Preparar el mundo para el niño
Hace más de quince años que no piso la FADU (Facultad de arquitectura, diseño y urbanismo de la UBA), pero, por algún motivo infausto, me llegó un mail invitándome a votar en la elección del nuevo claustro de estudiantes en el consejo directivo. El mail indicaba las fechas, lo que se votaba y una breve descripción de cada una de las listas en competencia. La curiosidad pudo contra la fatiga que me provocaba volver a intervenir en las elecciones de una facultad a la cual no pertenezco y que me parece que mi opinión electoral no tiene validez alguna. Inicié una pequeña investigación de las listas intervinientes. Del recuerdo de mis años por el pabellón N°3 de Ciudad Universitaria me quedó que Franja Morada (los radicales) siempre gobernó en la facultad, históricamente y durante todos los años que estuve, por eso arranqué buscándolos, viendo si todavía conservaban la hegemonía después de tanto tiempo transcurrido. Me enteré que, tal como sucede en las elecciones para gobernar el país, los partidos políticos ya no tienen fuerza para ganar una elección y recurren a coaliciones para poder sumar porotos: Franja Morada se sumó a los socialistas en la coalición llamada Somos FADU.
Me interesó leer las plataformas políticas de cada una de
las listas. Viendo que un sector de la política nacional sigue hablando un
lenguaje de modé, poco atractivo y desconectado de los tiempos que corren,
supuse que en la política estudiantil no era distinto; ya en los early 2000,
cuando ingresé, los discursos de los referentes estudiantiles eran repeticiones
en loop de una facultad que me quedaba lejos en el tiempo, que no atendía los
problemas del momento. Intentar leer una plataforma política de la universidad,
es tan complejo como la de la política nacional, básicamente porque dejaron de
existir; todo pasó a ser un manojo de publicidades o historias de segundos en
Instagram donde uno tiene que leer cuáles son las intenciones de los partidos
integrantes de esas listas que pretenden ganar las elecciones. Convencido que
quien iba a volver a ganar era, nuevamente, la lista integrada por la Franja
Morada, arranqué con ellos. En su cuenta de Instagram refadu.uba
fueron subiendo un picadito de algunas intenciones que se puedan expresar en 30
segundos. Entre ellas me encontré con la propuesta de sacar matemática de las
materias obligatorias del CBC (ciclo básico común, necesario rendirlo completo
para ingresar a la carrera propiamente dicha), y entonces no me quedó más que
seguir investigando. Encontré más historias de Instagram, reels de algunos
militantes y entrevistas en algunas publicaciones muy de nicho en el que
explicaban someramente que matemática es la materia que casi el 90% de los
ingresantes debe recursar y esto afecta directamente con la cursada: de ese 90%
que tiene que recursar, la mayoría recursa; la llamada materia filtro.
Mi caso personal es el de ese 90%, yo tuve que recursar
matemática de CBC. Recursar matemática en CBC es realmente un incordio,
complica bastante la continuidad. Por empezar te atrasa un año entero de
carrera, o sea que, en vez de seis años, serán siete, además, si es como mi
caso en el que sólo tuve que recursar matemática y el resto de las seis
materias las tenía aprobadas, al siguiente año, durante el primer cuatrimestre
sólo se puede cursar matemática y al cuatrimestre siguiente sólo dos materias
cuatrimestrales porque el resto, o son anuales, o comenzaron a principio de
año. Básicamente recursar matemática cambia por completo toda la proyección que
uno tiene de la carrera. ¿Por eso debemos sacarla? ¿para que nadie más sufra
ese traspié y pueda hacer la carrera más fácil y más rápido y producir mayor
cantidad de profesionales? De nuevo se plantea el dilema que tiene enfrascada a
la sociedad argentina respecto de la educación y demuestra la decadencia de la
misma: no es necesario producir más profesionales sino mejores profesionales.
