Rulos retóricos y de estatua
Fogwill solía decir que la gente no sabe lo que hace, no dice lo que sabe y jamás hace lo que dice. La disforia de clase y la construcción floja de las ideologías personales que solemos tener los argentinos, siempre ocupó las líneas de los ensayos de quienes se atreven a pensar el circo en el que vivimos que se dice llamar país. La formación de una ideología, a diferencia de lo que se cree habitualmente, es una tarea trabajosa y de construcción lenta, que no siempre es tan clara y tan convencida como se suele vociferar. Solemos adjudicarnos alguna ideología al tocar algo de oído que nos golpeó la cabeza, pero, como decía Fogwill, luego hay que poder sostenerlo en los hechos.
El camino más usado, y más sencillo también, es tomar una
ideología de la góndola de las ideologías, por lo general, una de las más
promocionadas por algún personaje de cierta fama, para construir la propia
personalidad: uno es, o debe ser, acorde a lo que piensa; a lo dice que piensa;
a lo que aspira a pensar; a lo que otros dicen cómo es el bien pensar. Entonces
la ideología se va formando, usando la vida personal de uno para hacer
simulaciones de las conductas que exige: se cuelgan carteles, postean frases
hechas en redes, siguen el starter pack al dedillo que rigen los divulgadores,
los guías espirituales de las ideologías; los que dan cátedra de qué hábitos y
relatos hay que tener para pensar cómo se aspira. Esta metodología, madre de la
cultura del simulacro, lleva a sus acólitos a exacerbar las indignaciones,
forzar consumos, acceder a un imagen lavada y accesible de lo que pretenden
pensar para entronar su ideología: observan por la mirilla y se fascinan; no
necesitan participar. Defienden una idea de la educación pública sin vivirla ni
sufrirla, por ejemplo; o romantizan la vida en villas cuando lo más cerca que
sintieron lo que es vivir en ellas fue en la muestra homenaje a Berni que se
hizo en el MALBA.
Para saber qué hacer, decir lo que se sabe y hacer lo que
se dice, aquello que de forma encubierta anhelaba Fogwill en su enunciado, no
es tan importante intentar empardar la propia vida con la doctrina de una
ideología que el político, periodista o divulgador de moda nos quieren vender
como “el buen pensar”. Primero hay que conocerse uno, entenderse, aprender qué
le gusta, cuáles son sus límites y cuáles sus debilidades; con esto resuelto,
ahí se tiene la ideología. No es necesario que encaje en los cánones que se nos
presenta, no tiene que tener un nombre y no tiene por qué coincidir con la de
alguien que la dispersa. Tampoco es necesaria expresarla constantemente, lo
importante es vivirla con naturalidad y gozo, esa es la mejor militancia, la
que sale natural, la que no se ve en la obligación de decir algo que en
realidad no se tiene muy elaborado o da paja. Estar seguro de lo que uno es, es
tener una ideología; actuar como una ideología preseteda nos impone, es
buscarse una personalidad afuera porque mirarse adentro da paja o miedo.
Cuando se corre a los progre porque tienen OSDE o a los
kirchneristas por tener IPhone y veranean en Miami, es, en parte, desenmascarar
que esa ideología que profesan y con la que nos quieren evangelizar no se la
creen ni ellos mismos. Porque no, no se puede estar en contra de rentar
servicios básicos como la salud, y después pagar todos los meses una prepaga,
como tampoco se puede pretender apoyar la industria y el turismo nacional y
popular adquiriendo productos importados que difícil acceso y vacacionando en
lugares que no son los populares en nuestro país (entendiendo “lo popular” como
ellos lo entienden). Estas incongruencias son las que alejan la realidad de los
pensamientos y entonces las ideologías se vuelven simples banalidades. ¿Qué
podría importarle a una mujer que vive sola en una villa con cinco hijos a los
que les tiene que dar de comer y no sabe cómo, si un grupo de diputados a los
cuales le ve por primera vez la cara y se entera de su existencia, fue a
visitar a un grupo de represores de los que tampoco le conoce la cara y que no
entiende cuál es el peligro? Y para evitar caer en la trampa fácil, no, la
mujer no es idiota y no sabe, la mujer no tiene tiempo para ocuparse por
aprender esas cosas porque tiene otras urgencias como comer; cuando se necesita
comer, los problemas universales, las raíces de los problemas, el conflicto en
Gaza o la paz mundial, pasan a un decimoséptimo plano, con suerte. Sin embargo,
esta gente que también tiene problemas económicos, que a veces se derrite por
las banalidades del capitalismo, se quiere convencer que va a tener un país en
donde pueda comprar carne más de una vez a la semana si honra la memoria de los
30.000. Y es, en base a esta disforia ideológica que nos quisieron convencer
que en las villas la gente habla con la “e”, que buscan la paridad de género,
que quieren a los militares presos y que escuchan Sudor Marika. Es ver
la realidad por el lente ideológico, conocer la villa en la instalación del
MALBA.
