran pieza de arte. Si por cancelar se tratara, habría que hacerlo con todos los grandes como Bach, Beethoven o Mozart, o incluso alguien a quien Hollywood y la Academia cancelaron hasta la humillación, como Kevin Spacey, de quien al final nada pudo comprobarse fehacientemente de lo que se lo acusó, todo da a pensar que se trató de un jovencito ofendido por la arrogancia del actor, como le sucede a Lydia Tár en la película.

Otra de las grandes promesas de esta entrega de premios es The Whale (la ballena) que recupera justamente a Brendan Fraser luego de haber sido bulleado por viralizarse fotos de él en las que había perdido la figura escultural que llevaba en George de la selva o La momia, sin embargo, y esto creo que es el mayor logro de la película, al poner a un obeso mórbido como protagonista no exigen que el publico sienta empatía por los cuerpos disidentes, por el contrario, las escenas causan rechazo: verlo bañarse, masturbarse, comer, usar el inodoro; y aunque tiene el gran mérito de poner el foco en que la obesidad no es solamente el gusto por comer, también es un síntoma de depresión, como le sucede al protagonista, no lo usan con condescendencia sino que a veces lo hacen con humor pero sobre todo buscan la honestidad. En una escena Fraser detalla todo su cuerpo y todo lo que le cuestan ciertas tareas cotidianas a un pastor de una iglesia que parece una secta, para que éste le diga qué le genera, y cuando está acorralado, admite que le da asco, a pesar de verlo como a un prójimo; el protagonista festeja, porque su única intención, tanto con él, como con su hija, como con sus alumnos de literatura, es que sean honestos, que digan las cosas como realmente las sienten, que no se cuiden de ofender, pero que a la vez no lo hagan gratuitamente, que lo hagan sinceramente y con justificación, nadie debe ofenderse con la honestidad. Este planteo no anula los descargos que hizo Kate Winslet sobre cómo la prensa opinó sobre su cuerpo, simplemente le agrega matices a la discusión. Tal es así, que, tras ver la película, salí del cine mudo, intentando ordenar todos los pensamientos que The Whale había tirado en una hora cuarenta.

 


A pesar de la tentación nacionalista argentina y las esperanzas de ganar el tercer Oscar por la formidable películas Argentina 1985, envalentonados por los logros futbolísticos del último tiempo, lo cierto es que hay una única película que le hace bastante sombra, la alemana Sin novedades al frente, que, a diferencia de las mayoría de las películas extranjeras, Argentina 1985 incluida, no se centra en uno de los grandes logros de su país, no enfoca la mirada sobre eso bueno que todos tenemos sino que todo lo contrario, critica uno de los hechos que más bronca y resentimiento generó en el pueblo alemán: la primera guerra mundial. Abordan el tema desde la madurez de la mala decisión de ir a una guerra y no desde el nacionalismo berreta que reza que aunque las guerras están mal, el motivo era justo, algo así como pasa en nuestro país con los que dicen que Las Malvinas son argentinas imponiéndoles una nacionalidad a los habitantes de las islas porque hay un motivo que nos justifica. El día que podamos ver que con guerras o con imposición de banderas sin importar los derechos humanos de quienes viven en ese territorio, vamos a haber madurado un poquito más, el problema será más complejo y se llenara de sutilezas que no se resuelven tan fácil como las resolvíamos de adolescentes.

Quizás estemos frente a un movimiento de post ola en la que la efervescencia y la ira adolescente mermaron y ahora nos podemos sentar al lado del camino verlo con claridad y pensándolo mejor. Quiero creer eso, antes de creer que una vez más desde Hollywood digitan los discursos de los que militan por Myriam Bregman.             

 

Publicado por Juani Martignone

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