Recursar matemática, para mí, fue una verdadera complicación, también fue la
primera gran lección que aprendí en mi paso por una casa de altos estudios: obviamente
va a haber materias más lindas y divertidas como dibujo y proyectual, pero un
profesional no sólo es un artista creativo, también es un técnico, alguien
responsable por su trabajo y para eso son necesarias las materias más duras; y
para ser un verdadero profesional no basta con tener casi todo aprobado, hay
que tener todo aprobado; los caminos no son a medias o contemplando buenas
intenciones, notas conceptuales o la vocación de ir todos los días, es aprobar,
son caminos completos.
Podría estar horas explicando cómo la matemática es una
pieza fundamental para una carrera en la que se creen que es sólo hacer
dibujitos de casas o tener buen gusto, pero matemática, tanto para arquitectura
como para todos aquellos que se preguntan “¿de qué me va a ser matemática si yo
me voy a dedicar a abrir cuerpos o estudiar leyes?”, sirve para desarrollar el
pensamiento abstracto. Poder trasladar un problema real a una fórmula de
números y signos para poder resolverlo, lo único que genera en nosotros en la
apertura de nuestras cabezas a pensar más allá de lo tangible, y todo ese
proceso, completamente intelectual, nos dejará por ejemplo que cuando
necesitemos pedir un terrero recontra irregular podemos hacer la diferencia
entre una integral definida en dos puntos con otra definida en los mismos
puntos y en menos de veinte minutos obtendremos los metros cuadrados totales.
Quienes no estudien matemática podrán estar cerca de veinte días tomando
medidas.
Confieso que al principio me sorprendió que sea Franja
Morada quien plantee hacer más fácil una carrera, tomar atajos, nivelar
para abajo, pero claro, en quince años todo puede cambiar, es que lo que ha
cambiado profundamente es la sociedad que se ha volcado a quitar, a eliminar, a
esquivar, a cancelar, a prohibir todo aquello que incomoda o que pueda generar
una complicación en la vida de las personas, llámese no obtener el título
cuando pretenden u ofenderse porque no los tratan como ellos quieren o se
autoperciben. Una juventud psicoanalizada, medicada y caprichosa que tiene a un
mundo a sus pies para que ninguna de las espinas que tiene el camino de la vida
siquiera los roce.
Matemática en el CBC de arquitectura es tan incomoda como
tener que leer en X (ex Twitter) comentarios de gente que son maliciosos o simplemente
falsos. Del mismo modo que sucedió con la facultad, la primera vez que en
Twitter me trolearon, me tiraron un hate furibundo en masa y cuando caí en las
mil noticias falsas, además de amargarme y considerar que está mal, también me
dieron un lección que se extrapola de los márgenes de las redes sociales:
afuera, en el mundo, está lleno de gente que te puede odiar, que te quiere
aleccionar, que te va a tocar en donde más te duele, que te miente para que
creas las historias que a ellos les conviene; en fin, la vida, el mundo,
forjarse para vivir y sobrevivir en él sin que te lleve puesto o tengas que
vivir falopeado para soportar la ansiedad. ¿Podemos mejorar ese mundo tan
choto? Claro que sí, podemos intentarlo, pero intentarlo no significa borrarlo
del mapa como si fuera una materia que a nadie le gusta en el ingreso de una
facultad.
Hace un tiempo la noticia corría, sobre todo por X, como si
fuera un vendaval; un atropello a la libertad de expresión decían unos; el fin
de los discursos de odio decían otros: Brasil ponía fin a la red social X,
prohibiendo a todos los brasileros a usarla, bloqueándola, debido a que desde
la red social no querían acatar el pedido de la justicia brasileña de dar de
baja unas cuentas de usuarios opositores al gobierno de Lula que regaban por el
timeline noticias falsas y hate hacia el presidente y su gobierno. Así Brasil
se sumaba a la escueta lista de países que tienen bloqueada a X junto con
China, Pakistán, Venezuela, Rusia, Corea del Norte, Turkmenistán, Myanmar;
todos países sin democracia o aparentes democracias, muy cuestionadas y o de
baja intensidad; para simplificarlo: Brasil bloquea X del mismo modo que lo
hacen un puñado de dictaduras en el mundo. Por supuesto, tal como sucede en las
dictaduras, la red social se prohíbe sólo para el usuario de a pie, para el
común; las cuentas gubernamentales o del PT (Partido de los trabajadores al
cual pertenece el presidente Lula) puede seguir twitteando libremente a través
de una VPN, si alguien distinto a ellos lo hace, la justicia los perseguirá.