No reconocerse y adjudicar sus consumos a una ideología, es
estirar esa ideología, amasarla como un bloque de arcilla al cual uno le puede
dar la forma que quiera, la que se asemeje a los guilty pleasures que tenemos.
Resulta que las ideologías se van moldeando a los tiempos, ajustando, pero hay
un punto, uno central e irreductible, el átomo de la célula ideológica, que es
la idea, que es la que no cambia, la que no tiene dobles miradas, a la que no
se puede darle una vuelta de tuerca porque pierden la esencia, el concepto con
el cual fueron pensadas; ese concepto central inalterable, tallado en piedra, sobre
el que toda gira, y si eso cambiara, indefectiblemente cambiaría todo su
alrededor. Es un barajar y dar de nuevo, una nueva ideología, algo
completamente distinto.
Dos hechos, ocurridos últimamente, mostraron la obscenidad
en la que la gente jamás hace lo que dice. Existen muchos tipos de democracia,
muchas formas de ejercerla y muchas experiencias, las cuales algunas tienen más
éxito que otras. Las hay todas, pero para que un sistema pueda considerarse
democrático es necesario que sucedan, al menos, dos o tres cosas que no pueden
ser rediscutidas y darle otro enfoque o analizarlo desde otra perspectiva. Las
democracias tienen elecciones libres y transparentes y tanto la decisión del
pueblo como su voz, se respeta sin concesiones, sin sobrepasar límites, pero se
respeta. En Venezuela hace varios procesos electorales que no celebran en total
libertad, la cantidad de opositores al régimen chavista que fueron proscriptos,
pero proscriptos con documentos estatales rubricados, no “de facto” como quiso
instalar acá la ex presidenta y ex vicepresidenta; todos impedidos de
presentarse a elecciones sin motivos suficientes, siempre opositores. También
son varios los procesos electorales que no gozan de la transparencia suficiente
para justificar los resultados, el sabor del fraude es un gusto que los
venezolanos que viven en Venezuela, y los que emigraron en la diáspora más
grande de Latinoamérica también, tiene en la boca desde hace mucho tiempo. Está
confirmado, ahora por muchísimos medios y centros de estudios sociales, pero ya
lo habían hecho con anterioridad, y con informes lapidarios, la comisionada por
los derechos humanos para ONU, Michelle Bachelet, y Human Right Watch, que la
gente que intenta expresarse en contra del régimen es violentada o asesinada en
algunos casos. La cantidad de muertos y desaparecidos que hay en la Venezuela
chavista por expresar su disconformidad con el sistema no es digna de un
sistema democrático, no hay cantidad de elecciones que puedan contra este dato.
Mirar para otro lado, buscar una mirada benevolente es como agarrase en el dato
que al menos Hitler bajó la inflación.
Del mismo modo que sucede con los sistemas democráticos, se
dice que feminismos existen muchos y de todos los colores, pero para poder
llamarse feminista hay dos o tres conceptos que sin ellos el feminismo dejaría
de ser feminismo: la palabra de la mujer tiene valor; los conflictos en los que
estén involucradas las mujeres no se pueden mirar bajo el filtro del prejuicio
machista y patriarcal. Tras la denuncia de la ex primera dama, Fabiola Yáñez,
vimos cómo un feminismo que en su momento supo ser iracundo a la vez que fue
extremadamente detallista y conceptual para analizar cómo una frase de Macri
podía generar violencia de género en un rancho en Santiago del Estero, cual
efecto mariposa, decidió quitarle valor a la palabra de una mujer que
denunciaba golpes y violencia psicológica de un hombre que tuvo todo el poder
del país. Fueron mujeres autoproclamadas feministas las que intentaron
desacreditar la voz de una mujer aludiendo a adicciones llegando a la
conjetura, que ellas en un momento supieron realizar con frases fuera de
contexto de los machos que no les gustaban, que, si una mina es borracha como
que un poco estaba expuesta a los golpes, ¿qué esperaba? Se usaron todos los
prejuicios que el machismo usa para defender a sus machos poderosos y cambiaron
y repensaron todos los discursos que hasta ayer eran indiscutibles, incluso
sacándole el valor a la palabra de cualquier mujer. El feminismo más loco del
mundo.
Quien aboga por los derechos humanos no mira para otro lado
con lo que sucede en Venezuela siendo éste uno de los países que más
inmigrantes venezolanos recibe; y si el feminismo no es más que un derecho
humano, tampoco debe hacerse en zonzo, callarse o actuar a favor de los barones
de un partido; y si la democracia es el régimen que más respeta los derechos
humanos, tampoco podemos mirar intentando reflejar un recuerdo bonito del
pasado de un régimen que hace años dejó de ser una democracia hace años y ahora
sólo es un poco más evidente. Decir lo que se piensa es importante si aquello
que se piensa no es volátil en función de los personajes, porque si esto
sucede, seguiremos siendo el país en el que no sabe lo que se hace, no se dice
lo que sabe y jamás se hace lo que dice.
Publicado por Juani Martignone.
Todo el contenido, como
las responsabilidades derivadas es propiedad de quien firma.
Comentarios
Publicar un comentario