Casta, podrían decir algunos y sonaría demasiado verosímil y otros se
enojarían.
El bloqueo de X en Brasil plantea un dilema bastante más
complejo que la tontera de suprimir una materia difícil del CBC, aunque en
concepto (aquello que uno puede pensar si desarrollo su pensamiento abstracto
con materias como matemática), termina teniendo la misma intención: proteger a
la gente de eso que no les gusta, quitándoselo del camino; dejan la idea de
preparar al niño para el mundo y adoptan la idea de preparar el mundo para el
niño, tal como reza el proverbio inglés. Podemos decir que se enfrenta la idea
de una plena libertad de expresión con la diseminación de los discursos falsos
que confunden a la gente y con discursos de odio que la crispan. Podemos
también volvernos legalistas y acudir a las leyes brasileras y lo que los
jueces determinan con sus veredictos, tal como indican los defensores del
bloqueo de un medio de comunicación, pero estamos hablando de la justicia
brasilera que con el mismo ímpetu que metió preso a Lula con montones de
pruebas y despliegues fenomenales, también lo exoneró de toda culpa y cargo y
limpió todo lo realizado y dejó en el cajón del olvido las manganetas de
Odebrecht.
¿Cuál es la función del Estado? ¿proteger a la población
para que no lleguen a sus oídos mentiras y odio? ¿o dejarlos al libre albedrío
y que se autorregulen a través de la ley del más fuerte? Ninguna de las dos. En
una entrevista que le hacen a Carlos Pagni para la Revista Barcelona, él
hace una gran síntesis que cómo resolver este dilema: muchos medios de
comunicación con mucha libertad de decir lo que quieran y mucha educación para
que la gente sepa leer a esos medios; así lo malo decanta solo. Para quienes
tuvimos una educación aceptable que nos permite separar la paja del trigo,
depurar y analizar qué se está diciendo y de dónde se está diciendo y cómo se
está diciendo, nos resulta muy fácil determinar cuándo una noticia es falsa o
cuando es un clickbait, sólo hace falta saber leer y comprender lo que se lee,
no necesitamos que nos lo bloqueen o haya un Estado omnipresente que lo digiera
por nosotros. La idea de que existe un Estado que protege a la población de lo
que le es nocivo para ver, es la base de distopías como 1984 que nos
cuentan cómo, bajo esa excusa, todo se vuelca a una dictadura disfrazada de
libertad y protección. Cuando pretendemos que Estado regule los discursos (de
odio, falsos o los que sean) deberíamos preguntarnos quién los va a regular,
porque el Estado no es una figura estanca, es una conformación epocal; en
Argentina podría regular esos discursos Juan Cabandié en algún momento y
Victoria Villarruel en otro, ambos con distintos conceptos de qué es odio y qué
es falso en la historia en la vida de este país. Es por eso que el poder no hay
que dárselo a políticos o a medios de comunicación o a periodistas que los
creemos infalibles, hay que dárselo a la gente para que haga con ese poder lo
mejor que pueda, depurar los medios que lee, tal como yo dejé de leer La
Nación debido a la cantidad de publinotas que hace y se alejó de
tratamiento tradicional de la noticia.
Darle el poder de la educación a la sociedad, quemarles la
cabeza con materias como matemática es formarlos para que entiendan el mundo,
lo depuren, lo mejoren y no que se sienten a exigir un Estado paternalista que
lo haga por ellos, que les genere una política que los ayude a vivir más
cómodos. Es preparar a los niños para el mundo.
Publicado por Juani Martignone.
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